Sólo sé que no sé nada.


Sorbo otro trago de té. Me ahondo en mis pensamientos. El hecho de no entender nada me está matando. Veo árboles de ramas enredadas entre sí, pocas hojas, un desorden simétrico de extremidades, mucha copa, poco tronco. Veo caminos de piedras, catorce entradas (las conté), como en los cuentos de Borges. Se convierten en laberintos, dan vueltas, se enroscan. Y otra vez el orden simétrico. Parece que alguien se hubiera empeñado en que las cosas estén así: desordenadas con un propósito meramente estético. Ordinem in chaos.
¿Yo me empeñé en que mi vida esté desordenada? ¿Yo busqué esto? ¿Me lo hice yo? ¿En serio? ¿A mí misma? ¿Por qué? ¿Porque me gusta ser la víctima o porque me gusta sufrir o porque qué? ¿Cuál es la explicación? Basta. Exploto. Exploto, me está matando, voy a explotar en mil pedacitos y esos pedacitos se van a convertir en cenizas y las cenizas serán arrojadas al mar. Mar de dudas, mar de llanto, mar en el que nadaré toda la vida para intentar morir en una orilla. Orilla desierta, confusa, solitaria. Ahí voy a morir. Voy a vivir mi vida luchando contra mí misma para terminar muriendo sola y divorciada de mi propia persona.

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