Superfluo.

¿Por qué buscar la aceptación de las masas, del contingente de personas que van y vienen, del cúmulo de seres sin espiritualidad ni emoción?
¿Por qué queremos ser parte? Si el verdadero sentimiento de totalidad se percibe únicamente con aquellas personas con las cuales se nos abre el pecho en dos, como si nuestro tórax fuese un capullo floreciendo, y se nos yergue la moral y la autoestima. Aquellas que logran sacarnos el monstruo de adentro y que no le temen, aquellas con las que se logra la fusión con el todo: el ambiente se transforma en una parte nuestra, los ecos de risas y llantos son el aire que respiramos y del cual vivimos, y los momentos se componen de la extraña y perfecta coacción de lo vivido, las memorias, los tesoros y el presente. No hay más sombras y aunque ellas estarán esperando fuera de la habitación, están tan lejanas que casi no se sienten.
¡Que nos estallen las bocas, el pecho y el vientre! ¡Que nos estalle todo lo que pensamos, sentimos y somos! ¡Que se haga trizas todo y que no podamos volver a ubicar las astillas de nuestro pasado! ¡Basta de relaciones superfluas, afines, y vamos por aquellas indómitas, hermosas, concretas, fuertes! Que no existan más las carcajadas fingidas, pero que exista esa risa que sale de adentro, de nosédónde, de cuando estamos solos y estallados. Que no me mientan, que no me hostiguen. Que se despabilen los neuróticos seres de amor, que se den cuenta que estamos hechos para la vida, y que la vida no es nada si no es con vos. Con todos. De a dos. Sintiendo que tenés un hombro esperándote, sea para lo que sea: para llorar, para recostarte y que te bese, para descansar, para sonreír, para callar. Porque sea lo que sea, amistad o no, pareja o no, vos o yo, que te estén esperando es la única solución para querer seguir. Porque, en definitiva, a nadie le gusta del todo su vida, pero si se la está compartiendo con alguien, vale la pena vivirla.