Otra calurosa noche de verano en la que se me da por pensarte:

Son ya las tres de la madrugada. El ventilador de techo hace tambalear las luces de la casa, inventando sombras extrañas que se mueven constante y repetitivamente. Por el poco espacio que queda entre el marco inferior de la ventana y la casi cerrada persiana, asomo mi cigarrillo y, de vez en cuando, mi nariz, para respirar bocanadas de aire nocturno y ver a la expectante Luna de esta noche despejada. 
Se va otro tema de Pink Floyd, se evapora otro renglón escrito por Isabel Allende, se me cierran otra vez los ojos y vuelvo a recurrir a los caramelos para aguantar despierta un poco más. 

Los momentos en los que el cuerpo está casi dormido pero la mente sigue en funcionamiento, son los más preciados para la gente que escribe, que imagina o simplemente que piensa. O para mí. Porque es en estos momentos cuando grandes dudas se vienen a la mente, grandes respuestas son encontradas en el tumulto de pensamientos de largos días y grandes conclusiones salen a la luz luego del debate con una parte del cerebro bastante cercana al inconsciente que se mantiene oculta mientras permanecemos bien despiertos.

Fue así como llegué a vos, de nuevo. Vagando entre océanos de recuerdos, te descubro una vez más, aunque adentro mío y de mis memorias ocupes un lugar tan pequeño como el que puede ocupar un casi-desconocido. 
Y de eso se trata todo hoy. De esto mismo me hablo, mientras me acurruco en un sillón, a punto de dormirme involuntariamente. Se trata de que no me acuerdo de vos: no me acuerdo tu risa, ni la textura de tu piel, menos la de tus labios. No me acuerdo cómo es tu voz, ni cómo hacen tus ojos para delatarte cuando decís que no por compromiso, mientras te aguantás las ganas de gritarme un sí. 
No me acuerdo de muchas cosas, pero son muchas más las que no conozco.

Quiero verte. Recordarte. Conocerte. Sentirte.
(otravez)

Perfume.

Líndo como vos
cuando llegaste a desenredarme los ojos
y a enredarte a mi alma.
Llueven a cántaros
mis ganas de aferrarme
desconsoladamente
a tu cintura

para no irme más con el el tiempo, para estar agarrada a algo y que no me lleve el viento.

Idealizar mundos, personas y hasta una vida entera.

Si de cerrar los ojos se trata
(e imaginar)
me gano el premio a la soñadora obsecuente número uno.

Todo es una ilusión,
un juego, un invento mío.

No me importa, la estoy pasando bien. Volar está bueno.
Cuando me caiga desde tan alto te cuento cuánto duele.

.

Qué raro encontrarte otra ver revoloteando al rededor de un desconocido. Te veo danzar en puntas de pie, saltando, girando y sonriendo. Más que nadie, sé que esa sonrisa es verdad, es pura, de felicidad y alegría. Sé que te alimentás de esto: de conocer gente, seducirla, engatusarla, enamorarla y esfumarte. 
Lo que vos hacés en una noche no lo hace cualquiera. Lo tuyo es más parecido al amor. Lo tuyo se parece a lo eterno, a la fidelidad, a la conexión energética y a la vida misma. No sos sexo y nada más. No, no te gusta. Vos necesitás ficción. Necesitás hacer una puesta en escena gigante, entrar en personaje, mentir descaradamente, venderle al público tu actuación. El problema no es lo que hagas, sino que para todo ello, tenés que involucrar a alguien más. Y a vos te gustan bien inocentes, poco descarados, tímidos, sumisos. No te importa si es hombre o mujer, no te importa la raza, el idioma ni cómo se viste ni qué le gusta fumar. Discriminás solamente a los que tienen personalidad. Yo supongo que es porque te da miedo que alguna vez reaccionen ante tus desprolijidades. Está claro que preferís que se queden mirando como vos bailás Izabella moviéndote espasmódicamente y sacudiendo todos los harapos, polleras y alhajas que te vas sacando y revoleando al compás del mágico Hendrix. 
Y sí, ¿qué más puede querer una chica como vos? ¿Qué más que mostrarse, mientras el otro envidia? Nada. Es lo que te gusta, lo que amás. Lo único que amás en verdad. Amás refregarle a todos tu voluptuosidad, lo bien que hacés las cosas, la hermosa y gran sonrisa que tenés...
A mí ya no me podés mentir. Porque también te veo llorar cada vez que estás sola. 
Dando vueltas por la misma habitación en la que hacías el amor tan descaradamente con cualquiera, te veo rondando de un rincón a otro con tu té en la mano, arrojando libros después de leer algún que otro renglón, gritando, pateando, haciéndole berrinches a nadie, reprochándote cosas, hablando en voz alta con tu sombra.
Decíme la verdad. ¿Estás contenta con la vida que llevás? ¿No te sentís un juguete? ¿No te sentís plastica, fría, de mentira? ¿No te cansás de estar sola?
¿No te duele?

Abrazáme.

Desatáme
el nudo
que me até
en la espalda.

Y perdoname.

(Perdoname por ser tan molesta, tan cambiante, tan depresiva de repente, tan asquerosa y tan estúpida. Tan patética. Me odio, odio deprimirme, porque nunca lo entiendo. Nunca sé qué motivos me ponen mal. Nunca sé bien qué me pasa, sólo sé que me siento una basura. No hay nada que me haga mejorar, todo lo que probé, fracasó. Pero tengo una leve sospecha de lo que me podría llegar a salvar en noches como esta, noches de esas en las que hace mal estar sola, noches de esas en las que no podés llorar, ni dormir, ni leer. Mi solución, quizás, sea un abrazo. Juro necesitarlo como nunca necesité nada en mi vida. Y perdón por delegarte esa responsabilidad a vos.)

Enturbiame.

Momento de despegarse un poco de uno mismo. Momento de separarse. Momento de dividir lo que fue de  lo que será, lo que se siente de lo que se imagina y lo que se vive de lo que se espera. 
División entre lo que se puede lograr y lo que se sueña. Y entre lo que se sabe y lo que se quiere saber. Y entre la mente que maquina sin parar y el vientre que no deja de estrujarse, reclamando un poco de todo lo que le falta.

El hecho de no querer llorar, junto a ese momento de fuerza descarnada que hace el alma para no dejar salir una deplorable lágrima, ese y sólo ese, es el momento en que la catarsis ha sido realizada. Es el momento clave en el que los pensamientos dominan al sentimiento. Y el pensamiento dice que la lágrima no debe salir por tal o cual motivo, lo que se traduce a que la tristeza, la angustia esa que desea corromper, no debería existir.
En cambio, si hubiésemos dejado salir la lágrima, la estúpida lágrima, estaríamos reflejando que la emoción sigue siendo más fuerte que la cordura. 
No. La emoción no puede ser más fuerte que la cordura. No se deben perder las riendas de la propia vida. Nada ni nadie debería poder sacarnos los objetivos de enfrente. Nada ni nadie debería poder enturbiarnos la visión de las cosas, de los hechos, de la vida en sí.

Y sin embargo ahí estás.

¿Cafecito?


No se puede estar así todo el tiempo,
uno debe saber que esto no es solo un mal sueño.
Esto es la realidad:
las nubes grises aquí y allá
las cosas que, inestables, vienen y van.


Nada más.

Nunca nada más lindo que una respiración en la espalda,
una caricia en el pelo,
un beso en la mejilla.
Y ahí me quedo.

Ni más,
ni menos.
Nos podemos quedar solamente en eso.


Te pediría que te olvides de mí aunque me haya quedado con las ganas, sólo para tener la seguridad de que te vas a ir.



Querida imaginación, dos puntos:

No sé si con vos bajo a tierra o subo al cielo.
Seguramente haga las dos cosas.
Gracias. Gracias por la ambigüedad que siempre pedí en un hombre: la risa, el goce, la alegría, la calma, la conversación y la fiesta. Creo que todo está en vos.
Gracias por escuchar, por entender, por preguntar, por no dejarme.

No te asustes. No escribo esto porque estoy enamorada, ni porque me enganché habiéndote visto dos veces en mi vida, ni porque me obsesioné con tu persona. Te escribo esto porque, como te habré dicho, escribir me aclara las ideas y me ayuda a decir cosas que no puedo decir de otra forma. Y a vos te quiero decir que me servís mucho, me ayudás mucho, me simplificás muchas cosas, me volvés (de a ratitos) más alegre. 
Yo no sé si te doy algo. No sé si te expreso algo. No sé si te dejo confiar en mí como vos me dejás a mí, ni sé si te emergen las mismas ganas de estar que me emergen a mí cada vez que hablamos. Tampoco sé si tu cabeza creó un mundo paralelo en el que estamos cerca, nos sentimos y nos queremos (bastante). No sé mucho de vos, no sé cómo sos cuando te enojás, no sé cómo sos cuando amás, cuando hacés el amor, cuando vivís.
No te conozco, estás atrás de un velo, sos una creación de mi mente. Pero no me importa.
No te amo, no te quiero, no siento nada más que un profundo agradecimiento por las palabras que compartimos y unas ganas estruendosas de hacer el amor con vos. Quiero ver qué se siente hacerlo con alguien que alguna vez te haya escuchado.
No significa más que eso. Es cuestión de probar
(te).

Violencia es mentir.


25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

A pesar de que, en este día, el término de violencia haga referencia específicamente a esta ejercida en forma física desde el hombre hacia la mujer, considero que hoy en día (y desde siempre) se practican otros tipos de violencia hacia nosotras.
Sometimiento, victimización, humillación, degradación son algunos de los tantísimos actos cometidos hacia las mujeres por manos de un sistema hecho en favor a la imagen del hombre superior, algunas veces más alusivo que otras.
Mis palabras son para nosotras mismas. Mi queja es contra nosotras mismas, porque somos las mujeres las que nos vemos a nosotras mismas como seres más débiles, sensibles, dependientes.
Esto no es más que una construcción social, cultural e histórica, un arquetipo que debe ser eliminado, antes que nada, de nuestras propias mentes.
La publicidad y los medios de comunicación en general nos venden modelos de perfección que nadie entiende pero a los cuales todas nos sometemos.
La Iglesia pasó años dedicándose a restringirnos, a taparnos, a someternos y a encerrarnos en nuestras cocinas, vendiéndonos en conjunto con el sistema el prototipo de familia ideal y de mamá perfecta, en el cual la imagen de la mujer es reducida a la de un robot que pare, cría, lava y cocina.
Hasta nuestras propias familias nos inculcan estos modelos desde que nacemos: determinan nuestras prioridades con los juguetes que nos compran.
¿Todo esto no es violencia? ¿Lo que nos hacemos a nosotras mismas aceptando y reproduciendo estos estereotipos no es violencia? ¿Negarnos una y otra vez todas estas cosas no es violencia?

Che, violencia es mentir.




Desde la cabeza
hasta los pies
desarmarte tu mundo
prestarte mis alas
regalarte mis mares
serenos, de calma
y de repentina rabia,
casi fugaz
pero lo suficientemente consistente
como para aplacarte un poco
y que me sigas el ritmo

(no te apures, no envejezcas de golpe, no acabes con esto -ni con nada-. Es demasiado pronto, tenemos muchas vibras por delante, muchos juegos, caricias y muchos otros amantes)

dale, sigamos
seguíme
sentíme
(casi como yo te siento
o un poco más también)
y después date vuelta
vestite y andate
despedite antes
pero dejame.

Creo que me voy a Jujuy.

Desprenderse de todo porque así te lo sugiere el corazón.
Desprenderse de la ropa, de los malos sentimientos, de las ganas. 
Desprenderse de las cosas que se tocan, lo real, lo material.
Desprenderse de algunas ideas, o de todas.
Desprenderse de los paradigmas, los arquetipos, las imposiciones.
Desprenderse de la gente, los conocidos, los desconocidos.
Desprenderse del propio cuerpo y de la propia vida.
Desprenderse de todo lo que siempre se buscó para poder encontrar cosas nuevas.


Y quedarse con un pedacito de papel, una pluma o un lápiz.
Quedarse con la pasión.
Quedarse con eso en lo que creemos a pesar de no verlo.
Quedarse con las fantasías y los sueños entretejidos bien cerca de la mente.
Quedarse con las ocurrencias, los ideales propios y lo aprendido.
Quedarse sólo con quien nos sonría.
Quedarse con nuestra alma, intacta, profunda, serena.
Quedarse con lo que uno encuentra sin la ayuda de nadie, quedarse con lo que uno sabe que le hace bien, quedarse con la alegría del otro para alimentar la propia.

Lo extraño de extrañar.

Un viaje en el 203 vacío desentrañó un par de pensamientos muy profundos, muy míos, muy reales. Mirando por la ventanilla las calles que ya conozco de memoria, esta vez empapadas por la lluvia primaveral, pensé acerca de todas esas cosas que se piensan con la melancolía característica de las noche de lluvia. Y enredándome y desentrañando momentos, me dí cuenta que no puedo recordar ni una vez en mi vida en la que me hayan dicho un "te extraño" que en mí haya despertado más que un "yo también" casi automático, escupido sin pensar. Nunca un "te extraño" significó algo para mí, nunca me inspiró nada, nunca esa frase me llegó al corazón. Realmente, no creo que nunca nadie me haya extrañado.
Yo soy de extrañar mucho, no debería extrañar tanto, lo sé. Pero, sin embargo, lo hago. Es que para mí las personas se vuelven indispensables muy rápido. Y digo las personas sin tener en cuenta a los sentimientos y a las sensaciones: hoy, por ejemplo, extraño reírme mirando al cielo, extraño el aire compartido, extraño el calor corporal.
Me planteo si seré una persona "extrañable", si alguien me habrá extrañado alguna vez en su vida y por qué razón lo hizo. Es que no entiendo por qué mis "te extraño" son tan fuertes, tan de verdad, ni por qué todos los demás me suenan tan vacíos, quedan como ecos resonando en mi cabeza (no en mi corazón, en donde los siento yo cuando los digo).

Cambió la suerte en el puticlub.


Queremos que nos extrañen
que nos digan que somos mejores
y que nos escriban una canción
tan buena (o incluso mejor) que la que me pasaste
(esa de Los Redondos).

Mientras tanto siento que a mi cama la sobra un espacio y a mi cuello le faltan suspiros.

¿Me equivoco?

Puedo ver cada uno de mis defectos en vos: el autoritarismo repentino que nos sale en contraposición con la aceptación constante, la poca paciencia frente a ciertas actitudes, la violencia tan reprimida detrás de la máscara de desfachatez y el poco pudor parra decir las cosas. Porque así es como debe ser ¿no? Las cosas dichas como son, con poca vuelta y tremenda crudeza, lo que a algunas personas puede resultarle doloroso o equívoco, pero que para nosotros es una de las leyes básicas de la vida. ¿Para qué garabatear las oraciones, metaforizar cada expresión y hablar en prosa? Si, al fin y al cabo, la gente que lo hace termina por no entenderse, porque las poesías cada uno las interpreta como quiere, como le sale y como le surge. Pero si vamos a hablar entre nosotros y nadie más de sentimientos, no quiero que los malinterpretes, ni que no nos entendamos, ni que entre metáforas nos perdamos. Todo simple y claro, así es mejor. Dicho como se siente a flor de piel, sin decoraciones, sea bueno o malo, sea amor o destrucción.

Entrada sin sentido alguno más que compartir estas fotos:

Parece ser... 


...que estoy entre...


... l u c e s .

Universál.

De viaje a otra galaxia me fui
y entre estrellas me perdí.
Ahora estoy bien, no estoy acá.
Estoy, más bien lejos:
en el E s p a c i o S i d e r a l .



Azul profundo (no veo más que eso y unos pequeños destellos plateados).
Nado (o floto, no sé bien).
Estoy intentando definir la contextura del infinito mismo, mas no puedo.
Será que el Universo lo es todo (líquido, sólido, gaseoso. Materia, alma y sentimiento).
No soportar. De eso se trata todo. No soportar tener que venir al coelgio, no soportar que las clases sean una mierda, no soportar que la gente sea tan estúpida o falsa o mentirosa. No soportar el mal humor que tengo gracias a todos eso. No soportar las idas y vueltas de algunas personas, ni los lamentos constantes de otras, ni los ruidos molestos. No soportar a casi nadie. No soportar nada, porque de un día para el otro la señorita se convierte en un ser frívolo e irritable, trata mal a la gente y se encierra en sí misma sólo porque no quiere superar una necesidad carnal abrumante, casi asquerosa y muy violenta.

Todo se soluciona con sexo. Todo: la frivolidad y la irritación y, por ende, el mal humor, que finalmente concluye en comenzar a soportar, mirarse el ombligo y ser feliz igual.

La historia de mi vida.


Trágica.

No soporto más esta nube negra que tengo arriba de la cabeza. ¿Me la sacás? No, no vas a poder. Mejor ni lo intentes porque te vas a frustrar como me frustré yo tantas veces. Además, que se vaya es cuestión de tiempo. Creo. Ya se me va a pasar... No sé qué, pero ya va a pasar. ¡Qué problema ese! No saber qué pasa ahora. Es normal no saber qué va a pasar. Pero no saber lo que está pasando ahora es trágico. ¿No? Para mí sí. Significa tener los ojos demasiado cerrados. Pero, ¿por qué estarían cerrados mis ojos? Por sueño. O por muerte, la muerte de mi alma, o por lo menos de la parte colorida de mi alma. Porque últimamente ando gris, gris como las nubes, como las de tormenta. 
Re-feo todo, no sabés.
Contame algo que me aburro.

Compartirse.

(Listo, ya está. Me desencadené de todo. De todos. Ahora quiero volar. Me quiero ir. Quiero sentir sin tener que pensar qué. Quiero que me surjan las ganas, el amor y la energía, que me apasionen las cosas, que no haga falta ver y tocar para descubrir, que todo vaya más allá. Quiero conocer. Quiero profundidad.)

Estoy bien, estoy lista para cualquier cosa que no tenga de por medio una relación de esas que atan, que se ponen serias. Porque cuando se ponen serias, se vuelven oscuras. Dejan de tratarse acerca de las personas y comienzan a tratarse de la posesión, de quién es más mío y quién es más tuyo (¿Yo soy más mía que tuya o vos sos más mío que tuyo o yo soy más tuya que mía o qué?). Todo se vuelve complicado, rebuscado. No digo que no se disfruten los momentos de enroscarse, amarse, sentirse. Pero se opacan. Se opacan apenas comenzamos a querer que el otro dependa de uno. Se borran en cuanto empezamos a dar vueltas: que qué somos, que de dónde venimos y que para dónde vamos. Así, entre preguntas, se va perdiendo de a poco la esencia del ser, y ni uno ni el otro es feliz porque nunca se llega a responder completamente la lista de preguntas que nos planteamos, como si fuera lo lógico, lo correcto, que la otra persona cumpla ciertos requisitos fundamentales para ser el amor de nuestras vidas..
No creo que se trate de eso, realmente. Amarse no pasa por responder preguntas, ni encontrarse en el otro, ni planificar juntos, ni opinar igual. Amar es sentir el calor tan único del Sol incluso cuando no lo hay. Amar es risa, es pasión, es sexo y es vida. Amar es compartir.


(compartirse)

Yo soy del Sól y de nadie más.


Soy energía que guardada no sirve de nada. Libre seré mejor.


Y no me importa ni esta ciudad ni su aire gris, sé que en algún momento me voy a ir.


No tengo sueño.

Me duermo sólo para soñar con vos.
Porque en realidad saltaría todo el día, destrozaría cosas, gritaría y me quejaría de lo abrumante y patética que es mi vida. Pero son más fuertes las ganas de verte.

(Verte: con verte no me alcanza. ¿Se entiende a lo que voy? Quiero calor, caricias, abrazos, voluntad de ser y hacer y deshacer. Vení, volvé, vamos, no sé. Lo que sea, pero que sea pronto porque me carcomen las ganas.)

Espacio para dos.

Me hace mal esta cama, es demasiado grande para mí niñez etérea y mi desarreglo constante. Me sobran mantas, sábanas y almohadas. Me sobra espacio. Me falta tiempo para conseguir quien lo ocupe, quien lo complete, quien lo comparta conmigo.
Tengo frío en el alma. La necesidad me consume, la sangre me hierve fervientemente. Puede ser por diferentes motivos: que me hayan dejado parada completamente sola en el clímax de mi vida, que me hayan mostrado cómo y con quién pero no me hayan dejado probarlo, que me hayan abierto los ojos entre cosquillas, que me hayan mostrado algunos cielos y que ya no me dejen volver a verlos.

Profundidad, 
siento adentro: huecos, vórtices, remolinos.
Duele algo y no se sabe qué,
pincha y sangra.
Y de heridas viejas
se alimenta un mantra
de extensas repeticiones
que a mi mente, continuamente, desarma.

Persiste la noción,
decorada pero eterna,
de que la vida pasa y se va
y que la felicidad sigue estando.
Y aunque necesite mentirme para llorar,
soy la fiel expresión -de vez en cuando-
de que nada va a cambiar
(una sonrisa sigue siendo una sonrisa;
y tal vez ya no seas vos mi razón,
ahora será otro
el que me recorra y me de calor)

Ahora sí que te llevo en mi piel.



{érase una vez la historia de un señor que paseaba con su nieta todas las tardes. Ella lo acompañaba siempre a hacer los mandados a cambio de que, al llegar a casa, él juegue media hora con ella. El señor mostraba a la niña árboles y pájaros y la instruía en sus clases y nombres. Un día, el señor confesó a la niña que el Sauce era su árbol favorito. El tiempo pasó, el señor se fue de alma. Y la niña creció ya sin su compañía. Hasta hoy, que por un rato, lo volvió a sentir.}

¿Cómo estás?

(ésto es todo lo que yo te hubiese respondido):
En este momento, estoy enrollada, hecha un bollito entre un tumulto de ropa que tiene un perfume especial -bufandas, campera, frazada, etc.-, deseando con un fervor especial que mis ojos se cierren y mi cuerpo empiece a flotar. Necesito dormir profundamente por unas horas. Y no lo necesito por cansancio, sino por el placer de dormir, de enroscarme, de calentarme. 
Estoy introspectiva. Hoy, viernes, apenas salí del colegio me puse música y caminé hasta mi casa, pensando. Comí sola y sin ruido. Y ahora estoy acá, escribiendo, transfigurando mis realidades subjetivas. No quiero romper este ámbito. No quiero ver a nadie, quiero quedarme acá, tranquila, con Spinetta de fondo.  No quiero interrumpirme, ni a mí ni a mis pensamientos doblados y confundidos. Quizá esté bastante abrumada, sí, pero sin embargo estoy bien así.
Estoy cuestionándome. En realidad, más que un cuestionamiento es un desciframiento. Tengo muchas cosas escondidas de mí misma. No quiero sacarlas a la luz ni entender nada, simplemente me alcanza con saber por qué me hago constantemente lo mismo, por qué necesito lo que necesito o por qué creo necesitarlo. Estoy confundida. Pero repito, estoy bien.

No quería espantarte, no quería que no entiendas o que pienses que quiero que me entiendas y que me digas algo al respecto. Yo sólo te contestaría tu pregunta, pero me da más miedo serte cien por ciento sincera que serte simple. Así que prefiero no darte vueltas, no decirte que estoy confundida, enrollada, introspectiva pero bien. Si, al fin y al cabo, la contestación apunta a lo mismo. Da igual si te digo todo eso o si sólo respondo lo que te respondí (Bien, ¿y vos?).

Paz-ciencia.

No entiendo nada de nada, no puedo ordenar las ideas enmarañadas en mi cabeza.
Cada vez que cierro los ojos se me viene el mundo encima, siento los rebotes de mi pierna ansiosa durante toda la mañana, siento mi espalda curvada esperando colectivos, siento la nuca vacía, fría, azotada por el viento, siento fluir con comodidad a la sangre en mis piernas por primera vez en todo el día.
¿Cómo no caer en un profundo sueño? ¿Cómo no dormir, un rato o para siempre? ¿Como evitar tener ganas de perecer en la negrura abismal del ensueño, donde no se siente nada ni se piensa en nada? Despierta me duele el alma y el cuerpo no se detiene. Con los ojos cerrados me duele el cuerpo y a la mente le cuesta detenerse. Dormida... Sí, dormida parece ser la solución, dormida sólo vivo lo que sueño, no siento, arriesgo y no pierdo. ¿Qué puede pasar, si sólo es mi mundo de deseos reprimidos? ¿Quién me va a recriminar que hice algo mal en mis propios sueños? ¿Por qué la vida no puede ser así, que tengo que andar cuidándome de lo que dicen, lo que ven y lo que hago con mi vida?
Tengo ganas. No sé bien de qué, sólo sé que para saciarlas falta mucho. No aguanto más este año de mi vida, me están ahogando las cosas que tengo guardadas. Necesito que pase tiempo, olvidar, dejar ser, que fluyan ciertas cosas hasta desintegrarse. Que no me persigan más los recuerdos de un pasado para nada lejano, del que me arrepiento desde el fondo de mis entrañas, por haber perdido el tiempo, por haberme mentido, por haberme sometido, por haberme atado. Ya no más. Ahora sólo me queda la culpa de haberme hecho tanto daño.
Es cuestión de esperar, de tenerle paciencia a la vida.

Rústico.

Rústico. No hay palabra más adecuada para definir esto. Me agrada.
Al igual que el perfume que me quedó en el cuello.

La corteza de una gran historia, quizás.
O de otra derrota más.
Tiempo al tiempo, tal vez. O sentir, de una vez por todas. Dejarse llevar. Ir. 
¿Alguien más pensará así?
¿Alguien más creerá que con que fluya, alcanza?

Mejor sola.

"todo depende mucho de la gente que te rodea
por eso más de una vez elegí no rodearme"

Paseo por el barrio de una ezquizoide.


Calle Monteverde. Por acá camino todos los días cuando vuelvo del colegio a casa. Lo único que
hay son casas repetitivas y naranjos, que veremos más adelante. Lo divertido de caminar sobre
esta callecita es que, si inclinamos la cabeza sobre nuestro hombro derecho, parece que nos fuéramos
deslizando sobre el suelo. No sé bien por qué se produce esta sensación en mí. Supongo que por la monotonía:
se siente como si caminara una y otra vez por el mismo lugar pero, de repente, ya he llegado a casa.

Aquí un naranjo de los que les hablaba. ¿No son hermosos? A mí me expresan una felicidad enorme,
más que nada cuando puedo mirar el Sol a través de ellos. Tienen una energía diferente a la de los
 demás árboles, por lo menospara mí. Me  inspiran, me incentivan. Aunque suene estúpido
que me inspire mirar el Sol a través de un árbol en particular, es mi verdad. 

Esquina de Monteverde y Debenedetti. Justo donde termina la foto está lo que quería fotografiar:
Un árbol de nísperos.
Mi abuelo siempre recogía algunos para mí cuando pasaba por ese lugar.
No pruebo un níspero desde su ida.

Otra vez naranjos. Y el Sol. Hermosos. Fuerza, pasión, vida. Eso son.
Colores tan radiantes -verde, naranja, amarillo, celeste- tan vitales.
La alquimia natural de estos elementos concluye en mí paz interior.

Esta es una palmera que quise fotografiar sólo porque me pareció muy linda. Pero
no soy buena fotografiando, como verán.
Primero, porque iba caminando, no me detuve ni un momento. Segundo, porque me cámara
no tiene pantalla y el visor no altera la imagen con respecto al zoom, por lo tanto, debo adivinar.

Casi llegando a la casa de mi vecina Berenice. Buena niña, si las hay.
Y los naranjos otra vez, que veremos con más detalle en la próxima fotografía.

Esta es mi fotografía favorita.
No voy a volver a explicar por qué.

¿Ven eso? Deben admitir que es hermoso. El naranja es el color de la energía, de lo positivo.
Es el color que quiero ser, es hermoso. Me da paz, felicidad, resguardo, calor.
Bellos frutos de la energía, oh, ¡bellos!

Pareja caminando por Monteverde. Si observan bien, la chica es más alta que el chico.
Jajajaja.
Visión transversal de la calle Bermúdez.
(tomada desde la intersección con Monteverde)
¡Tanto cielo, y mirá vos cómo te encerraste!

Qué cielo, qué árboles. Lástima que también hay edificios y cables arruinando mis paisajes.

Bella esquina de Debenedetti. Fotografía tomada debajo de los naranjos, hacia la casa azul,
bella, feliz, d i f e r e n t e. Rompe la monotonía sin culpa. La destroza.

Pará que me pongo el moño.

Qué fácil debe ser conocerme. Si leés estas páginas, sabrás cómo soy, quién soy y por qué.
¿Qué más querés? Estoy regalada.

Dormir en vos.

Si usás una musculosa, nene, me voy a enamorar, porque me gustan los hombros, la piel tersa de esa singular parte del cuerpo, restregar mis mejillas y descansar entre ellos y tu cuello.
Esta soy yo durmiendo en tu cuello.
Me das imágenes iluminadas por el Sol, me das siestas en el pasto, en tu pecho, en tus labios. Me das perfume viril, sonrisa de niño y belleza profunda.
Te siento de manera muy natural, como la tierra, como tu piel. Una música tenue nos decora, nuestros cuerpos son adornados sólo con sábanas, fiel expresión de de lo que somos.
Vení. Vení, que te hago fuego para incinerar mis ganas, te hago peldaño de mi escalera al cielo.
Me generás un deseo enorme, ganas, sensaciones. Quiero verte, oírte, sentirte y revolotearte de vez en cuando, fluirte, volarte, llenarte de ganas a vos también.
Dejame ser y, tal vez, pueda llegar a ser cualquier cosa que hayas deseado. Porque tengo todo para vos, mientras no me pidas nada que yo nunca haya podido entender: no me pidas que cambie, porque yo no cambio, yo me transformo; no me pidas que abandone nada, porque yo no sé restar, sólo sé acumular; no me pidas tiempo, porque yo no te puedo dar el mío; no me pidas oportunidades, porque hay por todos lados.  Pero pedime, que tengo, paz y una violencia etérea al mismo tiempo, calma para disfrutar y energía para derrochar. Tengo versos y jadeos, ojos para hacer y manos para ver, tengo prudencia y tengo improvisación, tengo ganas, igual que vos. 

Nena, nena...

Buenas historias, si las habrá habido. Buena historia. Buena historia la nuestra.
Érase una vez una chica que estaba bien. Un día, como para desestabilizarle la vida, apareció en su mundo un pequeño -pequeñísimo- ser de ojos color cielo de abril. Fue en abril, de hecho. ¿O fue en mayo? No, no. Fue en abril. Volviendo al tema, resulta que este pequeño ser irrumpió la quietud emocional de la muchacha para regalarle tiempos de paz y de amor, tiempos de cosquillas en las pestañas, de besos húmedos. De felicidad, simplemente. 
Y la llenó de cosas que nunca había conocido, la llenó. Sí que la llenó. Como pudo, con lo que pudo. Pero lo hizo.
Fueron días en que ella no se dio cuenta del paso del tiempo, hasta que el ensueño le cayó encima, en forma de preguntas indescifrables como "¿qué somos?" y "¿qué vamos a hacer?". Ella nunca había estado pendiente, nunca había pensado, si quiera, en la posibilidad de una relación. Fue por eso que cuando él le habló de eso, la niña corrió espantada entre calles desiertas, pidiendo que la dejen ser, que de a dos o de a muchos o de a uno era lo mismo. Creyó que de esa forma el pequeñísimo ser se espantaría, o se daría cuenta que ella no lo apreciaba, no lo amaba lo suficiente como para atarse a él.
Pero no. El pequeño siguió insistiendo, jurando amor y prometiendo felicidad, excusándose en su dolor y pidiendo oportunidades para hacerla cambiar de parecer.
Boba, pequeña boba, débil. Cedió, a pesar de saber bien que ese chiquitito no era para ella. Creyó que importaban más los momentos de felicidad que los de vacío, creyó que si se quería construir, se debía luchar. Pero parece que él no veía las cosas de tal forma.
Luego de un tiempo -corto, cortísimo-, cuando ella ya se había adaptado a caminar de a dos, algo sucedió.
Una revolución interna en el ser pequeño cambió las cosas. El niño se aburrió, o se asustó al descubrir verdaderamente a la persona que tenía al lado. O, quizá, sólo se sintió mal. De una forma u otra, se rindió. Y, sin dejar explicaciones válidas o coherentes, se marchó.

Ah, pequeña niña, te creíste encantos de mentira otra vez, de gente cobarde que no sabe ver, no sabe sentir ni creer. Si sabías que iba a terminar así ¿por qué quisiste seguir? Sabías que nunca llegarías a ser feliz, no así. Pero bueno, es obvio ¿o no? Te pone triste ver a los demás tristes por vos, no ibas a poder soportar verlo llorar por decirle que no. Preferías adaptarte, cambiar, antes que ver al pequeño ser obligado a marcharse a duras penas.
Bueno, nena, por haber creído y cambiado, así te fue. No lo hagas más, nena, que no hace falta cambiar nada para ser amada. No te olvides de eso. Sos como sos, no tenés la obligación de hacer feliz a nadie más que a vos misma. La próxima vez, pensá en tu vida y después en el cambio. Que no siempre es fácil, no siempre es placentero, pero fundamentalmente, no siempre es necesario.

Te invito.

Te invito,
te espero
Faltás vós, acá.
en la cama
en la cima de esta montaña
para alcanzar lo más lejano
lo más profundo
lo más pagano
y sentir
como nunca,
como cada vez que se afinan los sentidos,
que se pierden los sonidos,
que se funden las señales
y nos convertimos en carne,
nada más ni nada menos.
Bebamos, brindemos
con veneno, elixir o fuego
que igual nos recorrerán
algunos brotes de felicidad.
Seamos dos en uno
un pliegue absurdo
entre dos bocas necesitadas
que con fulgor, pasión, entrañas,
andan buscándose.

Sí, buscame
que mi cuerpo fue creado para vos,
tus dedos, cariño, calor.

Parece una ironía toda la entrada, pero juro que no lo es.

Me doy una risa enorme. Parezco resentida.
No lo soy igual, eh. No estoy resentida. Si sola funciono mucho mejor que con alguien, ¿por qué estaría resentida? 
Estoy bien, feliz, desbordo alegría. Estoy empapada en un lívido yugo de felicidad, volátil, contenta. Tengo una vocecita fina vagando en mi ser que va saludando a todo lo que me rodea. Le sonrío a la gente vacía, a los coloridos y a los salvajes. Les deseo, de lejos, la felicidad, aunque no los conozca. Porque así soy cuando estoy bien: una chispa, lúcida, ávida de ser, dar y recibir. Me siento fuerte como el Sol, profunda, sensible, agudizada. Y reconozco que lo que ayer fue una simple astilla en mi pie descalzo, hoy es un motivo más para ser fuerte. Otro más. Y nada más.

La cotidianidad puede estar llena de abruptos cambios. No en su disposición y estructura -de ser así, no sería cotidianidad- sino en la persona que la transita. Porque los seres somos los dueños de la rutina, no ella de nosotros.
Esos cambios, siempre son para mejor, si así se miran. No hay mal que por bien no vengan, habrá dicho alguna vieja. Y es así, somos desgracia y estamos destinados a perecer, a tropezar una y otra vez con la misma piedra. Es nuestro destino, nuestro karma, como le quieras decir. Pero si lo vamos a tomar así, como un "ya no hay vuelta atrás", deberíamos suicidarnos todos, para acabar con el sufrimiento. Sería una salida, no sé si fácil, pero lo sería.
En cambio, se puede también seguir tropezando y sacándole el jugo -o la sangre, si se quiere- a esas caídas. Tal vez, no sirva de nada, porque, al fin y al cabo, todos teminamos igual: bajo tierra. Pero el punto es que, por lo menos, disfrutamos lo vivido.

Desparramemos sonrisas, vivamos saltando, corriendo, jugando. Seamos felices, seamos como seamos. Paz, amor, libertad, respeto. Soñemos, porque sólo en los sueños es libre el hombre.

Ya me olvidé.

Sobre tus regazos me dispongo a escribir estos violentos, vigorosos versos. Claro está que no es literal: no puedo escribir sobre tu regazo porque no estás acá, así que esto es una metáfora que me denota escribiendo sobre vos, arriba tuyo, aplastándote.
En definitiva, tengo miles de cosas por decir, pero creo que no vale la pena, porque  todo está claro en mi cabeza: no te quiero cerca, me hace tan mal estar con vos como me hace mal estar atada a algo. Soy una persona que nació para enorgullecerse de su independencia, y no puedo hacer eso estando enamorada.
Decía, entonces, que sobre vos iba a escribir unos aplastantes versos. Bueno, ya me los olvidé, así que espero que te baste con esto: Gracias (por haberme hecho reír, haberme hecho sentir el cielo en mis narices,  por sacarme todo de repente, estrellarme, haberme hecho cambiar tantas cosas para poder estar con vos, decepcionarme y haberme mentido sin sentido alguno). Chau, en serio y con furia, chau.

Intocables.

De reojo, ahí, debajo del sol. Se miran, tendidos al cielo, expectantes, esperando un soplido del viento para rozarse. 
De pronto, se encuentran soplando las pestañas del otro, saboreando su respirar. Y, cuando ya no quedan más palabras ni más miradas por intercambiar, se reprimen para no quitarle un beso al otro, para no probar de ese elixir que ambos deben pero no podrán dejar jamás.
La distancia entre uno y otro sabe ser caldera y, a la vez, apaciguadora de la pasión que los enreda secretamente. Tanto uno como el otro sabe que más allá de ellos existe un fugaz cielo que lo une, pero pasar esa ilusión al campo terrenal, de las realidades, lleva a la inmediata destrucción de lo que se construyó solo, con fragilidad, tiempo y cariño amortiguado. Es algo así como un proceso dialéctico, en el que no se deja de concebir el amor como el mismo engendrador de lo que lo llevará a su destrucción. 
Son de mundos diferentes, distantes y ocupados. Sólo de vez en vez encuentran los momentos para reír  llorar o simplemente respirar juntos. La lejanía separa mucho más que sus cuerpos. Separa también sus deseos, sus conversaciones, sus momentos de sentir el perfume del otro para conocerse más íntimamente, más de cerca. Sus momentos para sufrir el no poder tocarse, sentirse piel con piel, profundos; no poder amarse.

¿Qué hacer cuando se sabe que lo que se avecina, terminará mal? ¿Es que acaso está bien arriesgar el pellejo aún cuando se sabe que esto inútil? ¿Deberíamos, entonces, evitar que comience aquello que sabemos que, en algún momento, va a terminar?

Receta para evitar desilusiones.

Soy de esas que se confunden y creen que pueden hacer feliz a todo el mundo.

Nota mental: Hay gente que no necesita que la hagan feliz, a otros le vendría bien pero no lo quieren y con otros simplemente no se puede hacer nada.
La desilusión de no poder hacer feliz al otro puede someter a un sentimiento de decepción con uno mismo. Ese sentimiento corrompe a la persona que lo sufre, baja su autoestima y comienza a desarmarla desde adentro hacia afuera. Pero es evitable: Sólo se debe eludir todo sentimiento positivo. También es crucial dejar de confiar en la gente y encerrarse en uno mismo. Olvidar a todo aquel que se haya acercado alguna vez y no dejar que se acerque nadie nuevo. Restringirse a unas pocas relaciones que no superen el triángulo familiar directo-uno mismo-círculo íntimo de amistades. Y seguir mirando para adelante, siempre. Porque mirar hacia atrás es aferrarse al pasado.
Y no se debe estar aferrado a nada.

Desarmarse.

Cometer errores
de los que a veces se cometen,
vacilar y sonreír
mintiendo.

Y llorar las lágrimas
sin afrontar el sentimiento,
amar todo el tiempo
sin saber a qué.

Desarmarse,
como se desarma el viento
para poder convertirse
en mi aliento.

Aflorar una pena
marchita,
ajena
fuera de sí.

Volar sin sentido
y dividir
el alma y el cuerpo
para ya no sentir.
La frustrante sensación de que todo acabó, de nuevo. 
Qué raro, Mica, ¡otra vez repitiendo historias! ¿Cuántas van ya? ¿Tres, cuatro? ¿Pensás seguir sumando fracasos o, alguna vez en tu vida, vas a afrontar que la culpa la tenés vos por ser tan confiada?
Nunca más, eh. Nunca más. Esta vez me dolió en serio. Nunca más.

Volveré a ser lo que no fui nunca.

Lágrimas que rebalsan desde este cuerpo vacío, remiten una tristeza desbordante, abrumadora. Es mi alma muriendo, secándose desde adentro hacia afuera, para volver a ser como era antes.
Este período de mi vida fue un bache, en el que subí al cielo a tocar nubes con las pestañas. Pero ya se acaba y, como en todo período, viene el descenso, en el cual nado en el peor infierno por un tiempo antes de volver a la estabilidad que me brinda ser una persona de sentimientos acorazados.
Volveré, así, a ser arisca, poco demostrativa, menos inocente, evasiva y objetiva. Volveré a dejar el compromiso y el amor de lado, y reivindicaré mi figura de mujer independiente. Volveré a ser fuerte.
Volveré, también, a sentirme sola en las tardes y volveré a llorar a en las noches. Volveré a desestimar mi propia personalidad y a hundirme entre sábanas ajenas sin ningún sentido. Volveré a anhelar un suspiro, un perfume y una sonrisa. Volveré a extrañar, pero esta vez, como nunca antes, pues nunca antes me había enamorado.
Y aunque mi orgullo, en parte, me prohíba decirlo, por otro lado necesito hacerlo: No quiero volver.

Setenta y te extraño.

Felices setenta años al señor ese que a pesar de ser un abuelo, pegaba posters de los Rolling Stones en su casa, que tenía los dedos de las manos pegados, que tarareaba canciones de Charly García para que a mi se me pegaran, que guardaba caramelos en el frizzer para no dármelos derretidos (él sabía que yo los odiaba derretidos), que se armaba sus propios cigarros, que jugaba todas las tardes conmigo (a eso de las siete, después de tomar mates), que me iba a buscar al jardín de infantes, que seguía, complementaba y era parte de mis historias de niña, que me crió los primeros años de mi vida, me cuidó, me enseñó, me complació y me hizo reír tanto. Gracias.

Te extraño.

that's what you have


Hay cosas que duelen de más.

Jugamos el papel de víctimas para dar lástima, para quedar bien. Y, al fin y al cabo, no le damos lástima a nadie más que a nosotros mismos.


Basta, te amo, te necesito, volvé a sonreirme, no aguanto más, no puedo seguir así.

Texto de autoayuda barato + carta al lector.

No es fácil. Nada es fácil, pero esto menos. No es fácil encontrar las palabras justas, ni los modos correctos para hablar de esto. Tampoco es fácil ordenar los sentimientos, separarlos de los pensamientos, apartarlos de nuestros prejuicios y liberarnos de nuestro bagaje emocional.
De todo lo que nos pasa en la vida, se obtiene una enseñanza. Estas enseñanzas son interpretadas de diversas formas por cada uno de nosotros. A mí, la vida me enseñó a encerrarme, a olvidarme, a no perdonar, a mirar siempre para adelante, a saber ser fuerte, a no sostenerme de nada que no sea yo misma. Y no porque la vida haya sido dura conmigo, sino porque todo lo que me dio alguna vez, me lo sacó sin previo aviso.
Me llevé decepciones, se me alejó mucha gente que significaba mucho para mí, me mintieron, jugaron conmigo, se equivocaron sin darse cuenta que atrás de ellos (o al lado, mejor dicho) estaba yo. Y soporté muchas cosas de mucha gente, aguanté y aguanto prejuicios, quejas, planteos y llantos que en realidad no  me corresponden. Pero no puedo ser tan egoísta como para no prestar un hombro, no dar un abrazo y dar vuelta la cara.
Y, de todas formas, fue así como nos conocimos. Vos desesperado, dolido y usado, poniéndole el hombro a una relación que no daba más y yo, sola, como siempre, tranquila, dispuesta a dar y esperando, por una vez en la vida, recibir.
Acabaste con todo. Terminaste mi vida como la había sabido mantener hasta ese momento. El amor es una mierda, te desestabiliza todo. Yo supuse que podía manejarlo pero es imposible. Encontrar el equilibrio entre dos personas, dos vidas, dos tiempos, dos temperaturas, dos voces diferentes es difícil. Es un barquito de nuez en el océano: perdemos el rumbo, nos ahogamos, nos caemos, nos hundimos. Nos perdemos.
Me desarmé como persona, cambié y sigo cambiando: me abrí, empecé a sentir, confié, reí, amé. Y ahora, siento que necesito volver a ser yo, volver a la roca, al hielo, a la frialdad y al acero, porque tengo miedo.
Miedo a miles de cosas, inexplicables, fantasiosas, estúpidas. Pero miedo al fin, y miedo del que no se contiene. Parece que soy la única persona en el mundo que cree que los defectos son menos importantes que el amor que se tienen dos personas. ¿Que acaso no pesan más los momentos vividos que los errores cometidos? ¿No pesan más los besos que las lágrimas? ¿No pesan más las horas juntos que los minutos que me tuviste que esperar?
No sos el único que dejó cosas, que renunció, que se esforzó. No entiendo tu persistente enojo. No te olvides que yo tuve que cambiar mi forma de ser para poder estar con vos. Cambié de mentalidad, de prioridades, de tiempos y de humores. Cambié mucho y todo por vos. Te necesito como nunca necesité a nadie en el mundo. Te convertiste en mi vida. Ya no sé qué hacer para detener tu enojo, no puedo aguantar más esto así.
Vos lo dijiste, no existe la relación perfecta. Pero de ahí a estar enojado cuando ya te pedí perdón y te aseguré un cambio, hay un largo trecho. Basta, volvamos a lo que éramos, volvamos a ser lo que hace al otro feliz, volvamos a ser la sonrisa, la alegría, el sol, las tardes tirados en el pasto, la risa, el amor. Volvamos a ser nosotros, por favor te lo pido.

Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar.

Desde el despertar hasta el dormirse de nuevo, juntos. El ciclo de un día de nuestras vidas, juntos. Desde la mañana despejada hasta la noche oscura y fría, juntos, enroscados entre nosotros mismos, el uno con el otro, palpitándonos. Sintiéndonos respirar toda la noche, entre el calor del otro ser y el de una manta compartida. Amándonos, desde el Sol hasta la Luna, desde el celeste hasta el azul profundo, desde las nubes hasta las estrellas. Juntos, compartidos, como se comparten un café y un disco de Serú Girán, un sahumerio y un cigarro. Juntos como quisieran estar tantos, pero mueren en el intento, se desarman, se desgarran, se aplastan el uno con el otro con tal de llegar a la cima, a la cual quizás llegan, pero solos. Juntos como se juntan los amigos a tomar mates y tocar la guitarra, como se juntan el té y el azúcar cuando revolvés, como se juntan los besos y los abrazos en este cuarto. Desde la primer estrofa hasta la última, juntos. Desde que el mar despierta para abrazar tus pies fríos hasta que la sábana te cubre de seguridad desesperada. Juntos.
Porque nada importa, nada vale más y a nadie pude amar así: Juntos.

Círculo.

Aun siguen con esa sensación de paz que se produce cuando acaba el temblor y, sin embargo, ya comenzaron a mentir. Es que, en realidad, nunca acabaron.
Son pueriles engaños entre sábanas rebuscadas. Ellos son cuerpos desencontrados, nada más.  Y mienten porque creen no tener otra opción, porque ninguno de los dos sabe que el otro no siente lo que dice.
Alguna vez se quisieron demasiado como para hacerse mal, pero ya no sólo se compadecen del otro, sino que se dan lástima mutuamente. Están enfermos por una relación que fueron deshaciendo y encerrando en un círculo vicioso de engaños que hasta a ellos mismos convencen de a ratos.
No hay detonante posible para que exploten verdades, no hay forma de romper con el karma si ellos no se deciden por algo.

Toman un café, escuchando la música de siempre: Esa que los acompañó en los momentos de mayor pasión y que estuvo de fondo en tantas charlas profundas. Pero hoy no es más que una molestia, que los acerca al recuerdo de lo que fueron alguna vez y les plantea que ahora ya no son esas dos personas enamoradas que reían y disfrutaban de las mismas cosas. 
Ambos están sufriendo en silencio, rogando que se rompa el espejismo débil que inventaron. Desean mostrarle al otro una punta de su dolor, para que tironee de ella y saque el resto hacia afuera. Pero al estar ambos tan inmersos en sus pensamientos y en sus sentimientos, no ven ni escuchan al otro ni a sus señas. Son ciegos, son sordos, son plásticos que recubren una fruta por demás madura que está dentro de ellos y que comienza a pudrirse.
Te amo igual.

Días de llantos.

Cuando no me ves lloro.
Lloro las ganas de verte, lloro la impotencia que me genera que me ignores así. Lloro porque no sé si creerte que me amás, lloro porque no sé si me amaste hasta ahora. Lloro porque tengo miedo de repetir historias, lloro porque esas historias fueron pesadillas. Lloro porque fui feliz durante mucho tiempo y sin descanso hasta el día de hoy, lloro porque me sentía bien.  Lloro porque no me ves, lloro porque te extraño. Lloro porque nada de ésto tiene demasiado sentido y sin embargo me desató una cantidad fenomenal de emociones que me escandalizan la vida, lloro porque sí. 
Lloro porque creo que con esto me estoy yendo a la mierda.

Brotan lágrimas suavemente. No es un llanto espasmódico, ni con desesperación, ni con ruido, ni gritos ni angustia. Simplemente comienza a salir, muy de a poco, todo lo que reprimí durante estos últimos días: más que nada, expreso mi miedo.
Miedo a perderte. Miedo a que te vayas, a que me dejes. Miedo a que me destruyan de vuelta. Miedo porque no voy a aguantar otro fracaso. No puedo. No me da más el alma.

La ignorancia mata.

Tengo una necesidad atroz de hacer un planteo. Toda mi vida, hasta ahora, había sido ajena a esta necesidad. Hasta llegué a considerarla patética.
Pero ahora tengo esa compulsión de no dejarlo hablar, de decirle en la cara todo lo que me molesta, de pedirle que me mate pero que no me haga esto, de perder el control y moverme espasmódicamente de un lado a otro mientras digo cosas descontroladas y sin filtro de las cuales seguramente me arrepienta al día siguiente, de atosigarlo con ideas estúpidas que debo haber inventado sin justificación alguna y de irme caminando rápidamente, sentarme en el cordón de alguna calle y largarme a llorar con todas mis fuerzas, para terminar de sacar este conjunto de emociones mortificadoras encontradas.
Me quiero hundir. En dónde ser, me quiero hundir.
Hundirme en una depresión. Hundirme en tus arenas movedizas. Hundirme entre un par de piernas largas, de piel suave y tersa. Hundirme en los brazos de mis amigos. Hundirme en un océano de lágrimas. Hundirme, ahogarme... Morirme.

La sociedad de los poetas muertos.



-No olviden que a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo [...]. Les contaré un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería... son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor, son cosas que nos mantienen vivos.

(Dreaming my life away counts for nothing)


Si mi boca explotó fue porque no me dejaste hablar.
Si mi cabeza se partió fue porque no me dejate expresar.
Si mi cielo se vino abajo fue porque no me dejaste escribir.
Si mis ojos se murieron fue porque no me dejaste leer.

Si me alejé de este mundo, fue porque no me dejó ser.

Sangre - de - tintA

Sangre azul, sangre de tinta. Vórtices trigonométricos. Parecen metal, como tu rostro de hierro. Tus emociones, frías de acero. Tu insensibilidad, manos que no tocan, corazón que no ve, ojos que no sienten.
Sangre de tinta porque escribir me corre por las venas, porque necesito expresarme, no como vos, piel de elefante, cal y arena, mezcla horrible. Piedra.
Sangre de tinta desmiembra el sentido de las oraciones que suele poder enhebrar y enredar tan bien... hoy no, no puede malabarear con las cosas porque la mente le pesa un poco (bastante, en realidad) y porque creo que tampoco quiere hacerlo, es mejor el fluir de la consciencia y que salgan estas cosas que a veces cuesta hacer salir. Es mejor así, sí. Siente como respira el alma, en un soplo de libertad soñada. Sí, se siente como calma. Dulce, hermosa clama. Ya se irá...

(Tuve un orgasmo mientras escribía esto ♥)

Un recuerdo regalado.

Para mí, los regalos lindos son los chiquititos: ese beso donde el otro sabe que te gusta, ese corazón mal dibujado en una hoja de la agenda, una comida que guste mucho, un boleto de colectivo con una frase atrás, una foto de cualquier cosa a la que le puedas dar un significado, una hoja seca recogida el primer día de otoño, un disco improvisado, un recuerdo, cualquier objeto común redecorado, una piedra rara, algún dibujito, esa sonrisa especial que no se da siempre, un té juntos, o simplemente cualquier cosa de las anteriores partida a la mitad.

Igual, vos lo lograste.

Tengo el temor de que mi pasión sea más grande que la suya. Porque mi forma de amar es así, apasionada, llena de cosas que a veces otros no sienten. Yo, no sólo necesito amar y ser amada para sostener una relación. Necesito también apasionarme y ser el objeto de la pasión del otro.

(Quiero ser el aire en sus pulmones, la sangre en sus venas, el néctar de sus flores y el elixir de su vida. Quiero ser todo, que es mucha más que sólo una amante. Quiero ser novia y amiga, confidente, sostén, apoyo, felicidad y paz. Quiero ser vida y obra, quiero ser su diversión, quiero ser su deporte, su escultura, su necesidad y su orgullo. Quiero ser todo eso que él es para mí.)

Acabo de descubrir que soy complicada. A pesar del amor, me urgen otras cosas. Cosas que me pudo dar una sola persona en toda mi corta vida.

(Me urgen: risas, música, arte, conversación, sexo, emoción, placer y profundidad.)

Ahora entiendo por qué soy capaz de amar tan fácilmente. Porque, para mí, amar no es más que un componente de todo esto. Amar no es lo clave en mi mundo.
Soy la felicidad más difícil de lograr y la más complicada de hacer durar. Soy simple para amar, pero no para todo lo otro, que, al fin y al cabo, termina siendo tan crucial como el amor.

(Qué quilombo)

Copla pa' mis vueltas:

Me cuesta pedirle a mi sangre que se calle para poder así yo escuchar a mi parte más racional. Porque a mí la sangre me hierve y me grita y me dice y ordena. Y yo hago lo que me dice, porque eso es lo que me nace y no lo que se me ocurre. Porque lo que se me ocurre en realidad no se me ocurre, sino que son cosas que alguien ya me dijo o que yo ya escuché y que quedaron grabadas en mí, sea yo consciente de esto o no. 
Entonces decía yo que hago lo que la sangre y no lo que la mente, o por lo menos eso intento; y que no me sale ser racional, aunque a veces sea necesario, como ahora. Por eso esta vez me digo que sería bueno poder pensar, porque lo necesito, porque tengo dudas. Y me respondo, a la vez, que estas cosas no se piensan, se sienten, se demuestran. No se analizan, se viven. Así dejo las dudas que me ensombrecen y hasta que me hacen llorar, como aquella vez en la que no me aguanté y los lagrimones me saltaron de los ojos y me lloré todo un mar en su hombro. Porque escribiendo disipo las dudas y disipando las dudas estoy aprendiendo y, en realidad, me están enseñando a ser feliz.

Borrachos.


"Mi vida" me dice el borracho. Qué ironía ¿Qué es la vida de un borracho? ¿Yo soy eso? 
¿Debería agradecerte o maldecirte? Porque, se supone, todo el mundo dice, que los borrachos nunca mienten. Sin embargo mi vida está como está porque mis borrachos me dicen cosas de las que después se arrepienten... Entonces, ¿vos sos un borracho como mis borrachos o sos un borracho de los de todo el mundo, de esos que dicen la verdad?
¿Sos de los míos o sos del mundo? 
Ni una ni otra respuesta me va a venir bien. Me cago en mí.

Colapso.

Ser feliz a costa de todo lo que pase al rededor, a costa de todas las obligaciones que tengo y que no me gustan, a costa del sistema en que estamos inmersos, a costa de saber que una vez que termine el secundario voy a tener que seguir estudiando para después trabajar, para luego seguir trabajando y para no parar nunca, a costa de saber que hay una sola forma de vivir (que es esta) y por más de que no me guste jamás la voy a poder cambiar. 
Quiero parar, quero dejar de esudiar, quiero vivir la vida feliz. Quiero hacer lo que quiera yo, no lo que me obliguen, no quiero tener que romperme el culo toda la vida para nada, porque al fin y al cabo, todos terminamos igual y abajo de la tierra. Y cuando los gusanos nos estén comiendo, no se van a fijar en qué fue cada uno acá arriba. 

Así es nuestra vida.

Y se van consumiendo como se consume un cigarro.
Y siguen girando, como una bola, que no para.
Y siguen riendo, porque así es la vida.
Y siguen existiendo como si esto nunca acabara.

(Capaz mañana estamos muertas, hagamos hoy todo lo que podamos hacer) 

Grita, llora, reza.

"¡Amén!" grita.
Grita, grita, grita.
Siempre grita, siempre llora.
Siempre reza.
¿Es que nunca se calla esta mujer?

Más fuerte, más fuerte,
a ver si para de gritar.
Más fuerte, más grita.

Más lento entonces,
más despacio.
Y me grita que quiere más.

Le hago caso para que no me siga gritando
y empieza a rezar.
Y no acaba hasta que acaba.

"¡Amén!" girta.
Se acabó, pienso yo.
(Gracias... ¿A Dios?)

Cuándo habré cambiado tanto

La lluvia golpeando las chapas del techo, la música sonando baja, la muchacha y su gato recostados en un menjunje de sábanas y la tristeza más grande del mundo abrumando su cabeza y sus ojos.
Ya iba una hora de llanto y parecía que no iba a parar. Las voces en el cuarto de al lado ya se habían callado, pero lo que se habían dicho en quince minutos encerraba una eternidad de lamentos, un futuro incierto y lo que -ella pensaba- se convertiría en un arrepentimiento.
Sin embargo y a pesar de todo, había algo más que la molestaba. Ella siempre se había jactado de su seguridad frente a sus actos, pero esta vez se sentía en el limbo de su existencia, lo que la mantenía preocupada y triste. En poco tiempo había comenzado a arrepentirse de todo lo que alguna vez había dicho: ya no la hacían feliz las mismas cosas, ya no perseguía los mismos objetivos, ya no sentía lo mismo. Y sin embargo no sabía qué era lo que ahora la hacía feliz, no sabía detrás de qué iba...
Siguió llorando hasta que se durmió. Soñó con flores negras y casas vacías.

Igualmente, sí sabía algo: que sentía (la inseguridad que sus problemas le traían, el miedo al cambio,  que todo lo que fue alguna vez se le venía abajo. Y, para colmo, sentía amor).

Grito, lágrima y veneno soy.

¿Puedo?
¿Puedo no abrir los ojos otra vez?
No siento el alma.
Soy un grito,
grito desesperado.
Y de dolor.


Estoy vacía.
Hago mal.


Lloro.
Lloro y mis lágrimas son veneno,
el veneno bebido
por cada flor
a mi alrededor.

Quema el papel, se deshace el corazón.

Cuando estoy nerviosa o me siento mal o simplemente no sé lo que me pasa (como ahora) lo único que me calma es agarrar una lapicera y apretarla contra el papel. No precisamente para escribir. A veces hago líneas, dibujo cosas sin sentido y parafraseo canciones. Hago cualquier cosa que implique movimientos de mi muñeca derecha. Porque es así en la forma que descargo lo que está en mi cabeza: baja por mi garganta, pero este mundo me impide gritarlo, entonces se va. Desciende por mis arterias, a través de mi brazo y se convierte en un movimiento. Un movimiento que plasma en este papel y se muere. Yo muero con él.

Basta.

Triste. Triste me ponen los días grises, en los que no llueve pero tampoco hay sol. Esos días neutrales son el "tal vez" de la naturaleza. Y como a mí no me gustan las cosas indefinidas, tampoco me gustan esos días. Y me pongo triste.
Miedo. Miedo me da necesitar tu hombro para apoyar mi cabeza. Da miedo porque yo no soy de necesitar muchas cosas y ahora, de repente, te necesito a vos, necesito sentir la sonrisa chocando en mi cara, los labios rozando mi frente, los ojos surcando mi piel.
Fácil. Fácil es dudar de todo, siempre, porque sí. Fácil es no dar respuestas o contestar incoherencias o evadir un tema. Sí, eso suele ser más fácil que replantearme las cosas no sólo para sacar conclusiones, sino también para poder decidir.
Reproches. Reproches son los que me cansé de escuchar todo el tiempo: que acá no, que allá tampoco, que por qué esto y por qué lo otro, que te dije que así no, que pin, que pan y que me importa un pito lo que pienses, hacés lo que yo te digo porque Ésta es mi casa o Ésta es mi escuela o porque soy predicadora del absolutismo monárquico y lo pongo en práctica en mi vida cotidiana porque no soy una reina europea del siglo XVIII.
Envidia. envidia es ese sentimiento repugnante que acompañado con el egoísmo corrompe las calmas aguas de este conjunto y contribuye a la competencia y al conflicto social dentro de este grupo reducido al que pertenecemos al llamarnos, los unos a los otros, "amigos".
Repulsión. Repulsión es lo que siento cuando veo las cosas que se hacen y se dicen estas gentes que parecen enamorarse de la mariposa de alas coloridas sólo por sus alas son coloridas. Personas a las que no les importa ni la dignidad, ni el orgullo, ni su propia sanidad mental y se tiran a la pileta aunque ya hayan visto que no tiene agua, sólo por el placer de tirarse y decir que lo hicieron, guardándose para ellos todo el dolor que sienten después. 
Amor. Amor es lo que salvará al mundo, amor es todo lo que necesitamos, amor es lo que corrompe la inestabilidad del ser más estable, lo que ablanda al ser más duro, lo que hace sonreír a cualquiera y lo que nos hizo desparramar lágrimas a todos. Amor es lo más lindo por un rato y lo que más te hace sufrir el resto de tu vida. Amor es eso que nadie puede definir pero todos dicen sentir.
Verdad, verdad es lo único que quiero leer, escuchar y escribir. Porque lo demás ya abruma. Hay que abrir los ojos y dejar de intentar ser lo que no somos, dejar de forzar todo y a todos para que funcionen a nuestro gusto y placer, dejar de idealizar y empezar a actuar, a pensar y a hacer.
Basta. Basta de encontrar en todo un pretexto para no hacer, una excusa para frenar. Basta de quejarse y no hacer nada. Basta de escribir que basta.