Mostrando las entradas con la etiqueta dedicatorias. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta dedicatorias. Mostrar todas las entradas

De no entender.

¿De qué se trata? Es fácil. Se trata de encontrarle buen sabor al aliento de mate mezclado con cigarrillo. Se trata de que ese olor se te vuelva un perfume incandescente en la boca y te den ganas de absorberlo todo el tiempo, como un remedio de asmático, como un saque de merca para un duro como Johnny Bravo (Johnny toma pala, me dijeron). Se trata de quedarse tardes mirando el techo, riendo, buscando figures entre las manchas de la madera, hasta que un día, de repente, entre charlas y carcajadas y esas cosas que surgen solas, ya no estás mirando el techo, estás haciendo el amor (quizás mirás el techo mientras hacés el amor y te acordás de aquellas tardes y ahí está, te nace un cariño profundo como tu mente y te morís de ternura y no entendés nada. De eso se trata).
Se trata de que pasen los meses pero no sepas cuántos. De que sientas que están juntos desde siempre y que nadie existió antes de eso y de que mires para atrás y no hayan pasado ni seis meses y digas "¡la puta que me parió, yo ya me quiero mudar y tener un gatito!" y de que no entiendas cómo mierda pasó, ni qué mierda ni cuándo mierda y todo es una mierda menos todo esto porque no para de ser cada vez mejor y otra vez no entendés por qué no bajás de golpe como siempre te pasó, como una paloma que va a cientochenta kilómetros por hora y se la da contra un vidrio y se descogota y vos ahí en una vorágine de amor que no entendés pero que está re buena y que no deja de mejorar a cada momento. Y se trata de eso, del miedo que te produce no saber cuándo vas a pisar el palito, cuándo te vas a caer por el negro abismo, cuándo va a haber una frenada y vas a salir volando por el parabrisas. 
Se trata de esa sensación de que se te consume la individualidad y que ya no sos para vos. Así de feo. Así de lindo. Sos para vos y para el amor, la libertad, la paz. Sos para vos y para el otro, que te representa todo eso. De eso se trata, que te represente. Que te represente a vos y a todo lo que siempre quisiste que otra persona te dé.

Círculo.

Desgaste mental. Adentro del cerebro se rozan mis ideas entre sí, desordenadas, arrojadas sin ningún cuidado. El día a día las destroza. El cansancio les agrega peso, las obliga a decantar en el fondo de mí. Pasan el tiempo, se aglomeran sentimientos e ideas, explota la mente y se destruye todo lo que todavía no pude crear. Cosa de todos los días. Cíclico. Otro párrafo más de la historia. Rutina.
Abro paréntesis. Te encuentro caminando a unas cuadras de tu casa, prendo un cigarrillo, me imitás. Llegamos a tu casa, entramos, subo las escaleras atrás tuyo. Vos subís los escalones de a dos. Yo, de a uno. Entramos a tu cuarto, vos vas al baño y, antes de volver a entrar y cerrar la puerta, sacás un clavo del picaporte para que nadie pueda abrirla desde afuera. Yo te espero sentada en la cama, ya sin zapatillas y habiendo dejado la mochila azul tirada en la alfombra. Te sentás al lado mío, me das un beso en el hombro, se rozan nuestras manos. Me recuesto, hablamos, reímos, hacemos el amor, reímos de nuevo. Y seguramente también hacemos el amor otro par de veces. Me siento feliz, probablemente por primera vez en el día. Hacemos planes estúpidos e irreales, soñamos como si fuéramos nenes que no conocen todavía el mundo en el que viven. La juventud nos arrolla con su vorágine de ideas, pesadillas, maldades, histeria y estereotipos. Nosotros sólo nos quejamos por un rato y volvemos a mirarnos a los ojos para darnos cuenta que ahí está todo lo que queremos, que no necesitamos aquello de afuera, aquel veneno, porque nos tenemos a nosotros, el uno al otro (sí, así de cursis). Nos reímos del mundo en su cara hasta que miro el reloj y recuerdo que tengo una vida, de esas patéticas y pesadas. Salimos. Primero del cuarto, después de la casa. Caminamos hasta la parada del colectivo fumando uno o dos cigarrillos. Llega el puto bondi, te doy un par de besos, me voy. Cierro paréntesis.
Vuelvo a la rutina. Otro párrafo más de la historia. Cíclico. Cosa de todos los días. Pasa el tiempo, se aglomeran sentimientos e ideas, explota la mente y se destruye todo lo que todavía no pude crear. El cansancio me agrega peso, me obliga a decantar en el fondo de mí misma.  El día a día me destroza. Adentro de mi cerebro se rozan las ideas entre sí, desordenadas, arrojadas sin ningún cuidado. Desgaste mental. 

Rock fuerte II

Hoy estamos más vivas que nunca. Hoy sentimos la sangre galopando en nuestras venas, sentimos esa presión en el pecho pidiendo un poco más de humo y sentimos las cosquillas en las partes más lindas del cuerpo. 
Queremos rebotar, entrar y salir, gritar. Queremos agitarnos más, quedarnos sin aire para robárselo a otro y amar. Amar la vida, amar el placer de los ojos entrecerrados y la risa espontánea. Amar la violencia específica del sexo y la sensualidad de arrancarse la ropa y morderse. Amar hasta desangrarse. Amar porque no importa nada más que la pasión de sentir, de disfrutar, de borbotar ganas, felicidad y sentimiento.
Hoy estallamos. Hoy nos dimos cuenta que somos seres llenos de poder, de fuerza, listos para destruir y volver a crear. Queremos decaer y repuntar una y mil veces, queremos aprender. Somos insaciables, necesitamos más y más, todo el tiempo y a toda hora. Somos adictas. Adictas a todo aquello que conlleve fulgor, voracidad, elevación.
Nos gusta despedirnos de la tierra de vez en cuando, subirnos a una nube o a otro cuerpo y empezar a disfrutar de la abstracción. No sabemos lo que hacemos y sin embargo no nos arrepentimos de nada. La corriente nos arrastra cada vez con más violencia, pero se siente tan bien que creemos ser incapaces de aferrarnos a algo para no seguir naufragando. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo vagar de por vida? Todo el que puso el ancla en algún lado se terminó arrepintiendo y se volvió al mar para dejarse morir. Nosotras no somos así. En algún momento entendimos que nadie es eterno y que cualquier camino te lleva a la muerte, así que mejor disfrutar estos días, vivir, sentir, volar,
amar.

Y no desperdiciar ni un segundo en algo que no valga la pena.

Ideal.

(sos como mi gato:
yo quiero creer que amás
pero como no decís nada
quizás solo estés acá en busca de calor)

Lo efímero de tu persona, la inconsistencia de tu habla, tu fugacidad y tu palabrería vana me hacen confundirte. Perdí ya la noción de tu cuerpo. No sé qué sos. No sé si estás formado por carne y por hueso o si sólo pertenecés a un mundo onírico. A decir verdad, nunca nadie te vio como te vi yo. Apenas algunas personas (que están profundamente conectadas conmigo) vieron un esbozo tuyo. Por lo tanto, no puedo descartar la idea de que seas parte de mi imaginación: una encarnación de todas las reacciones, los sentimientos despertados, la infancia, los recuerdos, los saberes,  la piel y la energía que imaginé en un ser ideal. 
Sin embargo, sos una creación tan ideal que rompiste con mi concepto de perfección. Yo buscaba calor, cariño momentáneo, de ese que sirve para amedrentar el peso que la espalda acumula durante la semana y para ahuyentar un rato algunos fantasmas del pasado. Después del ritual de conexión, después de la descarga a tierra y de haber formado un nexo sin emitir palabra alguna, quería que cada uno prosiga con su vida, con su rutina, con sus mundos separados. Para mí, perfecto era dormir con vos una vez por semana.
Pero ya no me basta. Ya no me basta juntarme una vez cada tanto a colisionar nuestros mundos diferentes. No me basta sentirte de a partes. Necesito la risa, la imaginación, la conversación, el té y las galletitas, tus frazadas, tus manos. Necesito elegir películas malas para que nos distraigamos en el medio y terminemos haciendo cualquier cosa. Necesito que te enojes cuando prendo un cigarrillo, que me hagas pensar todo el tiempo, que no dejes mi juicio en paz y que me cuestiones todo. Poneme nerviosa, haceme reír, volveme a abrazar.
Te detesto. Porque ahora que no tengo anclas ni cadenas, ahora que tengo a alguien sólo los fines de semana, ahora que tengo lo que siempre quise, ahora que no hay compromisos, me doy cuenta de lo que significa realmente enamorarse.
Y te odio de una forma particular e infundada. Como sos una creación mía, como saliste de mí y como siento (no pienso, no razono) que la culpa de todo la tenés vos, te odio. Pero, después de todo, si yo te creé, si yo te imaginé o te soñé, entonces qué más me queda que odiarme a mí misma por haberte inventado. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que hacemos todos ¿no? Idealizamos personas para poder enamorarnos de ellas.

Re cursi re confundida.

Te recitaría mil versos con voz áspera al oído. Así como te gusta a vos, hablándote bien cerca para que puedas sentir mi aliento en los poros. 
Sé que un suspiro en el oído es igual a arrojar una cerilla encendida en un mar de gasolina. 
Y el calor es como ese que se siente cuando te despertás con fiebre: una mezcla entre la sensación de estar sudando levemente, la temperatura del cuerpo tan elevada y, a su vez, escalofríos que te recorren todo el cuerpo. 
Y las cosquillas son la chispa del cuerpo. La caricia no es nada, lo que se siente es la cosquilla. Cuando son en la panza, es amor. Sí, sí que extraño tus manos recorriendo mi cuerpo. Sí que extraño la cosquilla en la panza (la física y la imaginaria; la cosquilla literal y la de las mariposas). Sí que extraño todo lo que me explota en la cabeza cuando te veo. Sí que es extraño.
Extraño el amor, extraño tu ser. Extraño todo lo que pasó, extraño lo que pasará. Extraño acumular, rejuntar todas nuestras vivencias y querer simplificarlas a una misma historia dual de causas y consecuencias. Extraño
quererte así, extraño extrañarte. Nosotros dos somos extraños.

Y no sé si te extraño, porque no sé si se puede. ¿Acaso es posible realmente extrañar a quien no se conoce?

Nada más.

La sublime sensación que plasma en mí el sentir la cúspide de tu dedo índice rozándome la espalda es el mayor desencadenante de todas mis emociones. 
A mí las emociones me emergen así: son un escalofrío en las vértebras, que va subiendo y me muerde la nuca. Después me acarician el pelo y me ponen a ronronear. Por último, me salen en forma de grito, risa o llanto, pero siempre me explotan en la boca y la mejor forma de plasmarlas en el mundo real es con un beso.
Que si sufro y te beso se me pasa. Que si río y te beso me completo. Que si odio y te beso, aterrizo. 
Que si amo y te beso, vuelo.
Que tenerte y no tenerte no me duele, me molesta. La paciencia es efímera. Y la mía, además, es fugaz. Sé que puedo decirte cuanto quiera, hacerte lo que se me ocurra, compartirte hasta mis pestañeos. Pero es difícil cuando las obligaciones te ponen de espaldas a todo esto y ciegan, tapan, ahogan con más y más pedidos y nos alejan del placer. 
No quiero nada más. No quiero nada más que sentir la cúspide de tu dedo índice rozándome la espalda. Con eso me alcanza para escribir mil historias.

Asco Nacional.

Me cansa que la gente gaste las palabras. 
Seré una represora, militar, nazi, lo que quieras. Pero me pudrieron. Me pudrieron, me cansaron todos los poetas del ciberespacio. Me hartaron los estados de Facebook con versitos pelotudos que se te ocurrieron en el bondi. Me chupan un huevo tus pelotudeces, por más de que sean o no una mierda -cosa que no me compete- me saca de quicio que tengan la necesidad de publicarlos, comentarlos, halagarlos y completarlos.
Me frustra que hablen del arte, de la poesía y de la literatura. Me molesta que la tomen como propia, que digan ser artistas, poetas o escritores.
A ustedes, manga de pelotudos, les digo que lo que escriben no es arte porque no causa otra cosa que no sea repulsión. Es la mediocridad de esta juventud plasmada en un estado de Facebook.

Que derrochen las palabras tan ridículamente, que crean que dos rimas estúpidas son poesía, que se piensen a sí mismos como literatura... Esas son las fieles pruebas de esta sociedad asquerosa, de una juventud que no lee pero que se hace la que escribe. 
Damos asco.

Perdón que me meta.

Me alegro por ustedes. En serio.
Cuando alguien lea esto, va a pensar que lo digo irónicamente o desde el resentimiento. Pero no, hablo con sinceridad, sin cinismo, puramente.
Me alegra que dos personas físicamente tan lindas se hayan encontrado la una con la otra. Me alegra que dos personas que no saben redactar coherentemente ni usar signos de puntuación se hayan juntado a amarse y a escribirse versitos. Me encanta que los pelotudos conozcan pelotudos y se amen entre sí, así no joden a los demás.
Porque a veces uno sale con pelotudos, porque flaquea, no se da cuenta o quizás hasta se lo hace a propósito. Yo soy experta en ese arte de equivocarse, de elegir mal, de saber que estoy haciendo todo para el orto y sin embargo patear para adelante. A los que son como yo les hablo: deben entender lo que digo. Si son de los míos, lo peor que les puede pasar es engancharse con un pelotudo de esos que aman apenas te sacás el corpiño, que te pasan canciones clichés de autores clichés con letras clichés, que las saben todas hasta que hablan con vos, que te refriegan en la cara todo lo que hacen, dicen o piensan.
Sí, soy fan de esos pelotudos. Es más, soy una adicta en rehabilitación. 
Por eso me encanta, me fascina, me alegra que estén juntos. Me hace sentir bien que dos personas que compartan esa concepción imbécil de las relaciones se relacionen (valga la redundancia) entre sí. Porque sino me los tendría que fumar yo, se los tendría que fumar él, ella, todos los fans del error. Nosotros seremos raros, tendremos problemas, todo lo que quieras. Pero con pelotudos sueltos, la vida para nosotros es más difícil: salir con un pelotudo, o mejor dicho, terminar con un pelotudo, nos mete en el círculo vicioso de "no soy bueno para las relaciones". Y de ahí, créanme, no se sale fácil. 
Estando en ese vórtice del descreimiento, solemos repetir la historia, intentando "abrir nuestro corazón", justamente, a más pelotudos. La metáfora, o mejor dicho, comparación perfecta para describir esta situación es la siguiente: Nosotros somos Saturno. Los pelotudos son anillos. Pero anillos con púas y cercos eléctricos. Cada pelotudo en nuestras vidas es un anillo más grande encarcelándonos, alejándonos de los otros planetas que, en este hipotético universo paralelo, se nos quieren acercar. Entonces con lo único que podemos seguir relacionándonos es con pelotudos-anillos feroces.
Me fui a la mierda, en fin, me encanta que se hayan conocido, que se amen, que en un mes se metan los cuernos, que ninguno se entere de lo que le hizo el otro, que sigan muchos años, se casen, tengan hijitos (que les van a salir hermosos porque ustedes dos son re lindos) y nada, ojalá que sean felices por siempre. Pero sobre todo, ojalá que estén juntos, pegaditos, ocupados por mucho mucho tiempo, así no joden a nadie.

♥Amor para todos♥

La boluda.

Lo más gracioso de todo lo gracioso de toda esta "historia" que tenemos "juntos" es que a veces, mientras viajo en el colectivo, me imagino secuencias nuestras. Y se me escapan sonrisas absurdas y espontáneas, siempre. Te odio.
No quiero pensarte más.
(¿Vos me pensás?)

Nono.

Todos los días me doy un tiempo para pensar, para recordar y para volver a aprender que no somos imperecederos. Mi próximo pestañeo podría ser el último, podría nos ser un pestañeo más para convertirse en un cierre de ojos perpetuo. 
Nos vamos. Todo el tiempo, en cualquier momento. Y lo que queda es nuestro arte, lo que escribimos, lo que pintamos, lo que cantamos, todo lo que transformamos en obras y todo lo que genera alguna sensación en otra persona. Lo que vos generaste en mí fue, antes que nada, protección.
Me resulta raro estar escribiéndote de nuevo, porque hacía un tiempo que había decidido superar tu inesperada ida, pero por alguna u otra razón estoy de nuevo llorando, recordando tu caricia áspera y cálida, tu risa sublime.
Y a pesar de los años que pasaron, te extraño y me duele.
Perdón.

Nada más.

Nunca nada más lindo que una respiración en la espalda,
una caricia en el pelo,
un beso en la mejilla.
Y ahí me quedo.

Ni más,
ni menos.
Nos podemos quedar solamente en eso.


Te pediría que te olvides de mí aunque me haya quedado con las ganas, sólo para tener la seguridad de que te vas a ir.



No tengo sueño.

Me duermo sólo para soñar con vos.
Porque en realidad saltaría todo el día, destrozaría cosas, gritaría y me quejaría de lo abrumante y patética que es mi vida. Pero son más fuertes las ganas de verte.

(Verte: con verte no me alcanza. ¿Se entiende a lo que voy? Quiero calor, caricias, abrazos, voluntad de ser y hacer y deshacer. Vení, volvé, vamos, no sé. Lo que sea, pero que sea pronto porque me carcomen las ganas.)

Nena, nena...

Buenas historias, si las habrá habido. Buena historia. Buena historia la nuestra.
Érase una vez una chica que estaba bien. Un día, como para desestabilizarle la vida, apareció en su mundo un pequeño -pequeñísimo- ser de ojos color cielo de abril. Fue en abril, de hecho. ¿O fue en mayo? No, no. Fue en abril. Volviendo al tema, resulta que este pequeño ser irrumpió la quietud emocional de la muchacha para regalarle tiempos de paz y de amor, tiempos de cosquillas en las pestañas, de besos húmedos. De felicidad, simplemente. 
Y la llenó de cosas que nunca había conocido, la llenó. Sí que la llenó. Como pudo, con lo que pudo. Pero lo hizo.
Fueron días en que ella no se dio cuenta del paso del tiempo, hasta que el ensueño le cayó encima, en forma de preguntas indescifrables como "¿qué somos?" y "¿qué vamos a hacer?". Ella nunca había estado pendiente, nunca había pensado, si quiera, en la posibilidad de una relación. Fue por eso que cuando él le habló de eso, la niña corrió espantada entre calles desiertas, pidiendo que la dejen ser, que de a dos o de a muchos o de a uno era lo mismo. Creyó que de esa forma el pequeñísimo ser se espantaría, o se daría cuenta que ella no lo apreciaba, no lo amaba lo suficiente como para atarse a él.
Pero no. El pequeño siguió insistiendo, jurando amor y prometiendo felicidad, excusándose en su dolor y pidiendo oportunidades para hacerla cambiar de parecer.
Boba, pequeña boba, débil. Cedió, a pesar de saber bien que ese chiquitito no era para ella. Creyó que importaban más los momentos de felicidad que los de vacío, creyó que si se quería construir, se debía luchar. Pero parece que él no veía las cosas de tal forma.
Luego de un tiempo -corto, cortísimo-, cuando ella ya se había adaptado a caminar de a dos, algo sucedió.
Una revolución interna en el ser pequeño cambió las cosas. El niño se aburrió, o se asustó al descubrir verdaderamente a la persona que tenía al lado. O, quizá, sólo se sintió mal. De una forma u otra, se rindió. Y, sin dejar explicaciones válidas o coherentes, se marchó.

Ah, pequeña niña, te creíste encantos de mentira otra vez, de gente cobarde que no sabe ver, no sabe sentir ni creer. Si sabías que iba a terminar así ¿por qué quisiste seguir? Sabías que nunca llegarías a ser feliz, no así. Pero bueno, es obvio ¿o no? Te pone triste ver a los demás tristes por vos, no ibas a poder soportar verlo llorar por decirle que no. Preferías adaptarte, cambiar, antes que ver al pequeño ser obligado a marcharse a duras penas.
Bueno, nena, por haber creído y cambiado, así te fue. No lo hagas más, nena, que no hace falta cambiar nada para ser amada. No te olvides de eso. Sos como sos, no tenés la obligación de hacer feliz a nadie más que a vos misma. La próxima vez, pensá en tu vida y después en el cambio. Que no siempre es fácil, no siempre es placentero, pero fundamentalmente, no siempre es necesario.

Te invito.

Te invito,
te espero
Faltás vós, acá.
en la cama
en la cima de esta montaña
para alcanzar lo más lejano
lo más profundo
lo más pagano
y sentir
como nunca,
como cada vez que se afinan los sentidos,
que se pierden los sonidos,
que se funden las señales
y nos convertimos en carne,
nada más ni nada menos.
Bebamos, brindemos
con veneno, elixir o fuego
que igual nos recorrerán
algunos brotes de felicidad.
Seamos dos en uno
un pliegue absurdo
entre dos bocas necesitadas
que con fulgor, pasión, entrañas,
andan buscándose.

Sí, buscame
que mi cuerpo fue creado para vos,
tus dedos, cariño, calor.

Setenta y te extraño.

Felices setenta años al señor ese que a pesar de ser un abuelo, pegaba posters de los Rolling Stones en su casa, que tenía los dedos de las manos pegados, que tarareaba canciones de Charly García para que a mi se me pegaran, que guardaba caramelos en el frizzer para no dármelos derretidos (él sabía que yo los odiaba derretidos), que se armaba sus propios cigarros, que jugaba todas las tardes conmigo (a eso de las siete, después de tomar mates), que me iba a buscar al jardín de infantes, que seguía, complementaba y era parte de mis historias de niña, que me crió los primeros años de mi vida, me cuidó, me enseñó, me complació y me hizo reír tanto. Gracias.

Te extraño.

that's what you have


Hay cosas que duelen de más.

Jugamos el papel de víctimas para dar lástima, para quedar bien. Y, al fin y al cabo, no le damos lástima a nadie más que a nosotros mismos.


Basta, te amo, te necesito, volvé a sonreirme, no aguanto más, no puedo seguir así.

Texto de autoayuda barato + carta al lector.

No es fácil. Nada es fácil, pero esto menos. No es fácil encontrar las palabras justas, ni los modos correctos para hablar de esto. Tampoco es fácil ordenar los sentimientos, separarlos de los pensamientos, apartarlos de nuestros prejuicios y liberarnos de nuestro bagaje emocional.
De todo lo que nos pasa en la vida, se obtiene una enseñanza. Estas enseñanzas son interpretadas de diversas formas por cada uno de nosotros. A mí, la vida me enseñó a encerrarme, a olvidarme, a no perdonar, a mirar siempre para adelante, a saber ser fuerte, a no sostenerme de nada que no sea yo misma. Y no porque la vida haya sido dura conmigo, sino porque todo lo que me dio alguna vez, me lo sacó sin previo aviso.
Me llevé decepciones, se me alejó mucha gente que significaba mucho para mí, me mintieron, jugaron conmigo, se equivocaron sin darse cuenta que atrás de ellos (o al lado, mejor dicho) estaba yo. Y soporté muchas cosas de mucha gente, aguanté y aguanto prejuicios, quejas, planteos y llantos que en realidad no  me corresponden. Pero no puedo ser tan egoísta como para no prestar un hombro, no dar un abrazo y dar vuelta la cara.
Y, de todas formas, fue así como nos conocimos. Vos desesperado, dolido y usado, poniéndole el hombro a una relación que no daba más y yo, sola, como siempre, tranquila, dispuesta a dar y esperando, por una vez en la vida, recibir.
Acabaste con todo. Terminaste mi vida como la había sabido mantener hasta ese momento. El amor es una mierda, te desestabiliza todo. Yo supuse que podía manejarlo pero es imposible. Encontrar el equilibrio entre dos personas, dos vidas, dos tiempos, dos temperaturas, dos voces diferentes es difícil. Es un barquito de nuez en el océano: perdemos el rumbo, nos ahogamos, nos caemos, nos hundimos. Nos perdemos.
Me desarmé como persona, cambié y sigo cambiando: me abrí, empecé a sentir, confié, reí, amé. Y ahora, siento que necesito volver a ser yo, volver a la roca, al hielo, a la frialdad y al acero, porque tengo miedo.
Miedo a miles de cosas, inexplicables, fantasiosas, estúpidas. Pero miedo al fin, y miedo del que no se contiene. Parece que soy la única persona en el mundo que cree que los defectos son menos importantes que el amor que se tienen dos personas. ¿Que acaso no pesan más los momentos vividos que los errores cometidos? ¿No pesan más los besos que las lágrimas? ¿No pesan más las horas juntos que los minutos que me tuviste que esperar?
No sos el único que dejó cosas, que renunció, que se esforzó. No entiendo tu persistente enojo. No te olvides que yo tuve que cambiar mi forma de ser para poder estar con vos. Cambié de mentalidad, de prioridades, de tiempos y de humores. Cambié mucho y todo por vos. Te necesito como nunca necesité a nadie en el mundo. Te convertiste en mi vida. Ya no sé qué hacer para detener tu enojo, no puedo aguantar más esto así.
Vos lo dijiste, no existe la relación perfecta. Pero de ahí a estar enojado cuando ya te pedí perdón y te aseguré un cambio, hay un largo trecho. Basta, volvamos a lo que éramos, volvamos a ser lo que hace al otro feliz, volvamos a ser la sonrisa, la alegría, el sol, las tardes tirados en el pasto, la risa, el amor. Volvamos a ser nosotros, por favor te lo pido.

Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar.

Desde el despertar hasta el dormirse de nuevo, juntos. El ciclo de un día de nuestras vidas, juntos. Desde la mañana despejada hasta la noche oscura y fría, juntos, enroscados entre nosotros mismos, el uno con el otro, palpitándonos. Sintiéndonos respirar toda la noche, entre el calor del otro ser y el de una manta compartida. Amándonos, desde el Sol hasta la Luna, desde el celeste hasta el azul profundo, desde las nubes hasta las estrellas. Juntos, compartidos, como se comparten un café y un disco de Serú Girán, un sahumerio y un cigarro. Juntos como quisieran estar tantos, pero mueren en el intento, se desarman, se desgarran, se aplastan el uno con el otro con tal de llegar a la cima, a la cual quizás llegan, pero solos. Juntos como se juntan los amigos a tomar mates y tocar la guitarra, como se juntan el té y el azúcar cuando revolvés, como se juntan los besos y los abrazos en este cuarto. Desde la primer estrofa hasta la última, juntos. Desde que el mar despierta para abrazar tus pies fríos hasta que la sábana te cubre de seguridad desesperada. Juntos.
Porque nada importa, nada vale más y a nadie pude amar así: Juntos.

Así es nuestra vida.

Y se van consumiendo como se consume un cigarro.
Y siguen girando, como una bola, que no para.
Y siguen riendo, porque así es la vida.
Y siguen existiendo como si esto nunca acabara.

(Capaz mañana estamos muertas, hagamos hoy todo lo que podamos hacer)