De cómo me llevo con el ayer.

Escarbo el pasado con todo el placer del mundo. Me revuelco en mis errores, me los refriego por el lomo, me los niego, me río. Tengo una relación casi sadomasoquista con él: disfruto recordando el sufrimiento que me causé equivocándome tanto.
Dicen que de los errores se aprende y que por eso hay que tenerlos siempre presentes. Pero a mí no me basta con eso.  Yo necesito albergarme en ellos, saborearlos con un orgullo estúpido y recalcitrante que lo único que hace es humillarme ante mi mirada, poner en exposición el resentimiento que me guardo por haberle dado oportunidades a todos menos a mí misma.
Mi relación con mi pasado es una relación de odio-amor, una relación bipolar crecida en el seno de un cuarto oscuro y circular del cual ni él ni yo podemos escapar: mi propia mente.

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