Nudo.

Hoy escasean las palabras como suelen escasear los minutos. La noche se ha vestido de luto, se ha puesto más oscura que nunca, le ha pedido al viento que sea su cómplice y que me azote con la misma crueldad que lo hace ella cuando me arroja todo el peso de mi soledad en la espalda.
El vórtice me absorbió. De a poco me hundo en esta vorágine de aguas negras. No aguanto ni si quiera el peso de mi propio cuerpo. Ya mis pies no me quieren sostener. Mi piel se vuelve escama. Mi vida se repliega sobre sí misma una vez más.
Estallé. La coraza se rompió y lloré, dije, sentí y sufrí. Las ideas se hicieron arena y se mezclaron, decantaron, murieron. El nudo en la garganta ya no es nudo, es pantano. Vuelvo al pasado a refugiarme, aunque en este no halle ningún lugar seguro. Y me confundo con las sombras, me arrastro entre la gente, me convierto en un ente luego de haber explotado de tal forma.
La explosión está acá, todavía. Acá en mi mente. Hay una corteza evitando que salga. Toda mi energía está puesta en reconstruir las partes de lo que alguna vez fue mi historia, de la cual hoy sólo me quedan astillas, a pesar de que se sigan sumando capítulos.

Re cursi re confundida.

Te recitaría mil versos con voz áspera al oído. Así como te gusta a vos, hablándote bien cerca para que puedas sentir mi aliento en los poros. 
Sé que un suspiro en el oído es igual a arrojar una cerilla encendida en un mar de gasolina. 
Y el calor es como ese que se siente cuando te despertás con fiebre: una mezcla entre la sensación de estar sudando levemente, la temperatura del cuerpo tan elevada y, a su vez, escalofríos que te recorren todo el cuerpo. 
Y las cosquillas son la chispa del cuerpo. La caricia no es nada, lo que se siente es la cosquilla. Cuando son en la panza, es amor. Sí, sí que extraño tus manos recorriendo mi cuerpo. Sí que extraño la cosquilla en la panza (la física y la imaginaria; la cosquilla literal y la de las mariposas). Sí que extraño todo lo que me explota en la cabeza cuando te veo. Sí que es extraño.
Extraño el amor, extraño tu ser. Extraño todo lo que pasó, extraño lo que pasará. Extraño acumular, rejuntar todas nuestras vivencias y querer simplificarlas a una misma historia dual de causas y consecuencias. Extraño
quererte así, extraño extrañarte. Nosotros dos somos extraños.

Y no sé si te extraño, porque no sé si se puede. ¿Acaso es posible realmente extrañar a quien no se conoce?

Nada más.

La sublime sensación que plasma en mí el sentir la cúspide de tu dedo índice rozándome la espalda es el mayor desencadenante de todas mis emociones. 
A mí las emociones me emergen así: son un escalofrío en las vértebras, que va subiendo y me muerde la nuca. Después me acarician el pelo y me ponen a ronronear. Por último, me salen en forma de grito, risa o llanto, pero siempre me explotan en la boca y la mejor forma de plasmarlas en el mundo real es con un beso.
Que si sufro y te beso se me pasa. Que si río y te beso me completo. Que si odio y te beso, aterrizo. 
Que si amo y te beso, vuelo.
Que tenerte y no tenerte no me duele, me molesta. La paciencia es efímera. Y la mía, además, es fugaz. Sé que puedo decirte cuanto quiera, hacerte lo que se me ocurra, compartirte hasta mis pestañeos. Pero es difícil cuando las obligaciones te ponen de espaldas a todo esto y ciegan, tapan, ahogan con más y más pedidos y nos alejan del placer. 
No quiero nada más. No quiero nada más que sentir la cúspide de tu dedo índice rozándome la espalda. Con eso me alcanza para escribir mil historias.

Asco Nacional.

Me cansa que la gente gaste las palabras. 
Seré una represora, militar, nazi, lo que quieras. Pero me pudrieron. Me pudrieron, me cansaron todos los poetas del ciberespacio. Me hartaron los estados de Facebook con versitos pelotudos que se te ocurrieron en el bondi. Me chupan un huevo tus pelotudeces, por más de que sean o no una mierda -cosa que no me compete- me saca de quicio que tengan la necesidad de publicarlos, comentarlos, halagarlos y completarlos.
Me frustra que hablen del arte, de la poesía y de la literatura. Me molesta que la tomen como propia, que digan ser artistas, poetas o escritores.
A ustedes, manga de pelotudos, les digo que lo que escriben no es arte porque no causa otra cosa que no sea repulsión. Es la mediocridad de esta juventud plasmada en un estado de Facebook.

Que derrochen las palabras tan ridículamente, que crean que dos rimas estúpidas son poesía, que se piensen a sí mismos como literatura... Esas son las fieles pruebas de esta sociedad asquerosa, de una juventud que no lee pero que se hace la que escribe. 
Damos asco.

Perdón que me meta.

Me alegro por ustedes. En serio.
Cuando alguien lea esto, va a pensar que lo digo irónicamente o desde el resentimiento. Pero no, hablo con sinceridad, sin cinismo, puramente.
Me alegra que dos personas físicamente tan lindas se hayan encontrado la una con la otra. Me alegra que dos personas que no saben redactar coherentemente ni usar signos de puntuación se hayan juntado a amarse y a escribirse versitos. Me encanta que los pelotudos conozcan pelotudos y se amen entre sí, así no joden a los demás.
Porque a veces uno sale con pelotudos, porque flaquea, no se da cuenta o quizás hasta se lo hace a propósito. Yo soy experta en ese arte de equivocarse, de elegir mal, de saber que estoy haciendo todo para el orto y sin embargo patear para adelante. A los que son como yo les hablo: deben entender lo que digo. Si son de los míos, lo peor que les puede pasar es engancharse con un pelotudo de esos que aman apenas te sacás el corpiño, que te pasan canciones clichés de autores clichés con letras clichés, que las saben todas hasta que hablan con vos, que te refriegan en la cara todo lo que hacen, dicen o piensan.
Sí, soy fan de esos pelotudos. Es más, soy una adicta en rehabilitación. 
Por eso me encanta, me fascina, me alegra que estén juntos. Me hace sentir bien que dos personas que compartan esa concepción imbécil de las relaciones se relacionen (valga la redundancia) entre sí. Porque sino me los tendría que fumar yo, se los tendría que fumar él, ella, todos los fans del error. Nosotros seremos raros, tendremos problemas, todo lo que quieras. Pero con pelotudos sueltos, la vida para nosotros es más difícil: salir con un pelotudo, o mejor dicho, terminar con un pelotudo, nos mete en el círculo vicioso de "no soy bueno para las relaciones". Y de ahí, créanme, no se sale fácil. 
Estando en ese vórtice del descreimiento, solemos repetir la historia, intentando "abrir nuestro corazón", justamente, a más pelotudos. La metáfora, o mejor dicho, comparación perfecta para describir esta situación es la siguiente: Nosotros somos Saturno. Los pelotudos son anillos. Pero anillos con púas y cercos eléctricos. Cada pelotudo en nuestras vidas es un anillo más grande encarcelándonos, alejándonos de los otros planetas que, en este hipotético universo paralelo, se nos quieren acercar. Entonces con lo único que podemos seguir relacionándonos es con pelotudos-anillos feroces.
Me fui a la mierda, en fin, me encanta que se hayan conocido, que se amen, que en un mes se metan los cuernos, que ninguno se entere de lo que le hizo el otro, que sigan muchos años, se casen, tengan hijitos (que les van a salir hermosos porque ustedes dos son re lindos) y nada, ojalá que sean felices por siempre. Pero sobre todo, ojalá que estén juntos, pegaditos, ocupados por mucho mucho tiempo, así no joden a nadie.

♥Amor para todos♥

Familia.

Se cae al suelo en cámara lenta, se raspa las manos,
se parte la cabeza contra una piedra en el piso.
El aire se condensa, la aplasta y la asfixia.
Llueve, el viento la azota,
todo se convierte, todo se transforma.
De repente, un río.
De repente, flota.

Y sin rumbo se encuentra este cuerpo sin alma
vagando, salando las heridas
llorando que sí, que no, que todo, que nada
que no tiene lo que quiere pero lo tiene todo:
es que lo quiere todo.
No se puede así.
No se puede de ninguna forma,
no se puede más.

Y una masa, una fuerza
se adueña de ella,
no la deja actuar, no la deja ser.
Le pasa por nacer,
por pensar, por no creer,
por querer irse, cambiar, convertirse.

Y una voz cansada pero firme
característica de la adultez le dice
así no, nena
así no, así: como te digo yo.
Si sos diferente, no sos más.

Voy a dejar el colegio.

Iba caminando con cara de orto por la calle, no tenía de dónde escuchar música porque mi celular carece de ese tipo de funciones y mi mp3 no tenía batería. Estaba de mal humor, seguro desde antes de levantarme, desde que estaba soñando, desde que nací, desde que menstrúo, no sé. Bueno, decía entonces que iba caminando con cara de orto, venía de llevar a mi hermanito a la casa de un compañero del colegio. No quería verle la cara a ningún habitante de mi casa, pero ya estaba a una cuadra, era inminente mi regreso. Iba a entrar, decirle "hal" a mí mamá (nadie dice "hola", no jodamos. Yo emito ese sonido), agarrarle un cachete al bebé y chocarle los cinco a mi otro hermano sin detenerme ni para colgar las llaves, iba a entrar a mi cuarto, cerrar la puerta, agarrar la computadora, poner Shadows Collide With People en el segundo tema y escribir que odio el mundo, odio la vida, odio que las nubes cubran totalmente el cielo, odio que nunca me dejen ni medio plato de fideos para almorzar y odio mi colchón hundido.
Pero de repente apareció una mariposa, volando casi al ras del suelo. La miré y se elevó y cuando miré para arriba vi que el cielo estaba despejado, celeste, puro. Me dije que no tenía que seguir de mal humor, que lo que pasó a la mañana ya pasó, que tengo que dejar de quejarme por pelotudeces, etc. (lo que me digo siempre). Miré a la mariposa de nuevo, que iba a un metro del suelo pero ya no al lado mío, sino por la calle. Y pasó un auto a cien kilómetros por hora y se llevó la mariposa a la mierda. Pobrecita. Igual dicen que viven un día nada más, pero me dio pena porque verla me había puesto en positiva.
Ahí volví a ser yo: Me di cuenta que no somos más constantes que el humo. Así como el polvo se disipa con el aire, nosotros nos vamos con un auto que nos pasa por arriba. De un momento a otro dejamos de ser, de existir. No hay certezas en la vida, no sabemos lo que va a pasar, no hay leyes para nuestro destino, no somos un cálculo matemático. Somos etéreos, fugaces. 
¿Qué carajo hago desperdiciando mi vida así?

Agujero.


viento
tiempo
vórtice trigonométrico
remolino caucásico
lleno de vos
lleno de nada
lleno de palabras que no invocan
                          que no sienten
                          que no callan
¿Qué será de mí si no acudo a tu recuerdo?

La nada.
Sos todo hoy.
No hay otra cosa más allá del abismo
después de tus besos.