Cuándo habré cambiado tanto

La lluvia golpeando las chapas del techo, la música sonando baja, la muchacha y su gato recostados en un menjunje de sábanas y la tristeza más grande del mundo abrumando su cabeza y sus ojos.
Ya iba una hora de llanto y parecía que no iba a parar. Las voces en el cuarto de al lado ya se habían callado, pero lo que se habían dicho en quince minutos encerraba una eternidad de lamentos, un futuro incierto y lo que -ella pensaba- se convertiría en un arrepentimiento.
Sin embargo y a pesar de todo, había algo más que la molestaba. Ella siempre se había jactado de su seguridad frente a sus actos, pero esta vez se sentía en el limbo de su existencia, lo que la mantenía preocupada y triste. En poco tiempo había comenzado a arrepentirse de todo lo que alguna vez había dicho: ya no la hacían feliz las mismas cosas, ya no perseguía los mismos objetivos, ya no sentía lo mismo. Y sin embargo no sabía qué era lo que ahora la hacía feliz, no sabía detrás de qué iba...
Siguió llorando hasta que se durmió. Soñó con flores negras y casas vacías.

Igualmente, sí sabía algo: que sentía (la inseguridad que sus problemas le traían, el miedo al cambio,  que todo lo que fue alguna vez se le venía abajo. Y, para colmo, sentía amor).

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