Otra calurosa noche de verano en la que se me da por pensarte:

Son ya las tres de la madrugada. El ventilador de techo hace tambalear las luces de la casa, inventando sombras extrañas que se mueven constante y repetitivamente. Por el poco espacio que queda entre el marco inferior de la ventana y la casi cerrada persiana, asomo mi cigarrillo y, de vez en cuando, mi nariz, para respirar bocanadas de aire nocturno y ver a la expectante Luna de esta noche despejada. 
Se va otro tema de Pink Floyd, se evapora otro renglón escrito por Isabel Allende, se me cierran otra vez los ojos y vuelvo a recurrir a los caramelos para aguantar despierta un poco más. 

Los momentos en los que el cuerpo está casi dormido pero la mente sigue en funcionamiento, son los más preciados para la gente que escribe, que imagina o simplemente que piensa. O para mí. Porque es en estos momentos cuando grandes dudas se vienen a la mente, grandes respuestas son encontradas en el tumulto de pensamientos de largos días y grandes conclusiones salen a la luz luego del debate con una parte del cerebro bastante cercana al inconsciente que se mantiene oculta mientras permanecemos bien despiertos.

Fue así como llegué a vos, de nuevo. Vagando entre océanos de recuerdos, te descubro una vez más, aunque adentro mío y de mis memorias ocupes un lugar tan pequeño como el que puede ocupar un casi-desconocido. 
Y de eso se trata todo hoy. De esto mismo me hablo, mientras me acurruco en un sillón, a punto de dormirme involuntariamente. Se trata de que no me acuerdo de vos: no me acuerdo tu risa, ni la textura de tu piel, menos la de tus labios. No me acuerdo cómo es tu voz, ni cómo hacen tus ojos para delatarte cuando decís que no por compromiso, mientras te aguantás las ganas de gritarme un sí. 
No me acuerdo de muchas cosas, pero son muchas más las que no conozco.

Quiero verte. Recordarte. Conocerte. Sentirte.
(otravez)

Perfume.

Líndo como vos
cuando llegaste a desenredarme los ojos
y a enredarte a mi alma.
Llueven a cántaros
mis ganas de aferrarme
desconsoladamente
a tu cintura

para no irme más con el el tiempo, para estar agarrada a algo y que no me lleve el viento.

Idealizar mundos, personas y hasta una vida entera.

Si de cerrar los ojos se trata
(e imaginar)
me gano el premio a la soñadora obsecuente número uno.

Todo es una ilusión,
un juego, un invento mío.

No me importa, la estoy pasando bien. Volar está bueno.
Cuando me caiga desde tan alto te cuento cuánto duele.

.

Qué raro encontrarte otra ver revoloteando al rededor de un desconocido. Te veo danzar en puntas de pie, saltando, girando y sonriendo. Más que nadie, sé que esa sonrisa es verdad, es pura, de felicidad y alegría. Sé que te alimentás de esto: de conocer gente, seducirla, engatusarla, enamorarla y esfumarte. 
Lo que vos hacés en una noche no lo hace cualquiera. Lo tuyo es más parecido al amor. Lo tuyo se parece a lo eterno, a la fidelidad, a la conexión energética y a la vida misma. No sos sexo y nada más. No, no te gusta. Vos necesitás ficción. Necesitás hacer una puesta en escena gigante, entrar en personaje, mentir descaradamente, venderle al público tu actuación. El problema no es lo que hagas, sino que para todo ello, tenés que involucrar a alguien más. Y a vos te gustan bien inocentes, poco descarados, tímidos, sumisos. No te importa si es hombre o mujer, no te importa la raza, el idioma ni cómo se viste ni qué le gusta fumar. Discriminás solamente a los que tienen personalidad. Yo supongo que es porque te da miedo que alguna vez reaccionen ante tus desprolijidades. Está claro que preferís que se queden mirando como vos bailás Izabella moviéndote espasmódicamente y sacudiendo todos los harapos, polleras y alhajas que te vas sacando y revoleando al compás del mágico Hendrix. 
Y sí, ¿qué más puede querer una chica como vos? ¿Qué más que mostrarse, mientras el otro envidia? Nada. Es lo que te gusta, lo que amás. Lo único que amás en verdad. Amás refregarle a todos tu voluptuosidad, lo bien que hacés las cosas, la hermosa y gran sonrisa que tenés...
A mí ya no me podés mentir. Porque también te veo llorar cada vez que estás sola. 
Dando vueltas por la misma habitación en la que hacías el amor tan descaradamente con cualquiera, te veo rondando de un rincón a otro con tu té en la mano, arrojando libros después de leer algún que otro renglón, gritando, pateando, haciéndole berrinches a nadie, reprochándote cosas, hablando en voz alta con tu sombra.
Decíme la verdad. ¿Estás contenta con la vida que llevás? ¿No te sentís un juguete? ¿No te sentís plastica, fría, de mentira? ¿No te cansás de estar sola?
¿No te duele?

Abrazáme.

Desatáme
el nudo
que me até
en la espalda.

Y perdoname.

(Perdoname por ser tan molesta, tan cambiante, tan depresiva de repente, tan asquerosa y tan estúpida. Tan patética. Me odio, odio deprimirme, porque nunca lo entiendo. Nunca sé qué motivos me ponen mal. Nunca sé bien qué me pasa, sólo sé que me siento una basura. No hay nada que me haga mejorar, todo lo que probé, fracasó. Pero tengo una leve sospecha de lo que me podría llegar a salvar en noches como esta, noches de esas en las que hace mal estar sola, noches de esas en las que no podés llorar, ni dormir, ni leer. Mi solución, quizás, sea un abrazo. Juro necesitarlo como nunca necesité nada en mi vida. Y perdón por delegarte esa responsabilidad a vos.)

Enturbiame.

Momento de despegarse un poco de uno mismo. Momento de separarse. Momento de dividir lo que fue de  lo que será, lo que se siente de lo que se imagina y lo que se vive de lo que se espera. 
División entre lo que se puede lograr y lo que se sueña. Y entre lo que se sabe y lo que se quiere saber. Y entre la mente que maquina sin parar y el vientre que no deja de estrujarse, reclamando un poco de todo lo que le falta.

El hecho de no querer llorar, junto a ese momento de fuerza descarnada que hace el alma para no dejar salir una deplorable lágrima, ese y sólo ese, es el momento en que la catarsis ha sido realizada. Es el momento clave en el que los pensamientos dominan al sentimiento. Y el pensamiento dice que la lágrima no debe salir por tal o cual motivo, lo que se traduce a que la tristeza, la angustia esa que desea corromper, no debería existir.
En cambio, si hubiésemos dejado salir la lágrima, la estúpida lágrima, estaríamos reflejando que la emoción sigue siendo más fuerte que la cordura. 
No. La emoción no puede ser más fuerte que la cordura. No se deben perder las riendas de la propia vida. Nada ni nadie debería poder sacarnos los objetivos de enfrente. Nada ni nadie debería poder enturbiarnos la visión de las cosas, de los hechos, de la vida en sí.

Y sin embargo ahí estás.

¿Cafecito?


No se puede estar así todo el tiempo,
uno debe saber que esto no es solo un mal sueño.
Esto es la realidad:
las nubes grises aquí y allá
las cosas que, inestables, vienen y van.


Nada más.

Nunca nada más lindo que una respiración en la espalda,
una caricia en el pelo,
un beso en la mejilla.
Y ahí me quedo.

Ni más,
ni menos.
Nos podemos quedar solamente en eso.


Te pediría que te olvides de mí aunque me haya quedado con las ganas, sólo para tener la seguridad de que te vas a ir.