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Bajón de domingo.

Tengo una pila de dudas y una mochila cargada, pesada, inventada y ficticia. 
Me retuerzo en un espiral de avaricia. Me pierdo mirando mi ombligo, egocentrismo hipocondriaco. 
Yo necesito, él necesita, vos necesitás, yo necesito, yo necesito... ¡Nada! 
Basta de pastillas y propagandas, quiero encontrarme, quiero encontrarte, quiero mirarte sin prejuzgarte.
Basta de todo no quiero nada.

(El plan de la mariposa)

Increíble.

Pensar que todo ser humano
quiere tocar el cielo con las manos
y yo lo estoy abrazando.

Un parche para mis heridas;
la cima en la montaña de la vida:
lo encuentro todo en su sonrisa.

Tenés dos minutos para llorar.

(basada en la música de Jeremías)

Leer esto te va a tomar, aproximadamente, dos minutos. Lo mismo que dura la canción que me convirtió en un mar. En un mar por la fluidez, la suave brutalidad, la calma de un mar sereno. En un mar, mar de lágrimas. Lágrimas por la melancolía que produce, por la sensación de lejanía, de extrañeza, de desamor y desencuentro. Lágrimas de una persona sensible que pretende ser una roca, que pretende que nada le duela, que nada le importe, cuando sabe que no es así, que en el fondo siente las heridas que ella misma se causó con tanto amores frustrados, tanto dolor sin enmendar, tantas manos que pasaron por ahí a arruinar su existencia sólo porque ella lo pide, porque le gusta sufrir para volverse más fuerte, hecho que nunca funcionó y que la convirtió en lo que es ahora, alguien que no quiere demostrar, que no quiere querer, ni amar, ni nada parecido. Alguien que no quiere acariciar ni tocar. Alguien que se cansó de ser lo mismo, de estar siempre sola, pero que sin embargo asegura estar bien así y dice no querer, ni necesitar, ni desear si quiera, a nadie del sexo opuesto para estar mejor, porque esto le traería más problemas. Alguien que se aburrió pero que no quiere cambiar, alguien que llora pero dice reír, o ríe y dice llorar, alguien que no se da por vencida pero no sigue intentando, alguien feliz pero frustrada, alguien que dice ser y no es y dice morir y, en realidad, está más viva que nunca. Y que no sabe, no sabe lo que quiere, no sabe si disfruta o si sufre, no sabe qué le pasa y no sabe si se miente a ella misma o le miente a los demás, o si simplemente está fantaseando con los sueños que no concretó y sus ganas de tener una mente abierta, bien abierta, cosa que sabemos que no va a lograr nunca si no abre primero su corazón.
Esa es la persona que llora, confundida, las lágrimas que brotaron a partir de sus pensamientos y reflecciones impulsados por la canción más triste que jamás escuchó, los dos minutos que le hicieron pensar toda una vida, y la hicieron llorar mares, mares serenos.