El nudo al desnudo.

Tengo un nudo. No, no está en la garganta. Tengo un nudo que todavía no ubico. A veces me pesa en la cabeza. Otras, en el pecho. Siempre se manifiesta un poco en mis rodillas y en mis ojos también. Me pone rígida y me nubla.
Tampoco sé de qué está hecho. Puede ser que de palabras, simples palabras que no significan nada y que, sin embargo, están ahí. Quizás se compone de una mezcla entre malos entendidos y malas intenciones. Quizás se me formó por culpa. Quizás por pena.
El nudo me trae, primeramente, mucha confusión. No entiendo bien qué estoy haciendo, no tengo idea qué es lo que voy a hacer y, de hecho, hay veces en que me cuesta conectar oraciones y hablar con coherencia. Por otro lado, me obliga a escupir agua por los ojos estúpidamente, como si doliera. Quizás me trae dolor, pero no literal. Me tensa un poco y me marea pero no me duele. Duele adentro, en ese adentro que no sabés dónde está. Me duele en el alma, si es que existe. Me duele cuando se mueve por adentro de mis venas y por entre mi masa encefálica, por mi médula espinal, cuando intenta salir por mis poros o por mi garganta. Pero siempre se queda trabado y vuelve adentro. Es frustrante. Siempre las cosas frustrantes me hacen llorar.
Me está matando. Dicen que hay cosas que aceleran el proceso de este tipo de destrucción, desde adentro hacia afuera. Una, dicen, son las preguntas, los cuestionamientos ajenos y constantes sobre lo que el afectado dice y piensa y hace. Otra, son las opiniones públicas acerca del nudo, acerca del afectado, acerca de la relación del nudo con el afectado e incluso de todos y cada uno de los factores que pueda llegar a componer el nudo. Porque, el nudo, por más incómodo u odiado que sea, es algo propio, íntimo y que debe quedarse en uno. Compartir el nudo es enfermar a alguien más.

Me lo quiero sacar, pero de eso ya no sé tanto como sé de nudos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario