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De no entender.

¿De qué se trata? Es fácil. Se trata de encontrarle buen sabor al aliento de mate mezclado con cigarrillo. Se trata de que ese olor se te vuelva un perfume incandescente en la boca y te den ganas de absorberlo todo el tiempo, como un remedio de asmático, como un saque de merca para un duro como Johnny Bravo (Johnny toma pala, me dijeron). Se trata de quedarse tardes mirando el techo, riendo, buscando figures entre las manchas de la madera, hasta que un día, de repente, entre charlas y carcajadas y esas cosas que surgen solas, ya no estás mirando el techo, estás haciendo el amor (quizás mirás el techo mientras hacés el amor y te acordás de aquellas tardes y ahí está, te nace un cariño profundo como tu mente y te morís de ternura y no entendés nada. De eso se trata).
Se trata de que pasen los meses pero no sepas cuántos. De que sientas que están juntos desde siempre y que nadie existió antes de eso y de que mires para atrás y no hayan pasado ni seis meses y digas "¡la puta que me parió, yo ya me quiero mudar y tener un gatito!" y de que no entiendas cómo mierda pasó, ni qué mierda ni cuándo mierda y todo es una mierda menos todo esto porque no para de ser cada vez mejor y otra vez no entendés por qué no bajás de golpe como siempre te pasó, como una paloma que va a cientochenta kilómetros por hora y se la da contra un vidrio y se descogota y vos ahí en una vorágine de amor que no entendés pero que está re buena y que no deja de mejorar a cada momento. Y se trata de eso, del miedo que te produce no saber cuándo vas a pisar el palito, cuándo te vas a caer por el negro abismo, cuándo va a haber una frenada y vas a salir volando por el parabrisas. 
Se trata de esa sensación de que se te consume la individualidad y que ya no sos para vos. Así de feo. Así de lindo. Sos para vos y para el amor, la libertad, la paz. Sos para vos y para el otro, que te representa todo eso. De eso se trata, que te represente. Que te represente a vos y a todo lo que siempre quisiste que otra persona te dé.
Yo
yo lo sentí
sentí la necesidad de hacer ruido
de hacer y deshacer
de desechar
de envolver y romper
de crear y amar
resucitar, recitar
matar, morir
envenenar.

Yo,
yo sentí
que tenía que poner las venas arriba de la mesa
mostrarlas
violetas
para que se den cuenta
que la sangre corre por ahí
y que si quieren matarme
deben cortar allí.

Yo...
Yo lo hice,
me entregué
me arrodillé
nunca suplicante
como quien se rinde ante su dios
como quien entrega su alma sin pena o dolor.
Me entregué y vi 
como mi dios se arrodillaba
también ante mí
lo ví, de igual a igual
se bajó de aquel altar
me miró a los ojos
que reflejados en los suyos brillaban 
que reflejados en los míos brillaban
como estrellas
como espadas
y
y yo
yo sentí
yo viví
yo descubrí
yo entendì
lo que es el amor.

{entonces, quizás, el amor se trata de esa entrega, de rendirse, dejarse hacer y deshacer, dejarse manipular, arrodillarse y entregarse, pleno. Y que, sin embargo, aquel otro no pueda aprovechar esta rendición para hacer y deshacer, para manipular y moldear en uno, porque se encuentra indiscutiblemente en la misma posición, la misma condición, arrodillado y rendido por igual}

Círculo.

Desgaste mental. Adentro del cerebro se rozan mis ideas entre sí, desordenadas, arrojadas sin ningún cuidado. El día a día las destroza. El cansancio les agrega peso, las obliga a decantar en el fondo de mí. Pasan el tiempo, se aglomeran sentimientos e ideas, explota la mente y se destruye todo lo que todavía no pude crear. Cosa de todos los días. Cíclico. Otro párrafo más de la historia. Rutina.
Abro paréntesis. Te encuentro caminando a unas cuadras de tu casa, prendo un cigarrillo, me imitás. Llegamos a tu casa, entramos, subo las escaleras atrás tuyo. Vos subís los escalones de a dos. Yo, de a uno. Entramos a tu cuarto, vos vas al baño y, antes de volver a entrar y cerrar la puerta, sacás un clavo del picaporte para que nadie pueda abrirla desde afuera. Yo te espero sentada en la cama, ya sin zapatillas y habiendo dejado la mochila azul tirada en la alfombra. Te sentás al lado mío, me das un beso en el hombro, se rozan nuestras manos. Me recuesto, hablamos, reímos, hacemos el amor, reímos de nuevo. Y seguramente también hacemos el amor otro par de veces. Me siento feliz, probablemente por primera vez en el día. Hacemos planes estúpidos e irreales, soñamos como si fuéramos nenes que no conocen todavía el mundo en el que viven. La juventud nos arrolla con su vorágine de ideas, pesadillas, maldades, histeria y estereotipos. Nosotros sólo nos quejamos por un rato y volvemos a mirarnos a los ojos para darnos cuenta que ahí está todo lo que queremos, que no necesitamos aquello de afuera, aquel veneno, porque nos tenemos a nosotros, el uno al otro (sí, así de cursis). Nos reímos del mundo en su cara hasta que miro el reloj y recuerdo que tengo una vida, de esas patéticas y pesadas. Salimos. Primero del cuarto, después de la casa. Caminamos hasta la parada del colectivo fumando uno o dos cigarrillos. Llega el puto bondi, te doy un par de besos, me voy. Cierro paréntesis.
Vuelvo a la rutina. Otro párrafo más de la historia. Cíclico. Cosa de todos los días. Pasa el tiempo, se aglomeran sentimientos e ideas, explota la mente y se destruye todo lo que todavía no pude crear. El cansancio me agrega peso, me obliga a decantar en el fondo de mí misma.  El día a día me destroza. Adentro de mi cerebro se rozan las ideas entre sí, desordenadas, arrojadas sin ningún cuidado. Desgaste mental. 

Disputa.

Amar:
Inteligentemente pero con locura.
Con la ferocidad de la que es capaz el corazón cuando recién descubre lo que es amar.
Con la intensidad del mejor de los orgasmos y con la paz de los movimientos un sauce cuando el viento tranquilo de abril hace bailar sus débiles ramas con suavidad.

La pasión, si no se saca de adentro, no es pasión: es miedo. Guardar, acumular, coleccionar deseos, gustos y amor son actos dignos de cobardes, de personas que no dan rienda suelta a sus sentimientos. Toda pasión reprimida converge en el temor. Sentir requiere cierto grado de valentía porque lo efímero de las emociones hace que la desconfianza aparezca, acechante, lista para plantear dudas que inmovilizan el accionar y el sentir humano. La duda es la maleza del sentimiento. Sin embargo, es la semilla del pensamiento. Este carácter contradictorio confluye en una disputa que detiene el fluir emocional, simplemente porque hace que uno comience a pensar acerca de lo que siente. Racionalizar lo espontáneo inevitablemente nos lleva al camino de la espera. El sentimiento y el pensamiento tienen dos tiempos diferentes dentro del tiempo de nuestra mente. El primero fluye al igual que nuestra vida: el sentir es espontáneo y contemporáneo a lo que nos sucede. En cambio, por lo menos para mí, el pensamiento se da anacrónicamente: los momentos de análisis construyen un paréntesis a nuestro al rededor. Por más de que el planeta siga girando, el que logra la completa abstracción a la hora de reflexionar podrá comprobar que las cosas no suceden ni cambian su curso mientras estamos pensando. Es por esto que el uso de expresiones tales como "se detuvo a pensar" o "a reflexionar" o "a observar" son tan comunes. Por el contrario, nadie se detiene a amar, ni a reír, ni a perdonar porque esas cosas nacen y se dan. Emergen desde nuestro interior casi sin control, hacia la superficie que tiene contacto con el mundo externo. Sólo nosotros mismos, en un momento de racionalidad, podemos detener el florecimiento. La represión es el acto de sostener los sentimientos en nuestro tórax (la cárcel corporal metafórica del ser humano). Pero no hay represión que mate. De hecho, ella alimenta la pasión. Y la pasión, alimenta el sentimiento.
Se reprime por miedo. La represión genera más inseguridades, que destruyen cada pulsión emocional. Estas pulsiones son las que nos llevan a la acción, a la decisión o al pánico. Y el pánico paraliza. La parálisis deja espacios en blanco. Los espacios en blanco son vacíos. Los vacíos, principalmente los del alma, provocan inseguridades. Y aquí vamos de nuevo: la inseguridad nos reduce a pensar qué haremos con nuestros sentimientos. Y cuando uno piensa en lo que siente no lo deja salir, única y exclusivamente por cobardía.

Escritura automática I

Encarar las relaciones cada vez con más antipatía parece ser una condición fundamental para mi desarrollo vital. Encarar, sí. Pero dejando un espacio entre cara y cara. Más bien sería bracear o algo así, con alguna extremidad, con algo de distancia, no con la cara; por eso está mal decir que encaro. No encaro nada, quizás me perfilo, pero no encaro. Encarar es de gente segura. Yo, en estos casos, no tengo idea de nada. En la vida yo sí que encaro. En cambio, en las relaciones, me perfilo. Miro desde un micropunto perdido en el cosmos. Miro el horizonte (horizontal, vertical, zigzagueante, verde, violeta, naranja, no, todo azul, veo azul) y veo que todo parece lindo entonces miro y veo, ya lo dije, lo repito porque no sé qué más decir, porque no hago más nada. Soy una espectadora. Mientras tanto la vida transcurre, el tiempo transcurre, vos transcurrís y decidís y hacés y deshacés porque sos libre, sos libre de hacer y decir y crear y construir cuanto se te ocurra acá, en mi Universo, porque yo soy así y me dejo llevar, quizás demasiado ciegamente (paradójico, porque ya dije que lo único que hago es mirar) y a veces camino, camino derecho y vos cavaste pozos, me hiciste una fosa enorme y yo no la veo, porque miro para adelante, pero demasiado adelante, miro (si es que es posible) con la punta de mi nariz, no con los ojos como todos ustedes. Yo no veo lo cercano, no veo el piso, mi mirada está allá: en el cielo, en el futuro quizás, en lo macroscópico, lo gigante, la inmensidad del ser, del espacio, del tiempo, de lo que soy y lo que fui y lo que seré y no. No veo que planeaste todo lo que pasó a mi alrededor. Perdón, no lo veo. Es que me pienso que todos son como yo y que estamos mirando para arriba y que todo pasa y nos pasa. Pero no, vos construiste y derribaste a mi alrededor y yo pensé que eso era "el transcurso". No distingo entre el curso natural y el curso creado ¿Hay curso natural? En estos casos quiero creer que sí porque yo me siento un cuerpo inerte que flota en él, que no sabe, que no decide. Me imagino este transcurso como un espacio infinito, de agua o de aire, como un río, pero infinito y de aire o quizás de agua en el que floto por el aire o tal vez en agua y todo es azulvioleta, ese color que me gusta tanto, que mezcla la noche con la profundidad y que yo siento que es el color de la mente cuando piensa. Entonces decía: me imagino el espacio azulvioleta indefinido e infinito y un aura a mi alrededor, como un campo magnético o como las ondas sonoras, expandiéndose desde mí hacia la nada misma o hacia el todo mismo, no sé, eso no lo sé. Y yo, vagando, flotando, y todo lo que pasa y todos los que pasan y todo, todo, convertido en órbitas y orbitales, girando a mi alrededor, cambiando repentinamente mi rumo, interponiendo o facilitando mi camino, depende. Son los otros los que me deciden, yo no entiendo nada. Y si tengo los ojos cerrados veo mejor, y no hablo, no opino porque no entiendo, yo floto, f-l-o-t-o. Nada más. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Así siento mis relaciones, con poquísima congruencia, sin entendimiento lógico, con mucha imaginación, colores y libertad.

Rock fuerte II

Hoy estamos más vivas que nunca. Hoy sentimos la sangre galopando en nuestras venas, sentimos esa presión en el pecho pidiendo un poco más de humo y sentimos las cosquillas en las partes más lindas del cuerpo. 
Queremos rebotar, entrar y salir, gritar. Queremos agitarnos más, quedarnos sin aire para robárselo a otro y amar. Amar la vida, amar el placer de los ojos entrecerrados y la risa espontánea. Amar la violencia específica del sexo y la sensualidad de arrancarse la ropa y morderse. Amar hasta desangrarse. Amar porque no importa nada más que la pasión de sentir, de disfrutar, de borbotar ganas, felicidad y sentimiento.
Hoy estallamos. Hoy nos dimos cuenta que somos seres llenos de poder, de fuerza, listos para destruir y volver a crear. Queremos decaer y repuntar una y mil veces, queremos aprender. Somos insaciables, necesitamos más y más, todo el tiempo y a toda hora. Somos adictas. Adictas a todo aquello que conlleve fulgor, voracidad, elevación.
Nos gusta despedirnos de la tierra de vez en cuando, subirnos a una nube o a otro cuerpo y empezar a disfrutar de la abstracción. No sabemos lo que hacemos y sin embargo no nos arrepentimos de nada. La corriente nos arrastra cada vez con más violencia, pero se siente tan bien que creemos ser incapaces de aferrarnos a algo para no seguir naufragando. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo vagar de por vida? Todo el que puso el ancla en algún lado se terminó arrepintiendo y se volvió al mar para dejarse morir. Nosotras no somos así. En algún momento entendimos que nadie es eterno y que cualquier camino te lleva a la muerte, así que mejor disfrutar estos días, vivir, sentir, volar,
amar.

Y no desperdiciar ni un segundo en algo que no valga la pena.
La superadora necesidad de ser amado que tiene el ser humano es patética. Es egoísta. Es puntualmente la condición que nos separa del amor, del de verdad. Porque de tanto necesitar -conscientes o no- empezamos a buscar y a intentar convencernos de sentimientos que nunca surgieron de nosotros mismos. Aparecen de la nada, de cualquier lado: de una idea, de una frustración, de una sonrisa. De cualquier estupidez surge un amor de mentira. Y no somos capaces de pensar ni un segundo en qué hacemos ni a dónde vamos ni qué queremos. Dejarse llevar es cosa de gente segura, no de oportunistas, porque el amor no es cosa de oportunidades, sino de sentimientos. 

Ideal.

(sos como mi gato:
yo quiero creer que amás
pero como no decís nada
quizás solo estés acá en busca de calor)

Lo efímero de tu persona, la inconsistencia de tu habla, tu fugacidad y tu palabrería vana me hacen confundirte. Perdí ya la noción de tu cuerpo. No sé qué sos. No sé si estás formado por carne y por hueso o si sólo pertenecés a un mundo onírico. A decir verdad, nunca nadie te vio como te vi yo. Apenas algunas personas (que están profundamente conectadas conmigo) vieron un esbozo tuyo. Por lo tanto, no puedo descartar la idea de que seas parte de mi imaginación: una encarnación de todas las reacciones, los sentimientos despertados, la infancia, los recuerdos, los saberes,  la piel y la energía que imaginé en un ser ideal. 
Sin embargo, sos una creación tan ideal que rompiste con mi concepto de perfección. Yo buscaba calor, cariño momentáneo, de ese que sirve para amedrentar el peso que la espalda acumula durante la semana y para ahuyentar un rato algunos fantasmas del pasado. Después del ritual de conexión, después de la descarga a tierra y de haber formado un nexo sin emitir palabra alguna, quería que cada uno prosiga con su vida, con su rutina, con sus mundos separados. Para mí, perfecto era dormir con vos una vez por semana.
Pero ya no me basta. Ya no me basta juntarme una vez cada tanto a colisionar nuestros mundos diferentes. No me basta sentirte de a partes. Necesito la risa, la imaginación, la conversación, el té y las galletitas, tus frazadas, tus manos. Necesito elegir películas malas para que nos distraigamos en el medio y terminemos haciendo cualquier cosa. Necesito que te enojes cuando prendo un cigarrillo, que me hagas pensar todo el tiempo, que no dejes mi juicio en paz y que me cuestiones todo. Poneme nerviosa, haceme reír, volveme a abrazar.
Te detesto. Porque ahora que no tengo anclas ni cadenas, ahora que tengo a alguien sólo los fines de semana, ahora que tengo lo que siempre quise, ahora que no hay compromisos, me doy cuenta de lo que significa realmente enamorarse.
Y te odio de una forma particular e infundada. Como sos una creación mía, como saliste de mí y como siento (no pienso, no razono) que la culpa de todo la tenés vos, te odio. Pero, después de todo, si yo te creé, si yo te imaginé o te soñé, entonces qué más me queda que odiarme a mí misma por haberte inventado. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que hacemos todos ¿no? Idealizamos personas para poder enamorarnos de ellas.

Y no habrá más remedio.

Sabrás salir de mi pecho con fuerza prepotente. Yo te tengo guardado, adentro, oculto. Mis costillas saben ser rejas para todo lo que quiero, lo que deseo, lo que amo. Todo está junto, encerrado, amontonado y unido. Pero vos sabrás abrirte paso entre mi garganta o mi vientre, irás descorriendo todos los velos oscuros que me puse por adentro para tapar angustias, le harás ver la luz a todo lo que estuve escondiendo de mí misma y mi tórax será una caja de recuerdos y no un baúl lleno de basura. Vos, vos sabrás ser esa fuerza que necesitaba para sacar todo, para despedirme de todo lo que hay en mí, para no olvidar pero para superar. 
Sabrás ser lo que quise ser yo, lo que quiero que me complete, lo que sos. Sabrás escalarme desde mis raíces hasta mis galaxias y entenderás (sabrás entender) que no queda otra opción que hacerte cargo de mí, ser mi camino, mi apoyo, mi mitad. 
Sabrás abrirte en dos como supe hacerlo yo, dejarás tu coraza de lado como me obligaste a mí, sin querer o queriendo, todavía no sé. Y no habrá más remedio que saber ser, juntos. Porque supimos ser risa, abrazo, sexo y felicidad pero nunca supimos ser el otro. Y ahora seremos lo mismo, una fusión plena y pura de dos almas que no se buscaron nunca pero se encontraron igual, y a las cuales no les queda más remedio que amarse.

Re cursi re confundida.

Te recitaría mil versos con voz áspera al oído. Así como te gusta a vos, hablándote bien cerca para que puedas sentir mi aliento en los poros. 
Sé que un suspiro en el oído es igual a arrojar una cerilla encendida en un mar de gasolina. 
Y el calor es como ese que se siente cuando te despertás con fiebre: una mezcla entre la sensación de estar sudando levemente, la temperatura del cuerpo tan elevada y, a su vez, escalofríos que te recorren todo el cuerpo. 
Y las cosquillas son la chispa del cuerpo. La caricia no es nada, lo que se siente es la cosquilla. Cuando son en la panza, es amor. Sí, sí que extraño tus manos recorriendo mi cuerpo. Sí que extraño la cosquilla en la panza (la física y la imaginaria; la cosquilla literal y la de las mariposas). Sí que extraño todo lo que me explota en la cabeza cuando te veo. Sí que es extraño.
Extraño el amor, extraño tu ser. Extraño todo lo que pasó, extraño lo que pasará. Extraño acumular, rejuntar todas nuestras vivencias y querer simplificarlas a una misma historia dual de causas y consecuencias. Extraño
quererte así, extraño extrañarte. Nosotros dos somos extraños.

Y no sé si te extraño, porque no sé si se puede. ¿Acaso es posible realmente extrañar a quien no se conoce?

Perdón que me meta.

Me alegro por ustedes. En serio.
Cuando alguien lea esto, va a pensar que lo digo irónicamente o desde el resentimiento. Pero no, hablo con sinceridad, sin cinismo, puramente.
Me alegra que dos personas físicamente tan lindas se hayan encontrado la una con la otra. Me alegra que dos personas que no saben redactar coherentemente ni usar signos de puntuación se hayan juntado a amarse y a escribirse versitos. Me encanta que los pelotudos conozcan pelotudos y se amen entre sí, así no joden a los demás.
Porque a veces uno sale con pelotudos, porque flaquea, no se da cuenta o quizás hasta se lo hace a propósito. Yo soy experta en ese arte de equivocarse, de elegir mal, de saber que estoy haciendo todo para el orto y sin embargo patear para adelante. A los que son como yo les hablo: deben entender lo que digo. Si son de los míos, lo peor que les puede pasar es engancharse con un pelotudo de esos que aman apenas te sacás el corpiño, que te pasan canciones clichés de autores clichés con letras clichés, que las saben todas hasta que hablan con vos, que te refriegan en la cara todo lo que hacen, dicen o piensan.
Sí, soy fan de esos pelotudos. Es más, soy una adicta en rehabilitación. 
Por eso me encanta, me fascina, me alegra que estén juntos. Me hace sentir bien que dos personas que compartan esa concepción imbécil de las relaciones se relacionen (valga la redundancia) entre sí. Porque sino me los tendría que fumar yo, se los tendría que fumar él, ella, todos los fans del error. Nosotros seremos raros, tendremos problemas, todo lo que quieras. Pero con pelotudos sueltos, la vida para nosotros es más difícil: salir con un pelotudo, o mejor dicho, terminar con un pelotudo, nos mete en el círculo vicioso de "no soy bueno para las relaciones". Y de ahí, créanme, no se sale fácil. 
Estando en ese vórtice del descreimiento, solemos repetir la historia, intentando "abrir nuestro corazón", justamente, a más pelotudos. La metáfora, o mejor dicho, comparación perfecta para describir esta situación es la siguiente: Nosotros somos Saturno. Los pelotudos son anillos. Pero anillos con púas y cercos eléctricos. Cada pelotudo en nuestras vidas es un anillo más grande encarcelándonos, alejándonos de los otros planetas que, en este hipotético universo paralelo, se nos quieren acercar. Entonces con lo único que podemos seguir relacionándonos es con pelotudos-anillos feroces.
Me fui a la mierda, en fin, me encanta que se hayan conocido, que se amen, que en un mes se metan los cuernos, que ninguno se entere de lo que le hizo el otro, que sigan muchos años, se casen, tengan hijitos (que les van a salir hermosos porque ustedes dos son re lindos) y nada, ojalá que sean felices por siempre. Pero sobre todo, ojalá que estén juntos, pegaditos, ocupados por mucho mucho tiempo, así no joden a nadie.

♥Amor para todos♥

Amor.


La boluda.

Lo más gracioso de todo lo gracioso de toda esta "historia" que tenemos "juntos" es que a veces, mientras viajo en el colectivo, me imagino secuencias nuestras. Y se me escapan sonrisas absurdas y espontáneas, siempre. Te odio.
No quiero pensarte más.
(¿Vos me pensás?)

Vos. Alma. Pena. Árbol. Llanto.

Sube. Sol. Línea. Arriba.
El cielo, la voz, la canción; el viento.
No llores, no grites. Escuchá,
que el silencio tiene mucho para decir.
No pienses, no esperes.
Mentira,
sí, pensá.
Pensá porque sino después te duele.
Todo tiene consecuencias. La consecuencia de vós es este vórtice.
La concecuencia de este vórtice va a ser otro vós.
Vos. Alma. Pena. Árbol. Llanto. Amor.
¿Amor dije?
Se acabó.

¿Algún día me vas a decir algo?
Yo te digo mi todo.

O mejor no me hables más.
                                          Siento odio.

Perdón y gracias.
                         Me voy a olvidar...
      (lo que va a pasar)                                 (lo que quiero que pase)
   De todo lo que pienso                                               De vos.
    en este momento                      
  del odio, de las ganas                    
de no verte más.                            



No sé si te estoy amando de antemano...

Mapa:

Con la mente (por ahora) hagamos el siguiente recorrido:
La parte interna de mis antebrazos, en tus costillas. Mis manos deslizándose suavemente por tu espalda. Tu cuerpo entero sobre el mío y nuestros pies todos enredados. Nuestras piernas entrelazadas, una mano tuya agarrándome la cara. Las respiraciones tan cerca que se mezclan, y nuestros labios intercambiando un beso sólo de vez en cuando (si nos diéramos más besos se me acabaría el aliento demasiado rápido). De a ratos también acercás tu respiración a mi oído, me susurrás tus aires y rozamos cuello con cuello. 
Tu tórax pegado al mío, ambos friccionándose, intercambiando sudor, inflándose y contrayéndose al mismo ritmo. Nuestros abdómenes juntos pero chocando ocasionalmente. Y nuestros sexos, unidos. Como debe ser.
Unidos por el placer y no por más. Más allá del próximo orgasmo, un abismo. Un abismo es la incertidumbre, la negrura gigante que genera la ignorancia. Hundirse en él es desconocer todo lo que está después del universo en el que vivimos hasta que estuvimos juntos.
¿Y después qué?
No sé si es hermoso no saber, no cuestionar, no preguntar ni pensar en nada referido a los sentimientos que compartamos, o si es horrible y yo soy una sadomasoquista psicológica que disfruta de ello.

Yo tu cielo.


Yo te cielo a vos pero diferente: yo quiero ser tu cielo. Quiero que vos abras tus alas en mí, quiero que en mi piel encuentres la libertad que el ave encuentra en el firmamento. Quiero ser eso inmenso que tanto te gusta mirar. 
Yo te cielo porque yo te libero. O eso quiero. No quiero ser ningún cable a tierra, ni una cadena, ni una atadura, ni un peso constante con el cual lidiar. Quiero ser ese lugar por el que vagás arrastrado por el viento.
El cielo es libertad, es paz, es etéreo y hermoso.
Yo quiero ser eso para vos.

Fundirme con lo abstracto.

Desde aquel día en que me quedé dormida contando los lunares de tu espalda, ya no me sirve pensar en ovejas cada vez que quiero dormir y no puedo. Ahora debo recurrir a tu recuerdo y a mi imaginación. Debo volver a repasar con la yema de mis dedos todos los lugares en los que te supiste adentrar, porque entre caricias fuiste penetrando mi piel y mi mente simultáneamente, impregnándote en mi recuerdo de una forma sutil pero efectiva: cada vez que te pienso, siento tu mano acariciando el largo de mi cuerpo, desde mis costillas, deteniéndose en mi cintura y culminando en mis muslos.
Puedo invocarte y volver a sentirlo casi como si fuese real. Lo único que me falta es tu cuerpo al lado mío, emanando calor, friccionándose contra mi piel.
Me falta también tu voz, que parece irse de mi memoria apenas nos despedimos (siempre igual, en las paradas de colectivo, dándome vuelta justo antes de subirme para decirte chau y mirarte por última vez, como intentando repasar todos los detalles del día que pasamos juntos).

Desear tu respiración en mi nuca ya es cosa de todas las noches. Anhelo fuertemente tus brazos, tu piel, la textura de tus labios y esa sensación que me generan, como de quedarse pegados en los míos, reposando, inmóviles y fundidos.
A veces hasta creo sentir las partículas de nuestros cuerpos abrazándose, aferrándose entre sí para decirse todo lo que nosotros dos no nos decimos. Porque nos cuesta, es cierto. Nos cuesta gritarnos las verdades porque la vida nos enseña a tenerle miedo al otro, a las relaciones, a los sentimientos. Nos cuesta jurar, nos cuesta asimilar que cada vez que estamos juntos una fracción nuestra se va con el otro, como para no despegarse más, como ir perdiéndose a uno mismo pero ganándose a la otra persona.
¿Vale la pena? ¿Vale la pena hablar, cuando para hablar nos tenemos todos los días pero para sentirnos, sólo una vez cada tanto? No, no lo vale. Prefiero que me hables con el cuerpo, con la piel, con el alma. Prefiero que no me digas ni una sola palabra y que te evoques a hacerme sentir la pasión como nunca antes la sentí. Prefiero que me hagas llegar a otra galaxia, abrazar el cosmos, sentirme universal, fundirme con lo abstracto. Y arrancar de raíz todas esas mentiras que se dicen los amantes cuando se quieren poseer, porque esto no se trata de posesiones, sino de conexiones, de que uno es el otro y sin el otro no es, de que yo para ser yo te necesito a vos feliz, y que el amor no se dice, se muestra.

Mundo:
Sobran. Sobran las palabras, las estupideces, las flores, los bombones, los regalos en sí, las demostraciones materiales, los objetos de lujo. Sobran, son innecesarias, injustificables.
Faltan las tazas de té de a dos, las charlas, el escuchar un disco juntos. Faltan abrazos y melancolías compartidas. Falta deseo. Faltan ganas de hacer feliz al otro compartiéndole la felicidad de uno.  Falta buen sexo. Falta más gente como nosotros, y lo digo con toda la soberbia del mundo.

Hoy me desperté soñadora.

Voy a terminar el colegio y voy a recorrer un par de provincias del sur con mis dos mejores amigas. Ellas se van a volver con sus novios y yo* me voy a seguir recorriendo el país con un tipo que conocí en un camping. Va a tener barba y el pelo medio largo, pero se va a ir haciendo rastas por el camino. 
Como decía, voy a llegar a la puna cagada de hambre, toda piojosa y re loca, pero voy a llegar. Y me voy a enamorar del cielo cuando lo vea más infinito que nunca, más dueño de mí que nunca, porque me dijeron que en Tilcara las estrellas casi que te tocan la nariz, y yo amo las estrellas y el cielo en su inmensidad porque me expresa todo eso que me da miedo y me atrapa a la vez: la muerte y la libertad.
Bueno, entonces me voy a querer quedar allá para siempre, pero toda la gente esa buena que conocí me va a decir que no puedo quedarme mirando el cielo toda la vida, y yo les voy a decir que no, no me voy a quedar mirando el cielo pero sí cerca de él para poder verlo cuando quiera, porque me voy a acordar de cuando estaba acá en Buenos Aires, como ahora, que no podía ver el cielo porque siempre había alguna pared, alguna luz o algún edificio gigante molestándome los ojos, la visión, el alma. Y me van a preguntar por mi familia, y yo me voy a acordar de mis viejos que tanto me dieron siempre, mis hermanos que seguro crecieron un montón y mis dos amigas, las que se volvieron con los novios y con la noticia de que yo me iba a quedar acá (o allá, o en todos lados). Y ahí no voy a saber qué hacer, voy a tener de vuelta ese pánico que me invadía todo el tiempo, el de la incertidumbre, el de no poder decidir si tengo que pensar, porque yo siempre decido rápido, "si lo pienso no lo hago" es mi lema. Qué lema de mierda, es una cagada. Bueno, pánico y no saber qué hacer. Y voy a pensar en cómo lo solucionaba siempre cuando vivía en la ciudad, cuando todos los días me levantaba y veía lo mismo, cuando todos los días hacía las mismas cosas en distinto orden (más allá de la rutina: me quejaba, lloraba, gritaba, bailaba, me reía, colapsaba, me sacudía, sacudía a otros, me ahogaba). Entonces me voy a dar cuenta que no lo solucionaba, no solucionaba un carajo, porque siempre estaba rodeada de lo mismo y las cosas no se solucionan solas y si no cambiás nada no se soluciona nada y que por eso me fui, le escapé a todas mis angustias y a todo lo que me frustró desde que tengo quince años. ¿Y ahora? ¿Ahora vuelvo y me pongo la mochila de nuevo o haberme ido significa la posibilidad de volver a empezar en cuanto vuelva? Imposible saberlo sin arriesgarme. Otra vez la incertidumbre, las noches sin dormir, comerme las uñas, tararear sin ritmo, mover la pierna izquierda cada vez que estoy sentada... Y de repente, me va a venir una respuesta: si ya me estoy enervando por pensar cómo van a ser las cosas en cuanto vuelva (porque me voy a acordar de las paredes altas, del cielo interrumpido, de mi ahogo, mi felicidad repentina, el colapso, la recaída, las drogas, el alcohol, el cigarrillo, la muerte, toda la gente, no), no, no voy a poder volver jamás. Cuando me sienta preparada iré a visitar a todos, porque por el momento voy a optar por instalarme y acostumbrarme a vivir con aire puro, las estrellas haciéndome cosquillas en la nariz y la solidaridad de la gente que nació en un mundo separado de lo que alguna vez me enseñaron que era progresar. Yo progreso saliéndome de todo eso.


*Yo: alma errante, volátil, sin estabilidad, poco sensata, impulsiva.

¿Algo me devolverá la calma que tenía cuando era un niña? Mis monstruos se desvanecían con un abrazo. Mis miedos podían desaparecer debajo de una sábana o con una luz prendida.

Hoy sé que vaya donde vaya y haga lo que haga, ciertas sombras me van a perseguir siempre.

¿Habrá algo que me haga dormir en paz? Busco algo que me haga soñar con versos y no con sombras, algo que me reconforte y me brinde la calidez que perdí con los años. Algo que llene los espacios vacíos que fui ganando con tantos fracasos. Algo que reconforte el alma cansada, gastada de tanto vivir una vida que no me completa, una vida impura, llena de cosas que me persiguen, me acosan, me apuran y me apresan. Quiero algo que me sirva de consuelo.


Quizás algo como dormir en tu abrazo.