mar muerto

El sueño recurrente de escribir todos mis sueños, de vivir escribiendo, vivir para escribir, vivir de escribir. Comer, respirar, hablar, hacer el amor entre palabras conmigo misma. Es insoportable. No controlo esta verborrea horrible. No puedo parar de vomitar pensamientos en ningún momento.
Absorbo todo: tu piel, tu olor, tu precencia. ¿A quién le estoy escribiendo esta oración? Es la primera vez en mucho tiempo que no lo sé. 
No entiendo por qué la voz en mi cabeza no descansa, si es lo único que realmente quiere: dormir. Pero si mi cuerpo duerme, ella vive: sueña y vive más que nunca. Cuando me despierto me pide que escriba, que haga un cuadro, una película, que bese a alguien, que robe un cigarrillo, que pelee, que me duelan los golpes. Me pide y me pide y me dice y me indica y no siempre es fácil hacer lo que la cabeza quiere, lo que esa voz intransigente exige sin escuchar, sin entender de realidades únicas que me atan a este suelo. Si me desato me voy a volver loca, si me desato quizás tenga el valor de matarme. Tengo miedo. No: miento. Tengo un síndrome de espera eterna. Espero pero no tengo paciencia, no tolero. No aguanto. No aguanto la voz, no aguanto que no llegue lo que busco. No resisto la sensación de haberlo encontrado y haberlo perdido.
¿De quién es la culpa?
Mía. Porque no sé hablar en realidad.
Yo sé escribir. Yo sé pensar, reformular, alterar y recapacitar, mi mente sueña y cuando vuelve, me ataca. Me ataca con ideas seductoras. Pero mi boca no me responde. Nunca podría decirle a alguien que me siento enterrada en sus tierras, que no fui yo la que puso la semilla, que no siento culpa, que no me di cuenta cuando las cosas pasaban, que, como siempre, me tiré de cabeza a un río de aguas profundas pero rápidas. Que no pensé en esto. Nunca podría decir que no me esperaba un río con una única desembocadura: el mar muerto.
Lo primordial es la falta de valor en mi garganta. Lo que le sigue es que no tengo corazón: por eso y a través de eso mido lo que digo, cerebro, todo pasa por el cerebro. A veces por mis costillas, porque son lo que sostiene a mis pulmones negros. Recordar: respiro palabras. Inspirar y espirar son sólo palabras. Diástole y sístole también. Latido también. Sentido también. Amor también, pesadilla, asco, temblor, pulso, sangre, satisfacción, lágrima, palabra. Todo es palabra. Yo soy palabra, soy hoy y siempre, soy mentira, como todo. 
No hablar debido a que pienso mientras hablo y cada vez que pienso tengo palabras nuevas para usar. Si hablo mientras pienso algo nuevo, me contradigo, por lo tanto mis oraciones comienzan con una idea y terminan con otra que a simple vista, o mejor dicho a simple escucha, no tienen relación alguna. Mi conversación es confusa puesto que no tengo ideas fijas. Cuando puedo procesar este sistema de pensar-repensar-destruir-reconstruir es cuando escribo. Único momento de catarsis posible en mi vida. Cuando me siento con el papel y la hoja y me sincero en un movimiento de muñeca.

mierda

Tener miedo. No como película de terror, no espanto, no pánico. Simplemente quedarse parado, quieto, sin saber qué hacer, cómo seguir, a dónde ir si no es a donde nos lleva la vida. El querer cambiar y no poder, lo patético de perder la movilidad, la decisión propia. Lo triste de ser un paralítico emocional, un atrofiado en la vida. Lo absurdo de querer autoabastecerse cuando se trata de amor. No hay amor propio, es ridículo. Se perdió, no se encuentra, no se busca en realidad. Lo intrincado de no poder vivir sin amor, sin el amor del otro, del único que ama a este bicho, porque ¿por qué voy a decir mujer? ¿por qué decir humano? ¡¿Y por qué decir bicho?! Mierda. Si no soy nada.

responsabilidad

Lo más difícil consiste en entender que la felicidad y la fidelidad a uno mismo son la misma cosa: no hace falta perseguir nada. Están en uno. Dejar la victimización, el síndrome de estocolmo y el sistema de lado, afrontar una realidad única: no hacemos lo que realmente queremos. Mirarse cara a cara con el futuro y con el miedo. Si se pelea contra ellos, se gana. Simplemente dejar las excusas y afirmar que toda responsabilidad es de uno y nada más que de uno mismo. Desde ese momento nos perseguirá un monstruo devastador que nos llevará a la depresión o, indefectiblemente, al cambio. Ese monstruo es la culpa.

La culpa de saber lo que se debe hacer y no hacerlo.

Suicidas.

¿qué tiene para mí la vida sino esta necesidad recurrente de escapar de ella misma, qué me da, qué espera de mi?
¿qué me ha dado este mundo sino la pesadilla de encerrarme en él?

¿qué tengo que hacer para volver a ser humana, para volver a sentir una raíz en algún lado, para poder crear y romper sin ser juzgada por mí misma, mi espectro culturizado y esta construcción social que me lleva a ser una suicida con esperanzas?



Debo irme.












Esperanza. Burda idealización del ser humano, no es más que un invento para la supervivencia.
hay que tener miedo
temblar, morderse la lengua
sentir la plabra "tiempo" muerta en los labios
sentir la palidez del vacío
la profundidad de las raíces

y arrancarlas del pecho 

y dejar que árbol se vuelva viento.


el cemento el espejo y mi alma.

sobre esta tumba:

flores muertas.

sobre mi cabeza:

espinas que atraviesan
esta piel cuarteada y llena de grietas
ramas que se enredan en mi pelo
raíces que se entierran en mi cuello


-cemento viejo
manos ásperas que recorren un adiós-
-espejo quebrado
ojos húmedos que no encuentran razón-
Y un alma infinita, rota en pedazos,
hoy se quedó
sin abrazos.

hola

Dos colillas, 
dos mates, una pausa, dos mates
una guitarra y una canción
(¿uno más uno? dos.)

Sentarse de espaldas al ventanal. Mirar el jardín como dos viejos. Y el gato negro que viene y va. A veces no vuelve y alguien lo va a buscar. Sus dos ojos nos miran expectantes, recalculan, nos dejan de ver y se van con él: quiere tener compañía también.
La Luna sale menguante y bella. Esta noche no la acompaña ninguna estrella. Se refleja esta diosa en tus pupilas que me transmiten su melancolía y su impertinencia. ¿con quién va a compartir sus vivencias? La soledad la avasalla esta noche: cada vez que nos mira nos pide clemencia.
Caminamos lento, hablando, pateando hacia adelante todas las circunstancias y los porqués. Mejor adelantarlos para que sucedan después. Viajar, caminar, beber. Bañarse. Jugar. Dormir, yacer en este lecho: digo lecho digo muerte porque con cada beso respiro y con cada sueño me entierro. Me gusta recorrerte y que el tiempo se deshaga, que el espacio sea inmenso y sólo contenga estos dos cuerpos amándose entre dorada miel: mi mejor sábana es tu piel. El mejor perfume sale de tus suspiros. Los besos más dulces que me sacan el frío. Las mañanas menos difíciles, amaneceres y despertares, tu cara y vos, siempre tan suave y extenso. Tus ojos de tierra, fango, madera y oro. Sos un pantano que se deja navegar. En tus profundidades hay piedras: las quiero convertir en sal.

Perdón por tanta cursilería: es que transpiro amor cada día de mi vida.
Gracias (de nada). Te amo (yo también). Permiso (dejáme un lugar en la cama).
Feliz un año. Feliz con vos. Feliz con que uno más uno sean dos.

autómata III

el piano la mesa
tu boca me pesa
tus labios mis piernas
mi cara tus venas
la sangre, mi cobija
tus ramas tus clavijas
mi escalera, la vida, el pasar
Quiero irme. No quiero estar
me pesa en las venas: tu mano y la acera
el gris me sofoca.
Me pesa tu boca.
el piano la mesa
tu boca me besa



(autómata I, II y III son una serie de escrituras que partieron de una zapada entre madrugadas, sustancias y pieles)

autómata II

cuando se ponga oscuro
   cuando no haya calor
cuando el beso-
no tenga sabor.

cuando el árbol caiga triste y tieso
cuando el techo se parta en dos
cuando estas cuerdas se corten
cuando tu vida
simplemente
se acorte

autómata I

no hay cuentos
no hay poemas
                  ni historias
solo palabras que se tensan
y te salen de la boca
y como pájaro cantarás
como un pueblo viejo contarás
pero cuentos, no, no habrá
no habrá poemas
                    ni historias
solo palabras                que te forman.

conversación conmigo

Un día entendí que mi cuerpo me advertía cuando algo iba a salir mal. Me lo hacía saber con señales en la calle y en mi cabeza, con un nerviosismo general que sólo se presentaba de vez en cuando. Más de una vez miré para adelante en vez de para adentro y seguí. Siempre algo salió mal. 
Hablo de situaciones límites: de jugar no sólo con la moralidad, sino con la salud, la familia, el tiempo. Curé estas heridas surciéndolas yo misma, removiendo aires viejos, haciéndole caso a mi cuerpo somatizador. Me curé, cosí venas.
Hoy reveo, reaprendo, revisito las ideas aquellas que había dejado en piloto automático porque entiendo, comprendo y aprendo que a veces estas cuestiones van mucho más allá de mi relación cuerpo-mente-entorno. Cuando implican a alguien más no debo arrastrar, puesto que quizás a esta persona no le tiembla el pecho, no se le rompen los alvéolos, no comienza a sangrar. Quizás esta persona siente lo que yo no, lo que yo siento otras veces, ese galopar incesante desde las rodillas hasta los dedos de las manos, ese respirar hasta el fondo, esas ganas, ganas, eso es: ganas de hacerlo. Seguridad, esbozo de sonrisa, complicidad, abrazo. Eso no lo siento hoy, quizás vos sí. Quizás deba pedirte perdón por no acompañarte esta noche, quizás pedírtelo porque intenté arrastrarte conmigo todo el día hasta que me senté a escribir esto y comprendí que en la catarsis se esconde la realidad que debo ver: no quiero ser lo que no soy, por lo tanto no quiero que seas lo que no sos. Somos impulsos. Respondemos a impulsos. Debemos seguirlos, debo entender que no soy solo yo la que los vive y los persigue y de ellos se sostiene.
Me suicido en cada sueño. Digo "sueño" y no "pesadilla" porque no es malo morir de vez en cuando. No tengo razones para afirmar esto, excepto la razón que me da soñar con mi muerte todo el tiempo.
Así, por lo menos, mis espacios vacíos se sumergen en el mar más salado. Digo salado porque se condimentan un poco y vuelven a reflote, un poco más fuertes que antes.

madre-tierra

Fue en verano. Me perdí en un bosque que tenía vida propia. No, me equivoco: el bosque no tenía una vida, sino que había absorbido mi vida y la de otros cinco para jugar con nosotros, que quedamos absortos, sin comprender de reglas, de palabras, de tiempo. No comprendimos, es decir, nadie comprendería esa conjunción subalterna de seis dimensiones abrasantes, profundas, tan hundidas en sí mismas. 
El vino se convirtió en la sangre de la tierra que vivió eterna sólo por una noche y creó figuras, personajes, animales. Los creó para nosotros, para que juguemos con ella, para que le evitemos el abandono y no la pisemos sin pensarla, por una noche, por unas horas de juego encantado, de bosque viviente, de ramas-árboles-duendes-muertes que existían y que pensaban. Que enredaban. Y que entendían. Ellos sí entendían.
Fue así como mis ojos me dejaron de pertenecer y me mostraron cosas que nunca había visto (y que nunca voy a volver a ver, porque cuando la tierra juega, siempre lo hace de forma diferente, cada vez que se le da vida absorbe algo distinto y crea cosas que surgen como montañas en las mentes y luego se deshacen, son buscadas, son perseguidas: no se encuentra más que un efímero recuerdo, quizás hasta roza lo onírico, lo incomprensible de la inmensidad del cosmos reflectada en una leve imagen. Los rastros de la creación se vuelan fácil. Pero el caos está siempre, plantado. Presente. Latiendo, como lo hizo la noche misma, esa noche. Se sacudía, las estrellas caían para resurgir en su cúpula, el viento bailaba para nosotros.
Aún así, el suelo nos expulsó del bosque, como una madre pariendo. Sí que fue duro el transcurso, fue dura la salida, el nacimiento. Y sin embargo nos preparó algo mejor, nos regaló el Sol por unos instantes, nos cedió la luz eterna y el color que le había faltado a la noche oscura, con nosotros encerrados entre árboles y estrellas. Vimos el Sol. Vimos rosas, verdes y violetas. Vimos rojos, naranjas y azules. Vimos vida, fuego, energía creando, proyectando. Resurgimos. Volvimos a nacer. Realizamos. Lloramos de belleza. Lloré de miedo. Reí de culpa. ¿Qué me hice, qué te estoy haciendo? Bordeé la locura, no dormí, no pude conectarme con mis necesidades terrenales, corpóreas. No pude abastecerme. Fui poca materia y mucho material. Fui mente, universo, polvo. Broté. Busqué los frutos. Encontré belleza. Hoy despierto y no sólo no comprendo, sino que no creo. No creo que haya que comprender. Y me acordé de mis pupilas y de tus ojos verdes y me sentí encerrada en este mundo y en mi locura. Y, claro, sin quererlo, pero busqué darte el miedo que yo tenía, quería acabar con todo, no quería estar sola, no quería temer sola. Quería volver, volver a beberte, volver a sentir sin que me duela, volver a temblar por placer y no por frío.miedo.dolor. No podía aguantar el metal en mi cabeza, el cemento en mi espalda, los pesos que conlleva la vida, el humo, el silencio, y los epitafios escondidos entre mis alvéolos.  Quise sangrar, quise dormir, quise despertar. No logré nada más que olvidar la belleza que el mundo me había regalado horas antes. Me olvidé del espacio y el tiempo y me sentí encerrada en mi pasado más lejano, en mis paredes y en mi familia. Olvidé las flores y los versos. Mi boca supo a muerte. Luego dormí.

Desperté entre tus brazos, con la cabeza donde debía estar. Desperté con la inmensa felicidad de recordar sólo lo que debía. Desperté amándote y pudiendo mirarte de nuevo. Olvidé el miedo y recordé el susto con risa y, más que nada, tranquilidad.

Seis meses más tarde escribo. Hoy comprendo: seis pares de pupilas son hermanas. Renacieron juntas aquel día.
Que ciertas cosas me pisan los talones, supongo que será verdad.
Será verdad también que el tiempo me consume como yo consumo cigarrillos y podría ser verdad que también me consumo entre los dedos de alguien. 
Será verdad que el futuro que ya me huelo, palpo y siento en realidad ya es mi presente porque sucede a cada instante. ¿Cómo explicarlo? Es mirar al horizonte sin darte cuenta de que ya estás parada en otro horizonte. Es correr tras el viento sin percibir que él está adelante, al lado y por detrás. Simplemente es y será. Y las burdas preguntas de quienes se crean existencialistas quedarán fácilmente ahogadas en el pensamiento abstracto de un bicho o animal o persona de instinto, salvaje, ¡que vive, carajo! porque no hay mañana te digo, no hay nada.
Vivimos afiebrados, como el suelo que llenamos de cemento. Lo recubrimos de esa coraza idiota como nos recubrimos a nosotros mismos. Nos alejamos del contacto, nos atrofiamos los sentidos.
Hay que renovar. Destruir, volver a crear.
Despertarse y repensar. Oler y beber el ritmo de los días y las noches. Abrazarse a lo que respira y no a lo que habla nuestro mismo idioma.

The big dream.


Yo no quiero que te desangres por mí. Quiero estar cuando sangres. 
No quiero llevarte el desayuno a la cama, quiero que me desayunes todas las mañanas.
No quiero que dejes de fumar, quiero que me consumas a mí también, que me saborees con la boca y la nariz, que me hagas rodar entre tus dedos y me dejes hecha cenizas. 
Del caos surgen nuevas creaciones: Quiero que me destruyas y me reconstruyas. No sólo quiero que acabes, sino que quiero que vuelvas a empezar.
Quiero estrujarme la cabeza, quiero escurrirla para ver si gotean algunas palabras, porque ya me cansé de escribir, me cansé de escribirte pero quiero que me leas. Quiero que me repases línea por línea, quiero que leas cada renglón que escribo y describo, quiero que huelas el olor a libro entre mis páginas, quiero que roces con tu dedo cada verso y marques lo que más te gusta en donde más te guste.
No quiero llorar más, en serio, no quiero. Quiero estar con vos. No quiero dar vueltas ni subir y bajar a cada rato. Me basta con hablar con vos para evitar esas cosas. No quiero que me cueste dormir, quiero dormir como cuando estoy con vos: de forma profunda, entera, suave, caliente. No quiero tomar café para mantenerme despierta, quiero que me despiertes. Quiero que me obligues a escuchar música y me incites a pensar. Quiero que me enseñes a mantenerme callada y quiero enseñarte a hablar más. Quiero fluir entre tus venas y besarte de adentro hacia afuera.
Y no quiero apreciarme, ni tener un ego que rebalse, no me interesa. No me interesa sentir nada por mí, solo me interesa ser. Pero a veces se me escapan algunas cosas, ideas se meten en mi cabeza y me hacen pensar que debería estar agradecida u orgullosa por tenerte. No: yo no te tengo, no te poseo, simplemente te volviste una parte mía con el tiempo. Yo no amo esta relación, el ente que crece a costa nuestro. Yo te amo a vos, como sos: devorador, abrasador, creativo. Humano, muy humano.

Buganvillas

Yo sangro a través de las palabras. Sangre de tinta: porque yo no sangro, yo escribo.
Yo no escupo, yo escribo.
Yo lloro y escribo.
Vomito palabras. Me brotan, germinan en mí, se extienden por mi cuerpo como madreselvas, afloran a través de la tinta o de mi voz. Soy palabra: Devoro palabras, respiro palabras.
Y de tanto repetir la palabra "palabras" ya siento que es una planta, como las buganvillas. 

Palabra: dícese de una planta trepadora con flores violetas.
Ya sé que no es conveniente hablar de esto precisamente a estas horas, cuando está todo oscuro. Ya me lo dijeron antes. Lo que pasa es que tengo una necesidad irreverente de escribir estas empantanadas palabras, como para ennegrecer más el paisaje y, de paso, sacarme un peso de encima.
Hablo de oscuridad porque mi mente de a ratos se apaga, se anula. Se extingue, como los fuegos. No importa cuánto hayan ardido, los fuegos siempre terminan por extinguirse.
Hablo de necesidad irreverente porque necesito otro mundo. Ne-ce-si-to. Como respirar, comer, dormir, necesito. Porque ya estas cosas se volvieron superfluas y carecen de sentido y, si carecen de sentido las necesidades básicas, ¿qué mínimo, ínfimo, astillado sentido podrían llegar a tener los gustos o los miedos o el paisaje? ¿Qué porcentaje de sentido tendrían en mi vida las leyes, las reglas, las costumbres? Me quiero mudar del mundo por esto, porque no pertenezco a las vicisitudes del día a día y, a la vez, tampoco pertenezo a los sueños del pasado o a los recuerdos del futuro. Hace tiempo me despedí del tiempo, de la línea, la vida, las salidas, los caminos y las metas. Después de todo, no existen los "sin embargo" en la vida a la que llaman "real". No hay una regla ni una excepción a lo que fuiste-sos-serás. No hay ideas ni opiniones, ni si quiera esbozos de un plan. No hay ni polvo y todos acá piensan que hay un sentido, buscan un sentido, gastan su tiempo-vida-existencia buscando el camino o el dios o su destino. SU destino. Si es propio ¿a dónde lo buscan? Está adentro.
Por eso me quier mudar de mundo. Porque no pertenezco. Porque no me encuentro ni en mis ojos. Y si no me encuentro yo, ¿a dónde voy a buscar?

Abajo.

Nada pasa.
La fruta madura se desprenderá del árbol
y nada pasa.
Se pudrirá y consumirá hasta secarse
hasta saberse muerta.

Desintegración,
apaciguamiento.
Desaparición,
calma.
Abandono del ser
alejamiento del yo propio
abducción inversa
caigo como caen las manzanas.

Caigo como caen todas las cosas cuando son arrojadas.

A mí me arrojaron al mundo
mundo desgraciado
por eso caigo.

acá y allá

acá en el medio siempre queda algo por decir
siempre hay algo más para decir
salvo
salvo cuando se clava ahí
salvo cuando duele

cuando duele no se habla

cuando duele, el silencio se vuelve un mejor amigo
una compañía abrazante
                      alucinante.

El nudo al desnudo.

Tengo un nudo. No, no está en la garganta. Tengo un nudo que todavía no ubico. A veces me pesa en la cabeza. Otras, en el pecho. Siempre se manifiesta un poco en mis rodillas y en mis ojos también. Me pone rígida y me nubla.
Tampoco sé de qué está hecho. Puede ser que de palabras, simples palabras que no significan nada y que, sin embargo, están ahí. Quizás se compone de una mezcla entre malos entendidos y malas intenciones. Quizás se me formó por culpa. Quizás por pena.
El nudo me trae, primeramente, mucha confusión. No entiendo bien qué estoy haciendo, no tengo idea qué es lo que voy a hacer y, de hecho, hay veces en que me cuesta conectar oraciones y hablar con coherencia. Por otro lado, me obliga a escupir agua por los ojos estúpidamente, como si doliera. Quizás me trae dolor, pero no literal. Me tensa un poco y me marea pero no me duele. Duele adentro, en ese adentro que no sabés dónde está. Me duele en el alma, si es que existe. Me duele cuando se mueve por adentro de mis venas y por entre mi masa encefálica, por mi médula espinal, cuando intenta salir por mis poros o por mi garganta. Pero siempre se queda trabado y vuelve adentro. Es frustrante. Siempre las cosas frustrantes me hacen llorar.
Me está matando. Dicen que hay cosas que aceleran el proceso de este tipo de destrucción, desde adentro hacia afuera. Una, dicen, son las preguntas, los cuestionamientos ajenos y constantes sobre lo que el afectado dice y piensa y hace. Otra, son las opiniones públicas acerca del nudo, acerca del afectado, acerca de la relación del nudo con el afectado e incluso de todos y cada uno de los factores que pueda llegar a componer el nudo. Porque, el nudo, por más incómodo u odiado que sea, es algo propio, íntimo y que debe quedarse en uno. Compartir el nudo es enfermar a alguien más.

Me lo quiero sacar, pero de eso ya no sé tanto como sé de nudos.

De no entender.

¿De qué se trata? Es fácil. Se trata de encontrarle buen sabor al aliento de mate mezclado con cigarrillo. Se trata de que ese olor se te vuelva un perfume incandescente en la boca y te den ganas de absorberlo todo el tiempo, como un remedio de asmático, como un saque de merca para un duro como Johnny Bravo (Johnny toma pala, me dijeron). Se trata de quedarse tardes mirando el techo, riendo, buscando figures entre las manchas de la madera, hasta que un día, de repente, entre charlas y carcajadas y esas cosas que surgen solas, ya no estás mirando el techo, estás haciendo el amor (quizás mirás el techo mientras hacés el amor y te acordás de aquellas tardes y ahí está, te nace un cariño profundo como tu mente y te morís de ternura y no entendés nada. De eso se trata).
Se trata de que pasen los meses pero no sepas cuántos. De que sientas que están juntos desde siempre y que nadie existió antes de eso y de que mires para atrás y no hayan pasado ni seis meses y digas "¡la puta que me parió, yo ya me quiero mudar y tener un gatito!" y de que no entiendas cómo mierda pasó, ni qué mierda ni cuándo mierda y todo es una mierda menos todo esto porque no para de ser cada vez mejor y otra vez no entendés por qué no bajás de golpe como siempre te pasó, como una paloma que va a cientochenta kilómetros por hora y se la da contra un vidrio y se descogota y vos ahí en una vorágine de amor que no entendés pero que está re buena y que no deja de mejorar a cada momento. Y se trata de eso, del miedo que te produce no saber cuándo vas a pisar el palito, cuándo te vas a caer por el negro abismo, cuándo va a haber una frenada y vas a salir volando por el parabrisas. 
Se trata de esa sensación de que se te consume la individualidad y que ya no sos para vos. Así de feo. Así de lindo. Sos para vos y para el amor, la libertad, la paz. Sos para vos y para el otro, que te representa todo eso. De eso se trata, que te represente. Que te represente a vos y a todo lo que siempre quisiste que otra persona te dé.
Yo
yo lo sentí
sentí la necesidad de hacer ruido
de hacer y deshacer
de desechar
de envolver y romper
de crear y amar
resucitar, recitar
matar, morir
envenenar.

Yo,
yo sentí
que tenía que poner las venas arriba de la mesa
mostrarlas
violetas
para que se den cuenta
que la sangre corre por ahí
y que si quieren matarme
deben cortar allí.

Yo...
Yo lo hice,
me entregué
me arrodillé
nunca suplicante
como quien se rinde ante su dios
como quien entrega su alma sin pena o dolor.
Me entregué y vi 
como mi dios se arrodillaba
también ante mí
lo ví, de igual a igual
se bajó de aquel altar
me miró a los ojos
que reflejados en los suyos brillaban 
que reflejados en los míos brillaban
como estrellas
como espadas
y
y yo
yo sentí
yo viví
yo descubrí
yo entendì
lo que es el amor.

{entonces, quizás, el amor se trata de esa entrega, de rendirse, dejarse hacer y deshacer, dejarse manipular, arrodillarse y entregarse, pleno. Y que, sin embargo, aquel otro no pueda aprovechar esta rendición para hacer y deshacer, para manipular y moldear en uno, porque se encuentra indiscutiblemente en la misma posición, la misma condición, arrodillado y rendido por igual}

Del silencio.

Me decido
yo no pertenezco a este mundo
yo soy de afuera, de la materia, de las estrellas

soy del silencio
porque es el único que me responde.