Nono.

Todos los días me doy un tiempo para pensar, para recordar y para volver a aprender que no somos imperecederos. Mi próximo pestañeo podría ser el último, podría nos ser un pestañeo más para convertirse en un cierre de ojos perpetuo. 
Nos vamos. Todo el tiempo, en cualquier momento. Y lo que queda es nuestro arte, lo que escribimos, lo que pintamos, lo que cantamos, todo lo que transformamos en obras y todo lo que genera alguna sensación en otra persona. Lo que vos generaste en mí fue, antes que nada, protección.
Me resulta raro estar escribiéndote de nuevo, porque hacía un tiempo que había decidido superar tu inesperada ida, pero por alguna u otra razón estoy de nuevo llorando, recordando tu caricia áspera y cálida, tu risa sublime.
Y a pesar de los años que pasaron, te extraño y me duele.
Perdón.