Carmen de colores.

Carmen de colores.
Te mira y te lleva
con su voz, sus colores.
Salen de sus venas
las mariposas, a borbotones.

Le han enseñado a vivir
sólo sus penas y sus dolores.
Y ha aprendido a seguir,
llena de vida, dibujando a las flores.




Hola, amiga. Feliz cumpleaños.

De esa vida extraño.

Tengo tanto de qué escribir. Tanto de qué hablar. Tanto para estudiar.
Vengo y me voy.
Voy a tardar ocho días en subir dos renglones porque voy pasando todo de a poquito.
Le agradezco a mis profesores por ponerse de acuerdo en poner siete exámenes en una misma semana. Ah, y un oral de francés.
Oral de francés. Eso no debería existir.
Además todos dicen lo mismo: "chicos lean todo entero una vez, para entender el texto y después enfóquense en  los conceptos, porque son textos universitarios y les van a costar mucho y blah blah blah y les vamos a romper el orto bien de a poquito para que les duela". Bueno, eso último no lo dicen. Pero lo hacen.
Quiero tener vida.
Vida no de esa de vivir, de respirar. Vida de esa en la que jugás a mirar el sol, a ver quién aguanta más tiempo sin estornudar. Vida de esa en que te tirás en el pastito a dormir y a resecarte al sol, y sentís que la piel se te resquebraja y te acordás de la tierra cuando hay sequía en los campos, en el norte, acá, en Argentina, o de la maceta que tu mamá nunca riega y del lagarto que se sienta en el sol porque tiene sangre fría, dicen los que saben. Sí, vida de esa en la que te tomás el colectivo que dá más vueltas para no llegar a tu casa mientras escuchás música buena y leés carteles y te reís de lo malos que son los publicistas de hoy en día (eso que todo el mundo anda estudiando marketing). Ay, sí, de esa vida en que corrés por la vereda de la mano de tu mejor amiga, gritando que sos libre, capaz medio en pedo, capaz no. De esa vida, linda vida en la que ves a los que querés y a los que no querés no y le das un beso en la mejilla a alguien y vale más que mil palabras y más que mil sensaciones y más que mil vidas de gato (¿mil dividido siete? Bueno, muchos gatos). Ay, la vida, la vida, la que está llena de pasión y esa en que dicen que hay que bailar como si no te estuviesen viendo y trabajar como si no necesitaras la plata y amar como si nunca te hubiesen lastimado
De esa vida, esa vida en la que disfrutás y no tenés que correr atrás de la sociedad. Sí, de la vida a la que yo le digo vida.

Se abrió la jaula, se voló el pájaro.

Busqué formas de hacerle entender que éramos parte de un proceso natural, que todo cambia, que nada es para siempre... Pero no me entendió. Lloró desconsoladamente durante toda la charla, hasta vaya uno a saber qué hora, porque yo a medianoche me fui, rendida y un poco decepcionada. Pensé que me iba a entender. ¿Yo qué iba a saber que iba a reaccionar así? Desde el momento inicial de esta locura, estaba claro que yo en algún momento me iba a ir, sea o no por causas naturales.
Esa tarde nos amamos como nunca antes. Me dijo cosas lindas al oído. Y me repitió que me amaba. Tomamos mates y hablamos y lloró hasta que la hora se me vino encima y me dí cuenta que era el momento de irme, para no volver jamás.
Le expliqué mi situación, sólo porque me pidió que lo haga, porque, él pensaba, merecía saberlo. Le dije que me había cansado. Estaba agotada de la vida, del lugar, de la gente, del mundo. Respondió que él no tenía la culpa, que no podía abandonarlo así. Tenía razón, pero si quería irme, debía dejarlo. Jamás lo haría tomar una decisión tan drástica como la que había tomado yo, de dejar todo lo conocido atrás, de enfrentarse a algo tan inconcluso, de irse tan lejos. Yo no tenía ni una certeza y sin embargo eso fue un impulso más a hacerlo. Quería. Me gustaba la idea.
Me dijo que me amaba y le contesté que yo también lo hacía, con toda mi alma, mi ser, mi pasión. Que él había sido el único, pero que se había acabado. Me hizo sentir realmente mal. Sus persistentes lágrimas me abrumaban y me hacían perder la objetividad, haciendo que, por momentos, me arrepintiera de lo que estaba haciendo. Sentí que no me tendría que haber despedido. Simplemente tendría que haberme ido.
Salí de la casa. Su dolor me había marchitado un poco, así que me fui y lo dejé llorando, pero sabiendo que en algún momento lo superaría. Caminé derecho sobre la calle de las bajadas y llegué hasta el Río de la Plata.  Siempre había querido terminar ahí.
Saqué el arma y con un último pensamiento, me maté. La frase "soy libre"  fue lo último que resonó en mi cabeza.

Mi alma no descansa nunca.

Carola.

Carola está harta de vivir. Ese día estaba triste, pero llovió. Y ella siempre dice que la lluvia le hace bien, vaya uno a saber por qué. Dice que le gusta sentirla, mirarla y olerla. Pero dice tantas cosas...
Ella siempre se queja. Le cuesta mucho encontrar lo positivo. Pero le cuesta sólo porque no quiere, porque es una romántica y siente mucho. Sufre mucho. Y suele bloquearse. Con lo que no le gusta, con lo que no le sale, con lo que no quiere cerca en su vida.
Ella, más que nadie, recuerda lo malo del mundo, cuán esclavos somos, cuán adentro del sistema estamos como para querer salir así, ahora. Enseña mucho, abre ojos, mentes. Sabe cómo influir y cómo traspasar su dolor a los demás, pero no sé si lo hace a propósito.
Tal vez sí.