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El nudo al desnudo.

Tengo un nudo. No, no está en la garganta. Tengo un nudo que todavía no ubico. A veces me pesa en la cabeza. Otras, en el pecho. Siempre se manifiesta un poco en mis rodillas y en mis ojos también. Me pone rígida y me nubla.
Tampoco sé de qué está hecho. Puede ser que de palabras, simples palabras que no significan nada y que, sin embargo, están ahí. Quizás se compone de una mezcla entre malos entendidos y malas intenciones. Quizás se me formó por culpa. Quizás por pena.
El nudo me trae, primeramente, mucha confusión. No entiendo bien qué estoy haciendo, no tengo idea qué es lo que voy a hacer y, de hecho, hay veces en que me cuesta conectar oraciones y hablar con coherencia. Por otro lado, me obliga a escupir agua por los ojos estúpidamente, como si doliera. Quizás me trae dolor, pero no literal. Me tensa un poco y me marea pero no me duele. Duele adentro, en ese adentro que no sabés dónde está. Me duele en el alma, si es que existe. Me duele cuando se mueve por adentro de mis venas y por entre mi masa encefálica, por mi médula espinal, cuando intenta salir por mis poros o por mi garganta. Pero siempre se queda trabado y vuelve adentro. Es frustrante. Siempre las cosas frustrantes me hacen llorar.
Me está matando. Dicen que hay cosas que aceleran el proceso de este tipo de destrucción, desde adentro hacia afuera. Una, dicen, son las preguntas, los cuestionamientos ajenos y constantes sobre lo que el afectado dice y piensa y hace. Otra, son las opiniones públicas acerca del nudo, acerca del afectado, acerca de la relación del nudo con el afectado e incluso de todos y cada uno de los factores que pueda llegar a componer el nudo. Porque, el nudo, por más incómodo u odiado que sea, es algo propio, íntimo y que debe quedarse en uno. Compartir el nudo es enfermar a alguien más.

Me lo quiero sacar, pero de eso ya no sé tanto como sé de nudos.

Finito y escritura automática.

Mi mente se pone a jugar. Yo ya no soy yo, esa yo que piensa y habla y dice, informa, reta, conjura, promete y llora. Se calla por un momento mi interior. Me fundo con el exterior, con la naturaleza, con el aire, la tierra y la piedra y el fuego. Soy temperatura, energía, movimiento o suspiro. No tengo ni masa ni peso, me lleva el viento, soy un desafío, un juramento, una palabra de amor, la nota de una canción. Subí y bajé sin que haya ni arriba ni abajo ni norte ni sur y exploté, me hice mil pedazos, me volví a unir pero de diferente forma, me convertí, me transformé.
Momentos de la vida, vida en serio. No, justo "en serio" no, porque hay de todo menos seriedad. Son momentos de conexión entre mi alma y mi cuerpo, entre mi vida y mis sueños. Ese calor que me llena el pecho, el humo envolviéndome, los ojos que se caen como el sol al atardecer. Y la mente libre, libre y desnuda, callada, pensante, amiga, ayuda. Momentos de descubrir que el mundo es grande, obseno, especial, diverso; que el suelo y el viento son para vos y para tu destino único, utópico, insoñado; y que vas a amar, vas a amar, vas a amar. 
En mi mente nunca hay silencio (como en el bosque). Así como las luciérnagas están entre los árboles, los pensamientos están en mi cabeza. Sean animales o ideas, están acá o allá, listos para atacar. No me dejan dormir pero yo duermo igual porque no me importa que estén acechando todo el tiempo, voy a hacer lo que quiero y si no quiero no escucho, si no quiero no te escucho y si no te escucho no tengo miedo, no te hago caso, nena caprichosa, vivo como quiero, porque quiero, amo, siento. Estoy llegando al clímax, al orgasmo de la palabra, suave, fuerte, sutil, hermoso, penetrante, doloroso, amor, agua, fuego, otra vez empapada en belleza y otra vez el cielo, otra vez sus colores son tuyos y te envuelven, te ciegan, te elevan y te llevan. Y te fuiste, estás volando y ahora sos superior a todo lo que está pasando acá, sos todo, sos un montón de cosas. Sos vos y estás ciego de amor por el mundo que te rodea, no por el mundo de afuera, el que te ataca embrutecido. Ese mundo pequeño, tuyo, en el que te extasiaste hoy y cada vez que esa sustancia te recorrió desde el tórax hasta las puntas de los pies. Ese es tu mundo, el que te importa, el que amás y en el que querés vivir.
Pero para apreciarlo, a veces tenés que salir.

Disputa.

Amar:
Inteligentemente pero con locura.
Con la ferocidad de la que es capaz el corazón cuando recién descubre lo que es amar.
Con la intensidad del mejor de los orgasmos y con la paz de los movimientos un sauce cuando el viento tranquilo de abril hace bailar sus débiles ramas con suavidad.

La pasión, si no se saca de adentro, no es pasión: es miedo. Guardar, acumular, coleccionar deseos, gustos y amor son actos dignos de cobardes, de personas que no dan rienda suelta a sus sentimientos. Toda pasión reprimida converge en el temor. Sentir requiere cierto grado de valentía porque lo efímero de las emociones hace que la desconfianza aparezca, acechante, lista para plantear dudas que inmovilizan el accionar y el sentir humano. La duda es la maleza del sentimiento. Sin embargo, es la semilla del pensamiento. Este carácter contradictorio confluye en una disputa que detiene el fluir emocional, simplemente porque hace que uno comience a pensar acerca de lo que siente. Racionalizar lo espontáneo inevitablemente nos lleva al camino de la espera. El sentimiento y el pensamiento tienen dos tiempos diferentes dentro del tiempo de nuestra mente. El primero fluye al igual que nuestra vida: el sentir es espontáneo y contemporáneo a lo que nos sucede. En cambio, por lo menos para mí, el pensamiento se da anacrónicamente: los momentos de análisis construyen un paréntesis a nuestro al rededor. Por más de que el planeta siga girando, el que logra la completa abstracción a la hora de reflexionar podrá comprobar que las cosas no suceden ni cambian su curso mientras estamos pensando. Es por esto que el uso de expresiones tales como "se detuvo a pensar" o "a reflexionar" o "a observar" son tan comunes. Por el contrario, nadie se detiene a amar, ni a reír, ni a perdonar porque esas cosas nacen y se dan. Emergen desde nuestro interior casi sin control, hacia la superficie que tiene contacto con el mundo externo. Sólo nosotros mismos, en un momento de racionalidad, podemos detener el florecimiento. La represión es el acto de sostener los sentimientos en nuestro tórax (la cárcel corporal metafórica del ser humano). Pero no hay represión que mate. De hecho, ella alimenta la pasión. Y la pasión, alimenta el sentimiento.
Se reprime por miedo. La represión genera más inseguridades, que destruyen cada pulsión emocional. Estas pulsiones son las que nos llevan a la acción, a la decisión o al pánico. Y el pánico paraliza. La parálisis deja espacios en blanco. Los espacios en blanco son vacíos. Los vacíos, principalmente los del alma, provocan inseguridades. Y aquí vamos de nuevo: la inseguridad nos reduce a pensar qué haremos con nuestros sentimientos. Y cuando uno piensa en lo que siente no lo deja salir, única y exclusivamente por cobardía.

Escritura automática I

Encarar las relaciones cada vez con más antipatía parece ser una condición fundamental para mi desarrollo vital. Encarar, sí. Pero dejando un espacio entre cara y cara. Más bien sería bracear o algo así, con alguna extremidad, con algo de distancia, no con la cara; por eso está mal decir que encaro. No encaro nada, quizás me perfilo, pero no encaro. Encarar es de gente segura. Yo, en estos casos, no tengo idea de nada. En la vida yo sí que encaro. En cambio, en las relaciones, me perfilo. Miro desde un micropunto perdido en el cosmos. Miro el horizonte (horizontal, vertical, zigzagueante, verde, violeta, naranja, no, todo azul, veo azul) y veo que todo parece lindo entonces miro y veo, ya lo dije, lo repito porque no sé qué más decir, porque no hago más nada. Soy una espectadora. Mientras tanto la vida transcurre, el tiempo transcurre, vos transcurrís y decidís y hacés y deshacés porque sos libre, sos libre de hacer y decir y crear y construir cuanto se te ocurra acá, en mi Universo, porque yo soy así y me dejo llevar, quizás demasiado ciegamente (paradójico, porque ya dije que lo único que hago es mirar) y a veces camino, camino derecho y vos cavaste pozos, me hiciste una fosa enorme y yo no la veo, porque miro para adelante, pero demasiado adelante, miro (si es que es posible) con la punta de mi nariz, no con los ojos como todos ustedes. Yo no veo lo cercano, no veo el piso, mi mirada está allá: en el cielo, en el futuro quizás, en lo macroscópico, lo gigante, la inmensidad del ser, del espacio, del tiempo, de lo que soy y lo que fui y lo que seré y no. No veo que planeaste todo lo que pasó a mi alrededor. Perdón, no lo veo. Es que me pienso que todos son como yo y que estamos mirando para arriba y que todo pasa y nos pasa. Pero no, vos construiste y derribaste a mi alrededor y yo pensé que eso era "el transcurso". No distingo entre el curso natural y el curso creado ¿Hay curso natural? En estos casos quiero creer que sí porque yo me siento un cuerpo inerte que flota en él, que no sabe, que no decide. Me imagino este transcurso como un espacio infinito, de agua o de aire, como un río, pero infinito y de aire o quizás de agua en el que floto por el aire o tal vez en agua y todo es azulvioleta, ese color que me gusta tanto, que mezcla la noche con la profundidad y que yo siento que es el color de la mente cuando piensa. Entonces decía: me imagino el espacio azulvioleta indefinido e infinito y un aura a mi alrededor, como un campo magnético o como las ondas sonoras, expandiéndose desde mí hacia la nada misma o hacia el todo mismo, no sé, eso no lo sé. Y yo, vagando, flotando, y todo lo que pasa y todos los que pasan y todo, todo, convertido en órbitas y orbitales, girando a mi alrededor, cambiando repentinamente mi rumo, interponiendo o facilitando mi camino, depende. Son los otros los que me deciden, yo no entiendo nada. Y si tengo los ojos cerrados veo mejor, y no hablo, no opino porque no entiendo, yo floto, f-l-o-t-o. Nada más. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Así siento mis relaciones, con poquísima congruencia, sin entendimiento lógico, con mucha imaginación, colores y libertad.

Rock fuerte II

Hoy estamos más vivas que nunca. Hoy sentimos la sangre galopando en nuestras venas, sentimos esa presión en el pecho pidiendo un poco más de humo y sentimos las cosquillas en las partes más lindas del cuerpo. 
Queremos rebotar, entrar y salir, gritar. Queremos agitarnos más, quedarnos sin aire para robárselo a otro y amar. Amar la vida, amar el placer de los ojos entrecerrados y la risa espontánea. Amar la violencia específica del sexo y la sensualidad de arrancarse la ropa y morderse. Amar hasta desangrarse. Amar porque no importa nada más que la pasión de sentir, de disfrutar, de borbotar ganas, felicidad y sentimiento.
Hoy estallamos. Hoy nos dimos cuenta que somos seres llenos de poder, de fuerza, listos para destruir y volver a crear. Queremos decaer y repuntar una y mil veces, queremos aprender. Somos insaciables, necesitamos más y más, todo el tiempo y a toda hora. Somos adictas. Adictas a todo aquello que conlleve fulgor, voracidad, elevación.
Nos gusta despedirnos de la tierra de vez en cuando, subirnos a una nube o a otro cuerpo y empezar a disfrutar de la abstracción. No sabemos lo que hacemos y sin embargo no nos arrepentimos de nada. La corriente nos arrastra cada vez con más violencia, pero se siente tan bien que creemos ser incapaces de aferrarnos a algo para no seguir naufragando. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo vagar de por vida? Todo el que puso el ancla en algún lado se terminó arrepintiendo y se volvió al mar para dejarse morir. Nosotras no somos así. En algún momento entendimos que nadie es eterno y que cualquier camino te lleva a la muerte, así que mejor disfrutar estos días, vivir, sentir, volar,
amar.

Y no desperdiciar ni un segundo en algo que no valga la pena.

Sólo sé que no sé nada.


Sorbo otro trago de té. Me ahondo en mis pensamientos. El hecho de no entender nada me está matando. Veo árboles de ramas enredadas entre sí, pocas hojas, un desorden simétrico de extremidades, mucha copa, poco tronco. Veo caminos de piedras, catorce entradas (las conté), como en los cuentos de Borges. Se convierten en laberintos, dan vueltas, se enroscan. Y otra vez el orden simétrico. Parece que alguien se hubiera empeñado en que las cosas estén así: desordenadas con un propósito meramente estético. Ordinem in chaos.
¿Yo me empeñé en que mi vida esté desordenada? ¿Yo busqué esto? ¿Me lo hice yo? ¿En serio? ¿A mí misma? ¿Por qué? ¿Porque me gusta ser la víctima o porque me gusta sufrir o porque qué? ¿Cuál es la explicación? Basta. Exploto. Exploto, me está matando, voy a explotar en mil pedacitos y esos pedacitos se van a convertir en cenizas y las cenizas serán arrojadas al mar. Mar de dudas, mar de llanto, mar en el que nadaré toda la vida para intentar morir en una orilla. Orilla desierta, confusa, solitaria. Ahí voy a morir. Voy a vivir mi vida luchando contra mí misma para terminar muriendo sola y divorciada de mi propia persona.

Ideal.

(sos como mi gato:
yo quiero creer que amás
pero como no decís nada
quizás solo estés acá en busca de calor)

Lo efímero de tu persona, la inconsistencia de tu habla, tu fugacidad y tu palabrería vana me hacen confundirte. Perdí ya la noción de tu cuerpo. No sé qué sos. No sé si estás formado por carne y por hueso o si sólo pertenecés a un mundo onírico. A decir verdad, nunca nadie te vio como te vi yo. Apenas algunas personas (que están profundamente conectadas conmigo) vieron un esbozo tuyo. Por lo tanto, no puedo descartar la idea de que seas parte de mi imaginación: una encarnación de todas las reacciones, los sentimientos despertados, la infancia, los recuerdos, los saberes,  la piel y la energía que imaginé en un ser ideal. 
Sin embargo, sos una creación tan ideal que rompiste con mi concepto de perfección. Yo buscaba calor, cariño momentáneo, de ese que sirve para amedrentar el peso que la espalda acumula durante la semana y para ahuyentar un rato algunos fantasmas del pasado. Después del ritual de conexión, después de la descarga a tierra y de haber formado un nexo sin emitir palabra alguna, quería que cada uno prosiga con su vida, con su rutina, con sus mundos separados. Para mí, perfecto era dormir con vos una vez por semana.
Pero ya no me basta. Ya no me basta juntarme una vez cada tanto a colisionar nuestros mundos diferentes. No me basta sentirte de a partes. Necesito la risa, la imaginación, la conversación, el té y las galletitas, tus frazadas, tus manos. Necesito elegir películas malas para que nos distraigamos en el medio y terminemos haciendo cualquier cosa. Necesito que te enojes cuando prendo un cigarrillo, que me hagas pensar todo el tiempo, que no dejes mi juicio en paz y que me cuestiones todo. Poneme nerviosa, haceme reír, volveme a abrazar.
Te detesto. Porque ahora que no tengo anclas ni cadenas, ahora que tengo a alguien sólo los fines de semana, ahora que tengo lo que siempre quise, ahora que no hay compromisos, me doy cuenta de lo que significa realmente enamorarse.
Y te odio de una forma particular e infundada. Como sos una creación mía, como saliste de mí y como siento (no pienso, no razono) que la culpa de todo la tenés vos, te odio. Pero, después de todo, si yo te creé, si yo te imaginé o te soñé, entonces qué más me queda que odiarme a mí misma por haberte inventado. Porque, al fin y al cabo, eso es lo que hacemos todos ¿no? Idealizamos personas para poder enamorarnos de ellas.

Y no habrá más remedio.

Sabrás salir de mi pecho con fuerza prepotente. Yo te tengo guardado, adentro, oculto. Mis costillas saben ser rejas para todo lo que quiero, lo que deseo, lo que amo. Todo está junto, encerrado, amontonado y unido. Pero vos sabrás abrirte paso entre mi garganta o mi vientre, irás descorriendo todos los velos oscuros que me puse por adentro para tapar angustias, le harás ver la luz a todo lo que estuve escondiendo de mí misma y mi tórax será una caja de recuerdos y no un baúl lleno de basura. Vos, vos sabrás ser esa fuerza que necesitaba para sacar todo, para despedirme de todo lo que hay en mí, para no olvidar pero para superar. 
Sabrás ser lo que quise ser yo, lo que quiero que me complete, lo que sos. Sabrás escalarme desde mis raíces hasta mis galaxias y entenderás (sabrás entender) que no queda otra opción que hacerte cargo de mí, ser mi camino, mi apoyo, mi mitad. 
Sabrás abrirte en dos como supe hacerlo yo, dejarás tu coraza de lado como me obligaste a mí, sin querer o queriendo, todavía no sé. Y no habrá más remedio que saber ser, juntos. Porque supimos ser risa, abrazo, sexo y felicidad pero nunca supimos ser el otro. Y ahora seremos lo mismo, una fusión plena y pura de dos almas que no se buscaron nunca pero se encontraron igual, y a las cuales no les queda más remedio que amarse.

Amanda.

Con el té caliente ingresándole en el organismo y el olorcito a tostadas llenándole el alma, Amanda descubrió que la soledad le hacía mejor. Seis meses. Seis meses tardó en darse cuenta. Seis largos, odiosos, tristes, amargos meses.
"Así se aprende" se dijo. Se aprende con soledad, odio, tristeza, amargura. 
Dicen que es así. Dicen que así se aprende lo que realmente vale, porque lo que se aprende "de a dos" (a querer, a compartir, a abrazar, a hablar, a besar, a amar) no sirve para nada. Sólo sirve cuando estamos con alguien. Y la mayor parte de la vida uno se la pasa solo.

Amanda era de esas que solía creerse sola hasta cuando estaba con sus amigos. Ella no se sentía en un hueco. Ella era el hueco. Era de las que se sentaban abrazando sus rodillas en algún rincón tranquilo de la fiesta, miraba para abajo, se concentraba en la música y se elevaba. Era de las que pitaban cigarrillos incansablemente, incluso cuando el humo la mareaba. Era de las que fumaban marihuana, cerraban los ojos y veían los laberintos de su mente, los recovecos de su alma. Y los pozos. 
Amanda era de ese tipo de chicas de las que no hay dos iguales. Es decir, no era de ningún tipo de chicas.

Amanda lloraba todo el tiempo pero nadie se daba cuenta. Lo hacía tan a la vista de todos, que nadie se percataba de las lágrimas zurcándole el rostro. Nadie veía su abdomen contraerse espasmódicamente. No se percataban de nada. 
Quizás pensaban que era un bostezo lo que la había hecho lagrimear, o un resfrío lo que la hacía respirar entrecortado. No les cabía la posibilidad de que una persona pudiera estar llorando, atravesando una crisis nerviosa o simplemente manifestando una fobia dos segundos después de haber estado riendo. Pero ella era así.
Amanda era invisible y le gustaba: gracias a eso podía llorar, correr, reír y gritar en cualquier lado. Muchos ojos quizás volteaban a mirarla, pero nadie realmente la podía ver, casi nadie se detenía a analizarla y, los que lo hacían, obviamente no podían comprenderla. Ella vivía en su mundo onírico, en otro estrato de la vida. La gente común diría que ella no vivía en la realidad.

Un día, Amanda creyó enamorarse. Creyó encontrar en otra persona lo que siempre había buscado, aunque no supiera exactamente qué era eso. Amanda se sintió comprendida.
Hasta que, muy de repente, se estrelló contra una pared. Se dio cuenta que, otra vez, estaba sola. Se había equivocado de nuevo, se había mentido para sentirse parte de una relación.
Entendió que las cosas no funcionaban así. Por lo menos no con ella. De hecho, las cosas no funcionaban de ninguna forma. Nunca iban a funcionar. Estar sola no era malo, no era incorrecto, no era doloroso. No tenía que pensar cómo actuar ante su soledad, no tenía que hacerse un tiempo para ella, ni tenía que hacer planes o ponerle excusas. La soledad no pedía explicaciones, no hacía escenas de celos ni arrastraba problemas suyos a la vida de Amanda. La soledad no era nada externo, nada nuevo. La soledad era mejor, era todo. Era ella misma.

Comenzó a amar su soledad de la misma forma que antes creía haber amado a ciertas personas. Pero amar su soledad era amarse a ella misma de una forma exagerada, irreal y peligrosa.
Se volcó hacia los libros, la música y las charlas internas. Se hundió en su cuarto y fingió estar bien con los demás sólo para que no la molestaran. Y se amó de todas las formas posibles.
No temió su propia muerte, pues no tenía nada que perder, no tenía nada que dejar atrás, excepto gente superficial y molesta. La idea de dejar todo atrás la fue atrapando progresivamente. En este mundo no había absolutamente nada que la complaciera del todo. No tenía seguridades de que luego de su muerte algo fuera a cambiar, pero más de una vez sintió la necesidad de probar. Pero, ¿algún día sería capaz de hacerse daño a ella misma? ¿Tendría las fuerzas, el valor y la violencia suficiente como para arrebatarse la propia vida? Porque se supone que uno no daña a quien realmente ama...

Nudo.

Hoy escasean las palabras como suelen escasear los minutos. La noche se ha vestido de luto, se ha puesto más oscura que nunca, le ha pedido al viento que sea su cómplice y que me azote con la misma crueldad que lo hace ella cuando me arroja todo el peso de mi soledad en la espalda.
El vórtice me absorbió. De a poco me hundo en esta vorágine de aguas negras. No aguanto ni si quiera el peso de mi propio cuerpo. Ya mis pies no me quieren sostener. Mi piel se vuelve escama. Mi vida se repliega sobre sí misma una vez más.
Estallé. La coraza se rompió y lloré, dije, sentí y sufrí. Las ideas se hicieron arena y se mezclaron, decantaron, murieron. El nudo en la garganta ya no es nudo, es pantano. Vuelvo al pasado a refugiarme, aunque en este no halle ningún lugar seguro. Y me confundo con las sombras, me arrastro entre la gente, me convierto en un ente luego de haber explotado de tal forma.
La explosión está acá, todavía. Acá en mi mente. Hay una corteza evitando que salga. Toda mi energía está puesta en reconstruir las partes de lo que alguna vez fue mi historia, de la cual hoy sólo me quedan astillas, a pesar de que se sigan sumando capítulos.

Re cursi re confundida.

Te recitaría mil versos con voz áspera al oído. Así como te gusta a vos, hablándote bien cerca para que puedas sentir mi aliento en los poros. 
Sé que un suspiro en el oído es igual a arrojar una cerilla encendida en un mar de gasolina. 
Y el calor es como ese que se siente cuando te despertás con fiebre: una mezcla entre la sensación de estar sudando levemente, la temperatura del cuerpo tan elevada y, a su vez, escalofríos que te recorren todo el cuerpo. 
Y las cosquillas son la chispa del cuerpo. La caricia no es nada, lo que se siente es la cosquilla. Cuando son en la panza, es amor. Sí, sí que extraño tus manos recorriendo mi cuerpo. Sí que extraño la cosquilla en la panza (la física y la imaginaria; la cosquilla literal y la de las mariposas). Sí que extraño todo lo que me explota en la cabeza cuando te veo. Sí que es extraño.
Extraño el amor, extraño tu ser. Extraño todo lo que pasó, extraño lo que pasará. Extraño acumular, rejuntar todas nuestras vivencias y querer simplificarlas a una misma historia dual de causas y consecuencias. Extraño
quererte así, extraño extrañarte. Nosotros dos somos extraños.

Y no sé si te extraño, porque no sé si se puede. ¿Acaso es posible realmente extrañar a quien no se conoce?

Nada más.

La sublime sensación que plasma en mí el sentir la cúspide de tu dedo índice rozándome la espalda es el mayor desencadenante de todas mis emociones. 
A mí las emociones me emergen así: son un escalofrío en las vértebras, que va subiendo y me muerde la nuca. Después me acarician el pelo y me ponen a ronronear. Por último, me salen en forma de grito, risa o llanto, pero siempre me explotan en la boca y la mejor forma de plasmarlas en el mundo real es con un beso.
Que si sufro y te beso se me pasa. Que si río y te beso me completo. Que si odio y te beso, aterrizo. 
Que si amo y te beso, vuelo.
Que tenerte y no tenerte no me duele, me molesta. La paciencia es efímera. Y la mía, además, es fugaz. Sé que puedo decirte cuanto quiera, hacerte lo que se me ocurra, compartirte hasta mis pestañeos. Pero es difícil cuando las obligaciones te ponen de espaldas a todo esto y ciegan, tapan, ahogan con más y más pedidos y nos alejan del placer. 
No quiero nada más. No quiero nada más que sentir la cúspide de tu dedo índice rozándome la espalda. Con eso me alcanza para escribir mil historias.

Perdón que me meta.

Me alegro por ustedes. En serio.
Cuando alguien lea esto, va a pensar que lo digo irónicamente o desde el resentimiento. Pero no, hablo con sinceridad, sin cinismo, puramente.
Me alegra que dos personas físicamente tan lindas se hayan encontrado la una con la otra. Me alegra que dos personas que no saben redactar coherentemente ni usar signos de puntuación se hayan juntado a amarse y a escribirse versitos. Me encanta que los pelotudos conozcan pelotudos y se amen entre sí, así no joden a los demás.
Porque a veces uno sale con pelotudos, porque flaquea, no se da cuenta o quizás hasta se lo hace a propósito. Yo soy experta en ese arte de equivocarse, de elegir mal, de saber que estoy haciendo todo para el orto y sin embargo patear para adelante. A los que son como yo les hablo: deben entender lo que digo. Si son de los míos, lo peor que les puede pasar es engancharse con un pelotudo de esos que aman apenas te sacás el corpiño, que te pasan canciones clichés de autores clichés con letras clichés, que las saben todas hasta que hablan con vos, que te refriegan en la cara todo lo que hacen, dicen o piensan.
Sí, soy fan de esos pelotudos. Es más, soy una adicta en rehabilitación. 
Por eso me encanta, me fascina, me alegra que estén juntos. Me hace sentir bien que dos personas que compartan esa concepción imbécil de las relaciones se relacionen (valga la redundancia) entre sí. Porque sino me los tendría que fumar yo, se los tendría que fumar él, ella, todos los fans del error. Nosotros seremos raros, tendremos problemas, todo lo que quieras. Pero con pelotudos sueltos, la vida para nosotros es más difícil: salir con un pelotudo, o mejor dicho, terminar con un pelotudo, nos mete en el círculo vicioso de "no soy bueno para las relaciones". Y de ahí, créanme, no se sale fácil. 
Estando en ese vórtice del descreimiento, solemos repetir la historia, intentando "abrir nuestro corazón", justamente, a más pelotudos. La metáfora, o mejor dicho, comparación perfecta para describir esta situación es la siguiente: Nosotros somos Saturno. Los pelotudos son anillos. Pero anillos con púas y cercos eléctricos. Cada pelotudo en nuestras vidas es un anillo más grande encarcelándonos, alejándonos de los otros planetas que, en este hipotético universo paralelo, se nos quieren acercar. Entonces con lo único que podemos seguir relacionándonos es con pelotudos-anillos feroces.
Me fui a la mierda, en fin, me encanta que se hayan conocido, que se amen, que en un mes se metan los cuernos, que ninguno se entere de lo que le hizo el otro, que sigan muchos años, se casen, tengan hijitos (que les van a salir hermosos porque ustedes dos son re lindos) y nada, ojalá que sean felices por siempre. Pero sobre todo, ojalá que estén juntos, pegaditos, ocupados por mucho mucho tiempo, así no joden a nadie.

♥Amor para todos♥

Voy a dejar el colegio.

Iba caminando con cara de orto por la calle, no tenía de dónde escuchar música porque mi celular carece de ese tipo de funciones y mi mp3 no tenía batería. Estaba de mal humor, seguro desde antes de levantarme, desde que estaba soñando, desde que nací, desde que menstrúo, no sé. Bueno, decía entonces que iba caminando con cara de orto, venía de llevar a mi hermanito a la casa de un compañero del colegio. No quería verle la cara a ningún habitante de mi casa, pero ya estaba a una cuadra, era inminente mi regreso. Iba a entrar, decirle "hal" a mí mamá (nadie dice "hola", no jodamos. Yo emito ese sonido), agarrarle un cachete al bebé y chocarle los cinco a mi otro hermano sin detenerme ni para colgar las llaves, iba a entrar a mi cuarto, cerrar la puerta, agarrar la computadora, poner Shadows Collide With People en el segundo tema y escribir que odio el mundo, odio la vida, odio que las nubes cubran totalmente el cielo, odio que nunca me dejen ni medio plato de fideos para almorzar y odio mi colchón hundido.
Pero de repente apareció una mariposa, volando casi al ras del suelo. La miré y se elevó y cuando miré para arriba vi que el cielo estaba despejado, celeste, puro. Me dije que no tenía que seguir de mal humor, que lo que pasó a la mañana ya pasó, que tengo que dejar de quejarme por pelotudeces, etc. (lo que me digo siempre). Miré a la mariposa de nuevo, que iba a un metro del suelo pero ya no al lado mío, sino por la calle. Y pasó un auto a cien kilómetros por hora y se llevó la mariposa a la mierda. Pobrecita. Igual dicen que viven un día nada más, pero me dio pena porque verla me había puesto en positiva.
Ahí volví a ser yo: Me di cuenta que no somos más constantes que el humo. Así como el polvo se disipa con el aire, nosotros nos vamos con un auto que nos pasa por arriba. De un momento a otro dejamos de ser, de existir. No hay certezas en la vida, no sabemos lo que va a pasar, no hay leyes para nuestro destino, no somos un cálculo matemático. Somos etéreos, fugaces. 
¿Qué carajo hago desperdiciando mi vida así?

La boluda.

Lo más gracioso de todo lo gracioso de toda esta "historia" que tenemos "juntos" es que a veces, mientras viajo en el colectivo, me imagino secuencias nuestras. Y se me escapan sonrisas absurdas y espontáneas, siempre. Te odio.
No quiero pensarte más.
(¿Vos me pensás?)

Las yó.

Perturbada emocional. Nerviosa. Soy una ameba violenta. Soy una gelatina, me quiero escabullir entre tus dedos pero no me estás agarrando, así que no puedo.

Lo que creo necesitar: (entre otras cosas) que alguien me pida que no me vaya y que me agarre. Que me lo pida firme y que no me deje ir. Y que me sostenga (esa sensación de levedad cuando dejás todo el peso de tu cuerpo en otra persona es de las cosas que más extraño). Quiero que me necesiten a mí así como yo necesito a todos.

¿Por qué necesito a todos?
Una simple sonrisa y ya te hago mi cómplice. Me gusta la gente que emana cariño sin más. Que no pregunta ni anda buscando respuestas. Yo quiero irradiar luz y sonrisas a todos, pero estoy tan rodeada de gente que parece no tener alma, que me dejo corromper por el tiempo y el espacio, por la muchedumbre, la basura, el humo gris, los edificios altos, las paredes con humedad... Empiezo a nadar en ese mar turbulento que me lleva de costa a costa: en una está la yó feliz y en la otra está la yó frustrada, la de ciudad, la que conocen todos ustedes, la que gana todas mis luchas internas por ser tan grande y tan parecida a todo lo que no me gusta.

Pared.



Estuve a punto de subir esta foto a Facebook, ese mundo paralelo en donde todo es de todos y todos opinan sobre todos los temas. Pero de repente tuve pánico.
Me dio miedo que vean lo que yo veo cuando miro mi pared: mi personalidad.

Bajón de domingo.

Tengo una pila de dudas y una mochila cargada, pesada, inventada y ficticia. 
Me retuerzo en un espiral de avaricia. Me pierdo mirando mi ombligo, egocentrismo hipocondriaco. 
Yo necesito, él necesita, vos necesitás, yo necesito, yo necesito... ¡Nada! 
Basta de pastillas y propagandas, quiero encontrarme, quiero encontrarte, quiero mirarte sin prejuzgarte.
Basta de todo no quiero nada.

(El plan de la mariposa)

Superfluo.

¿Por qué buscar la aceptación de las masas, del contingente de personas que van y vienen, del cúmulo de seres sin espiritualidad ni emoción?
¿Por qué queremos ser parte? Si el verdadero sentimiento de totalidad se percibe únicamente con aquellas personas con las cuales se nos abre el pecho en dos, como si nuestro tórax fuese un capullo floreciendo, y se nos yergue la moral y la autoestima. Aquellas que logran sacarnos el monstruo de adentro y que no le temen, aquellas con las que se logra la fusión con el todo: el ambiente se transforma en una parte nuestra, los ecos de risas y llantos son el aire que respiramos y del cual vivimos, y los momentos se componen de la extraña y perfecta coacción de lo vivido, las memorias, los tesoros y el presente. No hay más sombras y aunque ellas estarán esperando fuera de la habitación, están tan lejanas que casi no se sienten.
¡Que nos estallen las bocas, el pecho y el vientre! ¡Que nos estalle todo lo que pensamos, sentimos y somos! ¡Que se haga trizas todo y que no podamos volver a ubicar las astillas de nuestro pasado! ¡Basta de relaciones superfluas, afines, y vamos por aquellas indómitas, hermosas, concretas, fuertes! Que no existan más las carcajadas fingidas, pero que exista esa risa que sale de adentro, de nosédónde, de cuando estamos solos y estallados. Que no me mientan, que no me hostiguen. Que se despabilen los neuróticos seres de amor, que se den cuenta que estamos hechos para la vida, y que la vida no es nada si no es con vos. Con todos. De a dos. Sintiendo que tenés un hombro esperándote, sea para lo que sea: para llorar, para recostarte y que te bese, para descansar, para sonreír, para callar. Porque sea lo que sea, amistad o no, pareja o no, vos o yo, que te estén esperando es la única solución para querer seguir. Porque, en definitiva, a nadie le gusta del todo su vida, pero si se la está compartiendo con alguien, vale la pena vivirla.

Yo en este momento:

no estás completamente inventada
te falta algo, te falta amor


Y mientras suena esa canción, me prendo un sahumerio. Para mí, el sahumerio va a ser el cigarrillo del siglo veintidós, cuando el pucho ya haya matado a muchos y lo hagan ilegal por asesino. 
Me prendo un sahumerio y hablo con Caro que me hace reír tanto, es una genia, todos deberíamos tener una Caro cerca. Hace bien.
Le duele la espalda (a Caro). Y a mí también.
Tengo una contractura que abarca toda mi espalada y es dura como la realidad, o quizás más, como una puerta Pentágono (no exagero, tengo que empezar kinesiología pero me da paja).
¿Por qué todo me da paja? 
En dos días empiezo el colegio. Último año. Me siento grande pero en el fondo sé que soy la nena de siempre. No tengo arreglo. No me molesta seguir durmiendo abrazada a un Pikachu de trapo.
Estoy sentada como indio en la cama, con Charly García cantándome al oído, y mi gato ronroneándome en las piernas. ¿Qué mejor que esto? 
Todo. Cualquier cosa mejor que esta pocilga.
Mi cuarto me tiene harta. Es muy feo porque es la fiel expresión de mí. Y a mí se me nota mucho que estoy sola, entonces mi cuarto lo único que hace es recordármelo. Las paredes tienen dibujos y palabras pero lo único que me dicen es "estás sola". Gracias paredes, sin ustedes no lo hubiese notado.
Estoy desesperada como si tuviera cuartenta años, jajajajajajaja patético, basta.
TE AMO
ah
no, en serio, sigamos:
esta es mi cara en este momento:
y este es mi gato:
y estos son mis padrinos mágicos:
jajajajajaja las amo con toda mi alma.
Volviendo al tema (¿qué tema?), me estoy hartando de apretar la mandíbula sin darme cuenta, de no poder parar el ritmo incesante de mi pierna rebotando contra el piso, de mis dedos lastimados y con las uñas más carcomidas del planeta. Estoy harta de estar nerviosa, esquizoide. Quiero paz. Y no quiero que me la dé nadie porque después se van de repente y me sacan la paz y eso me hace peor que todo. Y me muero sin morir y me abrazo al dolor. Y lo dejo todo por esta soledad.
Soy medio víctima aunque no lo reconozca. Supongo que en el fondo duele intentar no tener emociones. Más que nada cuando tu filosofía de vida se basa en una frase que escuchaste en una canción que te voló la cabeza, que dice más o menos así: "nada hay más cierto que sentir, nadie más que yo sabrá elegir por mí". Nada, basta, me voy a callar la boca porque decir tantas cosas puede ser contraproducente.
Chau.


Un regalito:
Mi Pikachu de trapo y yo.