mar muerto

El sueño recurrente de escribir todos mis sueños, de vivir escribiendo, vivir para escribir, vivir de escribir. Comer, respirar, hablar, hacer el amor entre palabras conmigo misma. Es insoportable. No controlo esta verborrea horrible. No puedo parar de vomitar pensamientos en ningún momento.
Absorbo todo: tu piel, tu olor, tu precencia. ¿A quién le estoy escribiendo esta oración? Es la primera vez en mucho tiempo que no lo sé. 
No entiendo por qué la voz en mi cabeza no descansa, si es lo único que realmente quiere: dormir. Pero si mi cuerpo duerme, ella vive: sueña y vive más que nunca. Cuando me despierto me pide que escriba, que haga un cuadro, una película, que bese a alguien, que robe un cigarrillo, que pelee, que me duelan los golpes. Me pide y me pide y me dice y me indica y no siempre es fácil hacer lo que la cabeza quiere, lo que esa voz intransigente exige sin escuchar, sin entender de realidades únicas que me atan a este suelo. Si me desato me voy a volver loca, si me desato quizás tenga el valor de matarme. Tengo miedo. No: miento. Tengo un síndrome de espera eterna. Espero pero no tengo paciencia, no tolero. No aguanto. No aguanto la voz, no aguanto que no llegue lo que busco. No resisto la sensación de haberlo encontrado y haberlo perdido.
¿De quién es la culpa?
Mía. Porque no sé hablar en realidad.
Yo sé escribir. Yo sé pensar, reformular, alterar y recapacitar, mi mente sueña y cuando vuelve, me ataca. Me ataca con ideas seductoras. Pero mi boca no me responde. Nunca podría decirle a alguien que me siento enterrada en sus tierras, que no fui yo la que puso la semilla, que no siento culpa, que no me di cuenta cuando las cosas pasaban, que, como siempre, me tiré de cabeza a un río de aguas profundas pero rápidas. Que no pensé en esto. Nunca podría decir que no me esperaba un río con una única desembocadura: el mar muerto.
Lo primordial es la falta de valor en mi garganta. Lo que le sigue es que no tengo corazón: por eso y a través de eso mido lo que digo, cerebro, todo pasa por el cerebro. A veces por mis costillas, porque son lo que sostiene a mis pulmones negros. Recordar: respiro palabras. Inspirar y espirar son sólo palabras. Diástole y sístole también. Latido también. Sentido también. Amor también, pesadilla, asco, temblor, pulso, sangre, satisfacción, lágrima, palabra. Todo es palabra. Yo soy palabra, soy hoy y siempre, soy mentira, como todo. 
No hablar debido a que pienso mientras hablo y cada vez que pienso tengo palabras nuevas para usar. Si hablo mientras pienso algo nuevo, me contradigo, por lo tanto mis oraciones comienzan con una idea y terminan con otra que a simple vista, o mejor dicho a simple escucha, no tienen relación alguna. Mi conversación es confusa puesto que no tengo ideas fijas. Cuando puedo procesar este sistema de pensar-repensar-destruir-reconstruir es cuando escribo. Único momento de catarsis posible en mi vida. Cuando me siento con el papel y la hoja y me sincero en un movimiento de muñeca.

mierda

Tener miedo. No como película de terror, no espanto, no pánico. Simplemente quedarse parado, quieto, sin saber qué hacer, cómo seguir, a dónde ir si no es a donde nos lleva la vida. El querer cambiar y no poder, lo patético de perder la movilidad, la decisión propia. Lo triste de ser un paralítico emocional, un atrofiado en la vida. Lo absurdo de querer autoabastecerse cuando se trata de amor. No hay amor propio, es ridículo. Se perdió, no se encuentra, no se busca en realidad. Lo intrincado de no poder vivir sin amor, sin el amor del otro, del único que ama a este bicho, porque ¿por qué voy a decir mujer? ¿por qué decir humano? ¡¿Y por qué decir bicho?! Mierda. Si no soy nada.

responsabilidad

Lo más difícil consiste en entender que la felicidad y la fidelidad a uno mismo son la misma cosa: no hace falta perseguir nada. Están en uno. Dejar la victimización, el síndrome de estocolmo y el sistema de lado, afrontar una realidad única: no hacemos lo que realmente queremos. Mirarse cara a cara con el futuro y con el miedo. Si se pelea contra ellos, se gana. Simplemente dejar las excusas y afirmar que toda responsabilidad es de uno y nada más que de uno mismo. Desde ese momento nos perseguirá un monstruo devastador que nos llevará a la depresión o, indefectiblemente, al cambio. Ese monstruo es la culpa.

La culpa de saber lo que se debe hacer y no hacerlo.