Círculo.

Aun siguen con esa sensación de paz que se produce cuando acaba el temblor y, sin embargo, ya comenzaron a mentir. Es que, en realidad, nunca acabaron.
Son pueriles engaños entre sábanas rebuscadas. Ellos son cuerpos desencontrados, nada más.  Y mienten porque creen no tener otra opción, porque ninguno de los dos sabe que el otro no siente lo que dice.
Alguna vez se quisieron demasiado como para hacerse mal, pero ya no sólo se compadecen del otro, sino que se dan lástima mutuamente. Están enfermos por una relación que fueron deshaciendo y encerrando en un círculo vicioso de engaños que hasta a ellos mismos convencen de a ratos.
No hay detonante posible para que exploten verdades, no hay forma de romper con el karma si ellos no se deciden por algo.

Toman un café, escuchando la música de siempre: Esa que los acompañó en los momentos de mayor pasión y que estuvo de fondo en tantas charlas profundas. Pero hoy no es más que una molestia, que los acerca al recuerdo de lo que fueron alguna vez y les plantea que ahora ya no son esas dos personas enamoradas que reían y disfrutaban de las mismas cosas. 
Ambos están sufriendo en silencio, rogando que se rompa el espejismo débil que inventaron. Desean mostrarle al otro una punta de su dolor, para que tironee de ella y saque el resto hacia afuera. Pero al estar ambos tan inmersos en sus pensamientos y en sus sentimientos, no ven ni escuchan al otro ni a sus señas. Son ciegos, son sordos, son plásticos que recubren una fruta por demás madura que está dentro de ellos y que comienza a pudrirse.

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