Mostrando las entradas con la etiqueta vitalidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta vitalidad. Mostrar todas las entradas
Yo
yo lo sentí
sentí la necesidad de hacer ruido
de hacer y deshacer
de desechar
de envolver y romper
de crear y amar
resucitar, recitar
matar, morir
envenenar.

Yo,
yo sentí
que tenía que poner las venas arriba de la mesa
mostrarlas
violetas
para que se den cuenta
que la sangre corre por ahí
y que si quieren matarme
deben cortar allí.

Yo...
Yo lo hice,
me entregué
me arrodillé
nunca suplicante
como quien se rinde ante su dios
como quien entrega su alma sin pena o dolor.
Me entregué y vi 
como mi dios se arrodillaba
también ante mí
lo ví, de igual a igual
se bajó de aquel altar
me miró a los ojos
que reflejados en los suyos brillaban 
que reflejados en los míos brillaban
como estrellas
como espadas
y
y yo
yo sentí
yo viví
yo descubrí
yo entendì
lo que es el amor.

{entonces, quizás, el amor se trata de esa entrega, de rendirse, dejarse hacer y deshacer, dejarse manipular, arrodillarse y entregarse, pleno. Y que, sin embargo, aquel otro no pueda aprovechar esta rendición para hacer y deshacer, para manipular y moldear en uno, porque se encuentra indiscutiblemente en la misma posición, la misma condición, arrodillado y rendido por igual}

Círculo.

Desgaste mental. Adentro del cerebro se rozan mis ideas entre sí, desordenadas, arrojadas sin ningún cuidado. El día a día las destroza. El cansancio les agrega peso, las obliga a decantar en el fondo de mí. Pasan el tiempo, se aglomeran sentimientos e ideas, explota la mente y se destruye todo lo que todavía no pude crear. Cosa de todos los días. Cíclico. Otro párrafo más de la historia. Rutina.
Abro paréntesis. Te encuentro caminando a unas cuadras de tu casa, prendo un cigarrillo, me imitás. Llegamos a tu casa, entramos, subo las escaleras atrás tuyo. Vos subís los escalones de a dos. Yo, de a uno. Entramos a tu cuarto, vos vas al baño y, antes de volver a entrar y cerrar la puerta, sacás un clavo del picaporte para que nadie pueda abrirla desde afuera. Yo te espero sentada en la cama, ya sin zapatillas y habiendo dejado la mochila azul tirada en la alfombra. Te sentás al lado mío, me das un beso en el hombro, se rozan nuestras manos. Me recuesto, hablamos, reímos, hacemos el amor, reímos de nuevo. Y seguramente también hacemos el amor otro par de veces. Me siento feliz, probablemente por primera vez en el día. Hacemos planes estúpidos e irreales, soñamos como si fuéramos nenes que no conocen todavía el mundo en el que viven. La juventud nos arrolla con su vorágine de ideas, pesadillas, maldades, histeria y estereotipos. Nosotros sólo nos quejamos por un rato y volvemos a mirarnos a los ojos para darnos cuenta que ahí está todo lo que queremos, que no necesitamos aquello de afuera, aquel veneno, porque nos tenemos a nosotros, el uno al otro (sí, así de cursis). Nos reímos del mundo en su cara hasta que miro el reloj y recuerdo que tengo una vida, de esas patéticas y pesadas. Salimos. Primero del cuarto, después de la casa. Caminamos hasta la parada del colectivo fumando uno o dos cigarrillos. Llega el puto bondi, te doy un par de besos, me voy. Cierro paréntesis.
Vuelvo a la rutina. Otro párrafo más de la historia. Cíclico. Cosa de todos los días. Pasa el tiempo, se aglomeran sentimientos e ideas, explota la mente y se destruye todo lo que todavía no pude crear. El cansancio me agrega peso, me obliga a decantar en el fondo de mí misma.  El día a día me destroza. Adentro de mi cerebro se rozan las ideas entre sí, desordenadas, arrojadas sin ningún cuidado. Desgaste mental. 

Finito y escritura automática.

Mi mente se pone a jugar. Yo ya no soy yo, esa yo que piensa y habla y dice, informa, reta, conjura, promete y llora. Se calla por un momento mi interior. Me fundo con el exterior, con la naturaleza, con el aire, la tierra y la piedra y el fuego. Soy temperatura, energía, movimiento o suspiro. No tengo ni masa ni peso, me lleva el viento, soy un desafío, un juramento, una palabra de amor, la nota de una canción. Subí y bajé sin que haya ni arriba ni abajo ni norte ni sur y exploté, me hice mil pedazos, me volví a unir pero de diferente forma, me convertí, me transformé.
Momentos de la vida, vida en serio. No, justo "en serio" no, porque hay de todo menos seriedad. Son momentos de conexión entre mi alma y mi cuerpo, entre mi vida y mis sueños. Ese calor que me llena el pecho, el humo envolviéndome, los ojos que se caen como el sol al atardecer. Y la mente libre, libre y desnuda, callada, pensante, amiga, ayuda. Momentos de descubrir que el mundo es grande, obseno, especial, diverso; que el suelo y el viento son para vos y para tu destino único, utópico, insoñado; y que vas a amar, vas a amar, vas a amar. 
En mi mente nunca hay silencio (como en el bosque). Así como las luciérnagas están entre los árboles, los pensamientos están en mi cabeza. Sean animales o ideas, están acá o allá, listos para atacar. No me dejan dormir pero yo duermo igual porque no me importa que estén acechando todo el tiempo, voy a hacer lo que quiero y si no quiero no escucho, si no quiero no te escucho y si no te escucho no tengo miedo, no te hago caso, nena caprichosa, vivo como quiero, porque quiero, amo, siento. Estoy llegando al clímax, al orgasmo de la palabra, suave, fuerte, sutil, hermoso, penetrante, doloroso, amor, agua, fuego, otra vez empapada en belleza y otra vez el cielo, otra vez sus colores son tuyos y te envuelven, te ciegan, te elevan y te llevan. Y te fuiste, estás volando y ahora sos superior a todo lo que está pasando acá, sos todo, sos un montón de cosas. Sos vos y estás ciego de amor por el mundo que te rodea, no por el mundo de afuera, el que te ataca embrutecido. Ese mundo pequeño, tuyo, en el que te extasiaste hoy y cada vez que esa sustancia te recorrió desde el tórax hasta las puntas de los pies. Ese es tu mundo, el que te importa, el que amás y en el que querés vivir.
Pero para apreciarlo, a veces tenés que salir.

Objetivo.

desestructurar las estructuras primordiales del círculo correlativo de la vida
(pésimo
asqueroso
hundido tan al fondo que se hace pantano y luego muerte)


Vivir estallando, creando, sintiendo. Con el orgasmo a flor de piel, el grito salido del pecho, los demonios peleando en la garganta, la sangre hirviendo. Vivir con pasión, desde siempre y hasta el fin de los días. Porque perder la pasión es empezar a morir. Y porque un beso no se le niega a nadie.

Retorcerse y liberarse.

Contorsionás los músculos y no entendés por qué hay partes de tu cuerpo con las que nunca sentís. Y pensás si con el alma pasará igual.
De tan poco uso habrá alguna parte de tu cerebro adormecida, habrá algún músculo atrofiado, habrá alguna neurona quemada, habrá tiempo desperdiciado, habrá nervios sin explotar, habrá placer que no supo ser.
Habrá de todo, ¿habrá tiempo para descubrir lo que aún no hemos descubierto?

El violeta oscuro cubrirá como una bella sombra, como un manto de eternidad, toda la luz blanca del mundo ficticio. Vos te vas a estar bañando en letras.
En ese momento, hundido, fluyendo, te vas a dar cuenta que la profundidad es más profunda de lo que pensaste siempre. Te vas a percatar de que no hay estructuras, ni fórmulas para las cosas que hacemos, sentimos y padecemos día a día. Las teorías, los supuestos, los ideales y los estandartes son inaplicables en la vida real. No se los encuentra en ningún lado ni se los van a encontrar nunca.
Te vas a dar cuenta que cada uno ve como quiere, entiende lo que quiere y sabe lo que aprende por sí mismo. Vas a entender que todos saben hablar, saben poner en palabras perfectas la forma perfecta de ser y de estar, pero que nadie, absolutamente nadie, pudo alguna vez poner en práctica al pie de la letra todo lo que dijo.
Y entonces, solo entonces, sabiendo que no hay que encajar la vida en ninguna estructura y que no hay una forma esencial y única de hacer las cosas, vas a ser capaz de ejercer tu libertad. No estoy diciendo que vas a ser libre. No. Estoy diciendo que vas a ser capaz de intentarlo. 

Rock fuerte II

Hoy estamos más vivas que nunca. Hoy sentimos la sangre galopando en nuestras venas, sentimos esa presión en el pecho pidiendo un poco más de humo y sentimos las cosquillas en las partes más lindas del cuerpo. 
Queremos rebotar, entrar y salir, gritar. Queremos agitarnos más, quedarnos sin aire para robárselo a otro y amar. Amar la vida, amar el placer de los ojos entrecerrados y la risa espontánea. Amar la violencia específica del sexo y la sensualidad de arrancarse la ropa y morderse. Amar hasta desangrarse. Amar porque no importa nada más que la pasión de sentir, de disfrutar, de borbotar ganas, felicidad y sentimiento.
Hoy estallamos. Hoy nos dimos cuenta que somos seres llenos de poder, de fuerza, listos para destruir y volver a crear. Queremos decaer y repuntar una y mil veces, queremos aprender. Somos insaciables, necesitamos más y más, todo el tiempo y a toda hora. Somos adictas. Adictas a todo aquello que conlleve fulgor, voracidad, elevación.
Nos gusta despedirnos de la tierra de vez en cuando, subirnos a una nube o a otro cuerpo y empezar a disfrutar de la abstracción. No sabemos lo que hacemos y sin embargo no nos arrepentimos de nada. La corriente nos arrastra cada vez con más violencia, pero se siente tan bien que creemos ser incapaces de aferrarnos a algo para no seguir naufragando. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo vagar de por vida? Todo el que puso el ancla en algún lado se terminó arrepintiendo y se volvió al mar para dejarse morir. Nosotras no somos así. En algún momento entendimos que nadie es eterno y que cualquier camino te lleva a la muerte, así que mejor disfrutar estos días, vivir, sentir, volar,
amar.

Y no desperdiciar ni un segundo en algo que no valga la pena.

Metamorfosis.

No se trata de crecer ni de envejecer. No se trata de metas ni de puntos finales. Se trata de aprender. Se trata del camino, del recorrido, de alcanzar.
El tiempo sólo existe en la mente de uno mismo. Yo lo erradico de mi mente porque no quiero medirme en años, meses, días, horas, minutos y segundos. Quiero medirme en recuerdos, en libros leídos, en cosas aprendidas. Quiero que crezca mi visión, que se amplíen mis pensamientos y que aumenten mis conocimientos. El tiempo en sí no significa nada para mí. No necesito edad, no quiero tenerla porque no creo en ella. ¿De qué vale haber vivido cincuenta años sin conocerse nunca a uno mismo, si no se esparce uno por el mundo y si no aprende ni acumula? Se puede ser un viejo pequeño, porque la grandeza, creo yo, se mide en la cantidad de cosas descubiertas, no en los días que llevamos respirando. Respirar ni si quiera se acerca a lo que realmente es existir. 
De hecho, no creo que exista la vejez. O, por lo menos, no aquella que es sinónimo de decantación. Yo creo en la transformación. Porque no se trata de envejecer, sino de evolucionar.

Voy a dejar el colegio.

Iba caminando con cara de orto por la calle, no tenía de dónde escuchar música porque mi celular carece de ese tipo de funciones y mi mp3 no tenía batería. Estaba de mal humor, seguro desde antes de levantarme, desde que estaba soñando, desde que nací, desde que menstrúo, no sé. Bueno, decía entonces que iba caminando con cara de orto, venía de llevar a mi hermanito a la casa de un compañero del colegio. No quería verle la cara a ningún habitante de mi casa, pero ya estaba a una cuadra, era inminente mi regreso. Iba a entrar, decirle "hal" a mí mamá (nadie dice "hola", no jodamos. Yo emito ese sonido), agarrarle un cachete al bebé y chocarle los cinco a mi otro hermano sin detenerme ni para colgar las llaves, iba a entrar a mi cuarto, cerrar la puerta, agarrar la computadora, poner Shadows Collide With People en el segundo tema y escribir que odio el mundo, odio la vida, odio que las nubes cubran totalmente el cielo, odio que nunca me dejen ni medio plato de fideos para almorzar y odio mi colchón hundido.
Pero de repente apareció una mariposa, volando casi al ras del suelo. La miré y se elevó y cuando miré para arriba vi que el cielo estaba despejado, celeste, puro. Me dije que no tenía que seguir de mal humor, que lo que pasó a la mañana ya pasó, que tengo que dejar de quejarme por pelotudeces, etc. (lo que me digo siempre). Miré a la mariposa de nuevo, que iba a un metro del suelo pero ya no al lado mío, sino por la calle. Y pasó un auto a cien kilómetros por hora y se llevó la mariposa a la mierda. Pobrecita. Igual dicen que viven un día nada más, pero me dio pena porque verla me había puesto en positiva.
Ahí volví a ser yo: Me di cuenta que no somos más constantes que el humo. Así como el polvo se disipa con el aire, nosotros nos vamos con un auto que nos pasa por arriba. De un momento a otro dejamos de ser, de existir. No hay certezas en la vida, no sabemos lo que va a pasar, no hay leyes para nuestro destino, no somos un cálculo matemático. Somos etéreos, fugaces. 
¿Qué carajo hago desperdiciando mi vida así?

Las yó.

Perturbada emocional. Nerviosa. Soy una ameba violenta. Soy una gelatina, me quiero escabullir entre tus dedos pero no me estás agarrando, así que no puedo.

Lo que creo necesitar: (entre otras cosas) que alguien me pida que no me vaya y que me agarre. Que me lo pida firme y que no me deje ir. Y que me sostenga (esa sensación de levedad cuando dejás todo el peso de tu cuerpo en otra persona es de las cosas que más extraño). Quiero que me necesiten a mí así como yo necesito a todos.

¿Por qué necesito a todos?
Una simple sonrisa y ya te hago mi cómplice. Me gusta la gente que emana cariño sin más. Que no pregunta ni anda buscando respuestas. Yo quiero irradiar luz y sonrisas a todos, pero estoy tan rodeada de gente que parece no tener alma, que me dejo corromper por el tiempo y el espacio, por la muchedumbre, la basura, el humo gris, los edificios altos, las paredes con humedad... Empiezo a nadar en ese mar turbulento que me lleva de costa a costa: en una está la yó feliz y en la otra está la yó frustrada, la de ciudad, la que conocen todos ustedes, la que gana todas mis luchas internas por ser tan grande y tan parecida a todo lo que no me gusta.

Superfluo.

¿Por qué buscar la aceptación de las masas, del contingente de personas que van y vienen, del cúmulo de seres sin espiritualidad ni emoción?
¿Por qué queremos ser parte? Si el verdadero sentimiento de totalidad se percibe únicamente con aquellas personas con las cuales se nos abre el pecho en dos, como si nuestro tórax fuese un capullo floreciendo, y se nos yergue la moral y la autoestima. Aquellas que logran sacarnos el monstruo de adentro y que no le temen, aquellas con las que se logra la fusión con el todo: el ambiente se transforma en una parte nuestra, los ecos de risas y llantos son el aire que respiramos y del cual vivimos, y los momentos se componen de la extraña y perfecta coacción de lo vivido, las memorias, los tesoros y el presente. No hay más sombras y aunque ellas estarán esperando fuera de la habitación, están tan lejanas que casi no se sienten.
¡Que nos estallen las bocas, el pecho y el vientre! ¡Que nos estalle todo lo que pensamos, sentimos y somos! ¡Que se haga trizas todo y que no podamos volver a ubicar las astillas de nuestro pasado! ¡Basta de relaciones superfluas, afines, y vamos por aquellas indómitas, hermosas, concretas, fuertes! Que no existan más las carcajadas fingidas, pero que exista esa risa que sale de adentro, de nosédónde, de cuando estamos solos y estallados. Que no me mientan, que no me hostiguen. Que se despabilen los neuróticos seres de amor, que se den cuenta que estamos hechos para la vida, y que la vida no es nada si no es con vos. Con todos. De a dos. Sintiendo que tenés un hombro esperándote, sea para lo que sea: para llorar, para recostarte y que te bese, para descansar, para sonreír, para callar. Porque sea lo que sea, amistad o no, pareja o no, vos o yo, que te estén esperando es la única solución para querer seguir. Porque, en definitiva, a nadie le gusta del todo su vida, pero si se la está compartiendo con alguien, vale la pena vivirla.

Yo tu cielo.


Yo te cielo a vos pero diferente: yo quiero ser tu cielo. Quiero que vos abras tus alas en mí, quiero que en mi piel encuentres la libertad que el ave encuentra en el firmamento. Quiero ser eso inmenso que tanto te gusta mirar. 
Yo te cielo porque yo te libero. O eso quiero. No quiero ser ningún cable a tierra, ni una cadena, ni una atadura, ni un peso constante con el cual lidiar. Quiero ser ese lugar por el que vagás arrastrado por el viento.
El cielo es libertad, es paz, es etéreo y hermoso.
Yo quiero ser eso para vos.

Hoy me desperté soñadora.

Voy a terminar el colegio y voy a recorrer un par de provincias del sur con mis dos mejores amigas. Ellas se van a volver con sus novios y yo* me voy a seguir recorriendo el país con un tipo que conocí en un camping. Va a tener barba y el pelo medio largo, pero se va a ir haciendo rastas por el camino. 
Como decía, voy a llegar a la puna cagada de hambre, toda piojosa y re loca, pero voy a llegar. Y me voy a enamorar del cielo cuando lo vea más infinito que nunca, más dueño de mí que nunca, porque me dijeron que en Tilcara las estrellas casi que te tocan la nariz, y yo amo las estrellas y el cielo en su inmensidad porque me expresa todo eso que me da miedo y me atrapa a la vez: la muerte y la libertad.
Bueno, entonces me voy a querer quedar allá para siempre, pero toda la gente esa buena que conocí me va a decir que no puedo quedarme mirando el cielo toda la vida, y yo les voy a decir que no, no me voy a quedar mirando el cielo pero sí cerca de él para poder verlo cuando quiera, porque me voy a acordar de cuando estaba acá en Buenos Aires, como ahora, que no podía ver el cielo porque siempre había alguna pared, alguna luz o algún edificio gigante molestándome los ojos, la visión, el alma. Y me van a preguntar por mi familia, y yo me voy a acordar de mis viejos que tanto me dieron siempre, mis hermanos que seguro crecieron un montón y mis dos amigas, las que se volvieron con los novios y con la noticia de que yo me iba a quedar acá (o allá, o en todos lados). Y ahí no voy a saber qué hacer, voy a tener de vuelta ese pánico que me invadía todo el tiempo, el de la incertidumbre, el de no poder decidir si tengo que pensar, porque yo siempre decido rápido, "si lo pienso no lo hago" es mi lema. Qué lema de mierda, es una cagada. Bueno, pánico y no saber qué hacer. Y voy a pensar en cómo lo solucionaba siempre cuando vivía en la ciudad, cuando todos los días me levantaba y veía lo mismo, cuando todos los días hacía las mismas cosas en distinto orden (más allá de la rutina: me quejaba, lloraba, gritaba, bailaba, me reía, colapsaba, me sacudía, sacudía a otros, me ahogaba). Entonces me voy a dar cuenta que no lo solucionaba, no solucionaba un carajo, porque siempre estaba rodeada de lo mismo y las cosas no se solucionan solas y si no cambiás nada no se soluciona nada y que por eso me fui, le escapé a todas mis angustias y a todo lo que me frustró desde que tengo quince años. ¿Y ahora? ¿Ahora vuelvo y me pongo la mochila de nuevo o haberme ido significa la posibilidad de volver a empezar en cuanto vuelva? Imposible saberlo sin arriesgarme. Otra vez la incertidumbre, las noches sin dormir, comerme las uñas, tararear sin ritmo, mover la pierna izquierda cada vez que estoy sentada... Y de repente, me va a venir una respuesta: si ya me estoy enervando por pensar cómo van a ser las cosas en cuanto vuelva (porque me voy a acordar de las paredes altas, del cielo interrumpido, de mi ahogo, mi felicidad repentina, el colapso, la recaída, las drogas, el alcohol, el cigarrillo, la muerte, toda la gente, no), no, no voy a poder volver jamás. Cuando me sienta preparada iré a visitar a todos, porque por el momento voy a optar por instalarme y acostumbrarme a vivir con aire puro, las estrellas haciéndome cosquillas en la nariz y la solidaridad de la gente que nació en un mundo separado de lo que alguna vez me enseñaron que era progresar. Yo progreso saliéndome de todo eso.


*Yo: alma errante, volátil, sin estabilidad, poco sensata, impulsiva.

Creo que me voy a Jujuy.

Desprenderse de todo porque así te lo sugiere el corazón.
Desprenderse de la ropa, de los malos sentimientos, de las ganas. 
Desprenderse de las cosas que se tocan, lo real, lo material.
Desprenderse de algunas ideas, o de todas.
Desprenderse de los paradigmas, los arquetipos, las imposiciones.
Desprenderse de la gente, los conocidos, los desconocidos.
Desprenderse del propio cuerpo y de la propia vida.
Desprenderse de todo lo que siempre se buscó para poder encontrar cosas nuevas.


Y quedarse con un pedacito de papel, una pluma o un lápiz.
Quedarse con la pasión.
Quedarse con eso en lo que creemos a pesar de no verlo.
Quedarse con las fantasías y los sueños entretejidos bien cerca de la mente.
Quedarse con las ocurrencias, los ideales propios y lo aprendido.
Quedarse sólo con quien nos sonría.
Quedarse con nuestra alma, intacta, profunda, serena.
Quedarse con lo que uno encuentra sin la ayuda de nadie, quedarse con lo que uno sabe que le hace bien, quedarse con la alegría del otro para alimentar la propia.

Lo extraño de extrañar.

Un viaje en el 203 vacío desentrañó un par de pensamientos muy profundos, muy míos, muy reales. Mirando por la ventanilla las calles que ya conozco de memoria, esta vez empapadas por la lluvia primaveral, pensé acerca de todas esas cosas que se piensan con la melancolía característica de las noche de lluvia. Y enredándome y desentrañando momentos, me dí cuenta que no puedo recordar ni una vez en mi vida en la que me hayan dicho un "te extraño" que en mí haya despertado más que un "yo también" casi automático, escupido sin pensar. Nunca un "te extraño" significó algo para mí, nunca me inspiró nada, nunca esa frase me llegó al corazón. Realmente, no creo que nunca nadie me haya extrañado.
Yo soy de extrañar mucho, no debería extrañar tanto, lo sé. Pero, sin embargo, lo hago. Es que para mí las personas se vuelven indispensables muy rápido. Y digo las personas sin tener en cuenta a los sentimientos y a las sensaciones: hoy, por ejemplo, extraño reírme mirando al cielo, extraño el aire compartido, extraño el calor corporal.
Me planteo si seré una persona "extrañable", si alguien me habrá extrañado alguna vez en su vida y por qué razón lo hizo. Es que no entiendo por qué mis "te extraño" son tan fuertes, tan de verdad, ni por qué todos los demás me suenan tan vacíos, quedan como ecos resonando en mi cabeza (no en mi corazón, en donde los siento yo cuando los digo).

Yo soy del Sól y de nadie más.


Soy energía que guardada no sirve de nada. Libre seré mejor.


Y no me importa ni esta ciudad ni su aire gris, sé que en algún momento me voy a ir.


Paseo por el barrio de una ezquizoide.


Calle Monteverde. Por acá camino todos los días cuando vuelvo del colegio a casa. Lo único que
hay son casas repetitivas y naranjos, que veremos más adelante. Lo divertido de caminar sobre
esta callecita es que, si inclinamos la cabeza sobre nuestro hombro derecho, parece que nos fuéramos
deslizando sobre el suelo. No sé bien por qué se produce esta sensación en mí. Supongo que por la monotonía:
se siente como si caminara una y otra vez por el mismo lugar pero, de repente, ya he llegado a casa.

Aquí un naranjo de los que les hablaba. ¿No son hermosos? A mí me expresan una felicidad enorme,
más que nada cuando puedo mirar el Sol a través de ellos. Tienen una energía diferente a la de los
 demás árboles, por lo menospara mí. Me  inspiran, me incentivan. Aunque suene estúpido
que me inspire mirar el Sol a través de un árbol en particular, es mi verdad. 

Esquina de Monteverde y Debenedetti. Justo donde termina la foto está lo que quería fotografiar:
Un árbol de nísperos.
Mi abuelo siempre recogía algunos para mí cuando pasaba por ese lugar.
No pruebo un níspero desde su ida.

Otra vez naranjos. Y el Sol. Hermosos. Fuerza, pasión, vida. Eso son.
Colores tan radiantes -verde, naranja, amarillo, celeste- tan vitales.
La alquimia natural de estos elementos concluye en mí paz interior.

Esta es una palmera que quise fotografiar sólo porque me pareció muy linda. Pero
no soy buena fotografiando, como verán.
Primero, porque iba caminando, no me detuve ni un momento. Segundo, porque me cámara
no tiene pantalla y el visor no altera la imagen con respecto al zoom, por lo tanto, debo adivinar.

Casi llegando a la casa de mi vecina Berenice. Buena niña, si las hay.
Y los naranjos otra vez, que veremos con más detalle en la próxima fotografía.

Esta es mi fotografía favorita.
No voy a volver a explicar por qué.

¿Ven eso? Deben admitir que es hermoso. El naranja es el color de la energía, de lo positivo.
Es el color que quiero ser, es hermoso. Me da paz, felicidad, resguardo, calor.
Bellos frutos de la energía, oh, ¡bellos!

Pareja caminando por Monteverde. Si observan bien, la chica es más alta que el chico.
Jajajaja.
Visión transversal de la calle Bermúdez.
(tomada desde la intersección con Monteverde)
¡Tanto cielo, y mirá vos cómo te encerraste!

Qué cielo, qué árboles. Lástima que también hay edificios y cables arruinando mis paisajes.

Bella esquina de Debenedetti. Fotografía tomada debajo de los naranjos, hacia la casa azul,
bella, feliz, d i f e r e n t e. Rompe la monotonía sin culpa. La destroza.

Te invito.

Te invito,
te espero
Faltás vós, acá.
en la cama
en la cima de esta montaña
para alcanzar lo más lejano
lo más profundo
lo más pagano
y sentir
como nunca,
como cada vez que se afinan los sentidos,
que se pierden los sonidos,
que se funden las señales
y nos convertimos en carne,
nada más ni nada menos.
Bebamos, brindemos
con veneno, elixir o fuego
que igual nos recorrerán
algunos brotes de felicidad.
Seamos dos en uno
un pliegue absurdo
entre dos bocas necesitadas
que con fulgor, pasión, entrañas,
andan buscándose.

Sí, buscame
que mi cuerpo fue creado para vos,
tus dedos, cariño, calor.

Parece una ironía toda la entrada, pero juro que no lo es.

Me doy una risa enorme. Parezco resentida.
No lo soy igual, eh. No estoy resentida. Si sola funciono mucho mejor que con alguien, ¿por qué estaría resentida? 
Estoy bien, feliz, desbordo alegría. Estoy empapada en un lívido yugo de felicidad, volátil, contenta. Tengo una vocecita fina vagando en mi ser que va saludando a todo lo que me rodea. Le sonrío a la gente vacía, a los coloridos y a los salvajes. Les deseo, de lejos, la felicidad, aunque no los conozca. Porque así soy cuando estoy bien: una chispa, lúcida, ávida de ser, dar y recibir. Me siento fuerte como el Sol, profunda, sensible, agudizada. Y reconozco que lo que ayer fue una simple astilla en mi pie descalzo, hoy es un motivo más para ser fuerte. Otro más. Y nada más.

La cotidianidad puede estar llena de abruptos cambios. No en su disposición y estructura -de ser así, no sería cotidianidad- sino en la persona que la transita. Porque los seres somos los dueños de la rutina, no ella de nosotros.
Esos cambios, siempre son para mejor, si así se miran. No hay mal que por bien no vengan, habrá dicho alguna vieja. Y es así, somos desgracia y estamos destinados a perecer, a tropezar una y otra vez con la misma piedra. Es nuestro destino, nuestro karma, como le quieras decir. Pero si lo vamos a tomar así, como un "ya no hay vuelta atrás", deberíamos suicidarnos todos, para acabar con el sufrimiento. Sería una salida, no sé si fácil, pero lo sería.
En cambio, se puede también seguir tropezando y sacándole el jugo -o la sangre, si se quiere- a esas caídas. Tal vez, no sirva de nada, porque, al fin y al cabo, todos teminamos igual: bajo tierra. Pero el punto es que, por lo menos, disfrutamos lo vivido.

Desparramemos sonrisas, vivamos saltando, corriendo, jugando. Seamos felices, seamos como seamos. Paz, amor, libertad, respeto. Soñemos, porque sólo en los sueños es libre el hombre.

Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar.

Desde el despertar hasta el dormirse de nuevo, juntos. El ciclo de un día de nuestras vidas, juntos. Desde la mañana despejada hasta la noche oscura y fría, juntos, enroscados entre nosotros mismos, el uno con el otro, palpitándonos. Sintiéndonos respirar toda la noche, entre el calor del otro ser y el de una manta compartida. Amándonos, desde el Sol hasta la Luna, desde el celeste hasta el azul profundo, desde las nubes hasta las estrellas. Juntos, compartidos, como se comparten un café y un disco de Serú Girán, un sahumerio y un cigarro. Juntos como quisieran estar tantos, pero mueren en el intento, se desarman, se desgarran, se aplastan el uno con el otro con tal de llegar a la cima, a la cual quizás llegan, pero solos. Juntos como se juntan los amigos a tomar mates y tocar la guitarra, como se juntan el té y el azúcar cuando revolvés, como se juntan los besos y los abrazos en este cuarto. Desde la primer estrofa hasta la última, juntos. Desde que el mar despierta para abrazar tus pies fríos hasta que la sábana te cubre de seguridad desesperada. Juntos.
Porque nada importa, nada vale más y a nadie pude amar así: Juntos.