Enturbiame.

Momento de despegarse un poco de uno mismo. Momento de separarse. Momento de dividir lo que fue de  lo que será, lo que se siente de lo que se imagina y lo que se vive de lo que se espera. 
División entre lo que se puede lograr y lo que se sueña. Y entre lo que se sabe y lo que se quiere saber. Y entre la mente que maquina sin parar y el vientre que no deja de estrujarse, reclamando un poco de todo lo que le falta.

El hecho de no querer llorar, junto a ese momento de fuerza descarnada que hace el alma para no dejar salir una deplorable lágrima, ese y sólo ese, es el momento en que la catarsis ha sido realizada. Es el momento clave en el que los pensamientos dominan al sentimiento. Y el pensamiento dice que la lágrima no debe salir por tal o cual motivo, lo que se traduce a que la tristeza, la angustia esa que desea corromper, no debería existir.
En cambio, si hubiésemos dejado salir la lágrima, la estúpida lágrima, estaríamos reflejando que la emoción sigue siendo más fuerte que la cordura. 
No. La emoción no puede ser más fuerte que la cordura. No se deben perder las riendas de la propia vida. Nada ni nadie debería poder sacarnos los objetivos de enfrente. Nada ni nadie debería poder enturbiarnos la visión de las cosas, de los hechos, de la vida en sí.

Y sin embargo ahí estás.

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