Retorcerse y liberarse.

Contorsionás los músculos y no entendés por qué hay partes de tu cuerpo con las que nunca sentís. Y pensás si con el alma pasará igual.
De tan poco uso habrá alguna parte de tu cerebro adormecida, habrá algún músculo atrofiado, habrá alguna neurona quemada, habrá tiempo desperdiciado, habrá nervios sin explotar, habrá placer que no supo ser.
Habrá de todo, ¿habrá tiempo para descubrir lo que aún no hemos descubierto?

El violeta oscuro cubrirá como una bella sombra, como un manto de eternidad, toda la luz blanca del mundo ficticio. Vos te vas a estar bañando en letras.
En ese momento, hundido, fluyendo, te vas a dar cuenta que la profundidad es más profunda de lo que pensaste siempre. Te vas a percatar de que no hay estructuras, ni fórmulas para las cosas que hacemos, sentimos y padecemos día a día. Las teorías, los supuestos, los ideales y los estandartes son inaplicables en la vida real. No se los encuentra en ningún lado ni se los van a encontrar nunca.
Te vas a dar cuenta que cada uno ve como quiere, entiende lo que quiere y sabe lo que aprende por sí mismo. Vas a entender que todos saben hablar, saben poner en palabras perfectas la forma perfecta de ser y de estar, pero que nadie, absolutamente nadie, pudo alguna vez poner en práctica al pie de la letra todo lo que dijo.
Y entonces, solo entonces, sabiendo que no hay que encajar la vida en ninguna estructura y que no hay una forma esencial y única de hacer las cosas, vas a ser capaz de ejercer tu libertad. No estoy diciendo que vas a ser libre. No. Estoy diciendo que vas a ser capaz de intentarlo. 

Rock fuerte II

Hoy estamos más vivas que nunca. Hoy sentimos la sangre galopando en nuestras venas, sentimos esa presión en el pecho pidiendo un poco más de humo y sentimos las cosquillas en las partes más lindas del cuerpo. 
Queremos rebotar, entrar y salir, gritar. Queremos agitarnos más, quedarnos sin aire para robárselo a otro y amar. Amar la vida, amar el placer de los ojos entrecerrados y la risa espontánea. Amar la violencia específica del sexo y la sensualidad de arrancarse la ropa y morderse. Amar hasta desangrarse. Amar porque no importa nada más que la pasión de sentir, de disfrutar, de borbotar ganas, felicidad y sentimiento.
Hoy estallamos. Hoy nos dimos cuenta que somos seres llenos de poder, de fuerza, listos para destruir y volver a crear. Queremos decaer y repuntar una y mil veces, queremos aprender. Somos insaciables, necesitamos más y más, todo el tiempo y a toda hora. Somos adictas. Adictas a todo aquello que conlleve fulgor, voracidad, elevación.
Nos gusta despedirnos de la tierra de vez en cuando, subirnos a una nube o a otro cuerpo y empezar a disfrutar de la abstracción. No sabemos lo que hacemos y sin embargo no nos arrepentimos de nada. La corriente nos arrastra cada vez con más violencia, pero se siente tan bien que creemos ser incapaces de aferrarnos a algo para no seguir naufragando. Al fin y al cabo, ¿qué tiene de malo vagar de por vida? Todo el que puso el ancla en algún lado se terminó arrepintiendo y se volvió al mar para dejarse morir. Nosotras no somos así. En algún momento entendimos que nadie es eterno y que cualquier camino te lleva a la muerte, así que mejor disfrutar estos días, vivir, sentir, volar,
amar.

Y no desperdiciar ni un segundo en algo que no valga la pena.

Metamorfosis.

No se trata de crecer ni de envejecer. No se trata de metas ni de puntos finales. Se trata de aprender. Se trata del camino, del recorrido, de alcanzar.
El tiempo sólo existe en la mente de uno mismo. Yo lo erradico de mi mente porque no quiero medirme en años, meses, días, horas, minutos y segundos. Quiero medirme en recuerdos, en libros leídos, en cosas aprendidas. Quiero que crezca mi visión, que se amplíen mis pensamientos y que aumenten mis conocimientos. El tiempo en sí no significa nada para mí. No necesito edad, no quiero tenerla porque no creo en ella. ¿De qué vale haber vivido cincuenta años sin conocerse nunca a uno mismo, si no se esparce uno por el mundo y si no aprende ni acumula? Se puede ser un viejo pequeño, porque la grandeza, creo yo, se mide en la cantidad de cosas descubiertas, no en los días que llevamos respirando. Respirar ni si quiera se acerca a lo que realmente es existir. 
De hecho, no creo que exista la vejez. O, por lo menos, no aquella que es sinónimo de decantación. Yo creo en la transformación. Porque no se trata de envejecer, sino de evolucionar.
La superadora necesidad de ser amado que tiene el ser humano es patética. Es egoísta. Es puntualmente la condición que nos separa del amor, del de verdad. Porque de tanto necesitar -conscientes o no- empezamos a buscar y a intentar convencernos de sentimientos que nunca surgieron de nosotros mismos. Aparecen de la nada, de cualquier lado: de una idea, de una frustración, de una sonrisa. De cualquier estupidez surge un amor de mentira. Y no somos capaces de pensar ni un segundo en qué hacemos ni a dónde vamos ni qué queremos. Dejarse llevar es cosa de gente segura, no de oportunistas, porque el amor no es cosa de oportunidades, sino de sentimientos. 

caca

Y su peor error era que pensaba que necesitaba a alguien que la salve, que la saque del mar en que, según ella decía, se encontraba desde que la dejaron sola por primera vez.


Comodidad.

Vórtice. Como siempre.
Sube, baja, nauseas, temblor.
Respira.
Escribe:

Tengo la sensación de que nadie lucha por lo que le crece en el pecho, por lo que le brota bien desde el alma. Siempre es más el miedo, la inseguridad, la comodidad de quedarse dónde está uno parado, a pesar de que haya ciertas cosas que no gusten, que molesten. Es más fácil resistir. Es más fácil esperar. Es más fácil pedir tiempo que ponerse a actuar. 
Las personas nos frustramos de antemano. Nadie se arriesga a dar el primer paso hacia lo diferente. Es por eso que estamos todos, más o menos, en el mismo lugar. Y, aunque algunos un poco más cómodos que otros, todos terminamos por aceptar lo que no nos gusta, que al fin y al cabo, nosotros mismos nos lo estamos imponiendo.

Sólo sé que no sé nada.


Sorbo otro trago de té. Me ahondo en mis pensamientos. El hecho de no entender nada me está matando. Veo árboles de ramas enredadas entre sí, pocas hojas, un desorden simétrico de extremidades, mucha copa, poco tronco. Veo caminos de piedras, catorce entradas (las conté), como en los cuentos de Borges. Se convierten en laberintos, dan vueltas, se enroscan. Y otra vez el orden simétrico. Parece que alguien se hubiera empeñado en que las cosas estén así: desordenadas con un propósito meramente estético. Ordinem in chaos.
¿Yo me empeñé en que mi vida esté desordenada? ¿Yo busqué esto? ¿Me lo hice yo? ¿En serio? ¿A mí misma? ¿Por qué? ¿Porque me gusta ser la víctima o porque me gusta sufrir o porque qué? ¿Cuál es la explicación? Basta. Exploto. Exploto, me está matando, voy a explotar en mil pedacitos y esos pedacitos se van a convertir en cenizas y las cenizas serán arrojadas al mar. Mar de dudas, mar de llanto, mar en el que nadaré toda la vida para intentar morir en una orilla. Orilla desierta, confusa, solitaria. Ahí voy a morir. Voy a vivir mi vida luchando contra mí misma para terminar muriendo sola y divorciada de mi propia persona.