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Amor.


Las yó.

Perturbada emocional. Nerviosa. Soy una ameba violenta. Soy una gelatina, me quiero escabullir entre tus dedos pero no me estás agarrando, así que no puedo.

Lo que creo necesitar: (entre otras cosas) que alguien me pida que no me vaya y que me agarre. Que me lo pida firme y que no me deje ir. Y que me sostenga (esa sensación de levedad cuando dejás todo el peso de tu cuerpo en otra persona es de las cosas que más extraño). Quiero que me necesiten a mí así como yo necesito a todos.

¿Por qué necesito a todos?
Una simple sonrisa y ya te hago mi cómplice. Me gusta la gente que emana cariño sin más. Que no pregunta ni anda buscando respuestas. Yo quiero irradiar luz y sonrisas a todos, pero estoy tan rodeada de gente que parece no tener alma, que me dejo corromper por el tiempo y el espacio, por la muchedumbre, la basura, el humo gris, los edificios altos, las paredes con humedad... Empiezo a nadar en ese mar turbulento que me lleva de costa a costa: en una está la yó feliz y en la otra está la yó frustrada, la de ciudad, la que conocen todos ustedes, la que gana todas mis luchas internas por ser tan grande y tan parecida a todo lo que no me gusta.

Vos. Alma. Pena. Árbol. Llanto.

Sube. Sol. Línea. Arriba.
El cielo, la voz, la canción; el viento.
No llores, no grites. Escuchá,
que el silencio tiene mucho para decir.
No pienses, no esperes.
Mentira,
sí, pensá.
Pensá porque sino después te duele.
Todo tiene consecuencias. La consecuencia de vós es este vórtice.
La concecuencia de este vórtice va a ser otro vós.
Vos. Alma. Pena. Árbol. Llanto. Amor.
¿Amor dije?
Se acabó.

¿Algún día me vas a decir algo?
Yo te digo mi todo.

O mejor no me hables más.
                                          Siento odio.

Perdón y gracias.
                         Me voy a olvidar...
      (lo que va a pasar)                                 (lo que quiero que pase)
   De todo lo que pienso                                               De vos.
    en este momento                      
  del odio, de las ganas                    
de no verte más.                            



No sé si te estoy amando de antemano...

Pared.



Estuve a punto de subir esta foto a Facebook, ese mundo paralelo en donde todo es de todos y todos opinan sobre todos los temas. Pero de repente tuve pánico.
Me dio miedo que vean lo que yo veo cuando miro mi pared: mi personalidad.

Superfluo.

¿Por qué buscar la aceptación de las masas, del contingente de personas que van y vienen, del cúmulo de seres sin espiritualidad ni emoción?
¿Por qué queremos ser parte? Si el verdadero sentimiento de totalidad se percibe únicamente con aquellas personas con las cuales se nos abre el pecho en dos, como si nuestro tórax fuese un capullo floreciendo, y se nos yergue la moral y la autoestima. Aquellas que logran sacarnos el monstruo de adentro y que no le temen, aquellas con las que se logra la fusión con el todo: el ambiente se transforma en una parte nuestra, los ecos de risas y llantos son el aire que respiramos y del cual vivimos, y los momentos se componen de la extraña y perfecta coacción de lo vivido, las memorias, los tesoros y el presente. No hay más sombras y aunque ellas estarán esperando fuera de la habitación, están tan lejanas que casi no se sienten.
¡Que nos estallen las bocas, el pecho y el vientre! ¡Que nos estalle todo lo que pensamos, sentimos y somos! ¡Que se haga trizas todo y que no podamos volver a ubicar las astillas de nuestro pasado! ¡Basta de relaciones superfluas, afines, y vamos por aquellas indómitas, hermosas, concretas, fuertes! Que no existan más las carcajadas fingidas, pero que exista esa risa que sale de adentro, de nosédónde, de cuando estamos solos y estallados. Que no me mientan, que no me hostiguen. Que se despabilen los neuróticos seres de amor, que se den cuenta que estamos hechos para la vida, y que la vida no es nada si no es con vos. Con todos. De a dos. Sintiendo que tenés un hombro esperándote, sea para lo que sea: para llorar, para recostarte y que te bese, para descansar, para sonreír, para callar. Porque sea lo que sea, amistad o no, pareja o no, vos o yo, que te estén esperando es la única solución para querer seguir. Porque, en definitiva, a nadie le gusta del todo su vida, pero si se la está compartiendo con alguien, vale la pena vivirla.

Yo en este momento:

no estás completamente inventada
te falta algo, te falta amor


Y mientras suena esa canción, me prendo un sahumerio. Para mí, el sahumerio va a ser el cigarrillo del siglo veintidós, cuando el pucho ya haya matado a muchos y lo hagan ilegal por asesino. 
Me prendo un sahumerio y hablo con Caro que me hace reír tanto, es una genia, todos deberíamos tener una Caro cerca. Hace bien.
Le duele la espalda (a Caro). Y a mí también.
Tengo una contractura que abarca toda mi espalada y es dura como la realidad, o quizás más, como una puerta Pentágono (no exagero, tengo que empezar kinesiología pero me da paja).
¿Por qué todo me da paja? 
En dos días empiezo el colegio. Último año. Me siento grande pero en el fondo sé que soy la nena de siempre. No tengo arreglo. No me molesta seguir durmiendo abrazada a un Pikachu de trapo.
Estoy sentada como indio en la cama, con Charly García cantándome al oído, y mi gato ronroneándome en las piernas. ¿Qué mejor que esto? 
Todo. Cualquier cosa mejor que esta pocilga.
Mi cuarto me tiene harta. Es muy feo porque es la fiel expresión de mí. Y a mí se me nota mucho que estoy sola, entonces mi cuarto lo único que hace es recordármelo. Las paredes tienen dibujos y palabras pero lo único que me dicen es "estás sola". Gracias paredes, sin ustedes no lo hubiese notado.
Estoy desesperada como si tuviera cuartenta años, jajajajajajaja patético, basta.
TE AMO
ah
no, en serio, sigamos:
esta es mi cara en este momento:
y este es mi gato:
y estos son mis padrinos mágicos:
jajajajajaja las amo con toda mi alma.
Volviendo al tema (¿qué tema?), me estoy hartando de apretar la mandíbula sin darme cuenta, de no poder parar el ritmo incesante de mi pierna rebotando contra el piso, de mis dedos lastimados y con las uñas más carcomidas del planeta. Estoy harta de estar nerviosa, esquizoide. Quiero paz. Y no quiero que me la dé nadie porque después se van de repente y me sacan la paz y eso me hace peor que todo. Y me muero sin morir y me abrazo al dolor. Y lo dejo todo por esta soledad.
Soy medio víctima aunque no lo reconozca. Supongo que en el fondo duele intentar no tener emociones. Más que nada cuando tu filosofía de vida se basa en una frase que escuchaste en una canción que te voló la cabeza, que dice más o menos así: "nada hay más cierto que sentir, nadie más que yo sabrá elegir por mí". Nada, basta, me voy a callar la boca porque decir tantas cosas puede ser contraproducente.
Chau.


Un regalito:
Mi Pikachu de trapo y yo.


Nono.

Todos los días me doy un tiempo para pensar, para recordar y para volver a aprender que no somos imperecederos. Mi próximo pestañeo podría ser el último, podría nos ser un pestañeo más para convertirse en un cierre de ojos perpetuo. 
Nos vamos. Todo el tiempo, en cualquier momento. Y lo que queda es nuestro arte, lo que escribimos, lo que pintamos, lo que cantamos, todo lo que transformamos en obras y todo lo que genera alguna sensación en otra persona. Lo que vos generaste en mí fue, antes que nada, protección.
Me resulta raro estar escribiéndote de nuevo, porque hacía un tiempo que había decidido superar tu inesperada ida, pero por alguna u otra razón estoy de nuevo llorando, recordando tu caricia áspera y cálida, tu risa sublime.
Y a pesar de los años que pasaron, te extraño y me duele.
Perdón.

Ultraviolento

Lo peor que me podrían decir en la vida es "sos mi cable a tierra". Para cable a tierra, poné un noticiero.
Yo quiero ser la puerta a otra galaxia, quiero que después de atravesarme te vuelvas universal, gigante, te suspendas en el aire y no camines más. 
Quiero ser eso para alguien porque quiero que alguien sea eso para mí. Mutuo. Recíproco. Cíclico. Armónico.

Violento.

La armonía y la violencia no son antónimos. Pueden relacionarse simbióticamente, o por lo menos así sucede adentro mío. Mi armonía se alcanza con la dosis justa de violencia: siempre me es necesario cierto descargo, algún insulto, un poco de dolor quizás. A su vez, me violento cuando mi armonía es corrompida.
Descargar violencia, aplicarla, recibirla me hace bien, me gusta. Pero es cierta violencia, es la violencia sublime del sexo, o el insulto entre las risas, o de arrancarse la ropa en vez de sacársela delicadamente. Todo tiene su magia. La violencia etérea, perspicaz, pequeña, también.
No sé si es hermoso no saber, no cuestionar, no preguntar ni pensar en nada referido a los sentimientos que compartamos, o si es horrible y yo soy una sadomasoquista psicológica que disfruta de ello.

Yo tu cielo.


Yo te cielo a vos pero diferente: yo quiero ser tu cielo. Quiero que vos abras tus alas en mí, quiero que en mi piel encuentres la libertad que el ave encuentra en el firmamento. Quiero ser eso inmenso que tanto te gusta mirar. 
Yo te cielo porque yo te libero. O eso quiero. No quiero ser ningún cable a tierra, ni una cadena, ni una atadura, ni un peso constante con el cual lidiar. Quiero ser ese lugar por el que vagás arrastrado por el viento.
El cielo es libertad, es paz, es etéreo y hermoso.
Yo quiero ser eso para vos.

Así se reza.

Uñas mordidas, brazos rasguñados, pierna inquieta, ojos rojos, mandíbula apretada.
Respira. Vuela.
Vuelve.

Es que no hay salida si no se sale por el camino difícil. 
Los escapes no son soluciones.

Y sucede que cuando uno extraña, reacciona. Se da cuenta. Abre los ojos. Nada es lo mismo. Y con eso no se miente. Con eso no se juega. Con eso mejor no confundirse. 
El amor es cosa de locos. De locos mal. Yo no estoy loca, chau.
Mentira.

Hola. No entiendo nada. Sacame la música que me hace mal, tapame los ojos, no me dejes ver que me ves porque me siento el blanco de tus mil conjeturas.
Quiero parar de quejarme verborrágicamente pero no puedo cuando me siento tan mal.

Cannabis,
Amén.

Fundirme con lo abstracto.

Desde aquel día en que me quedé dormida contando los lunares de tu espalda, ya no me sirve pensar en ovejas cada vez que quiero dormir y no puedo. Ahora debo recurrir a tu recuerdo y a mi imaginación. Debo volver a repasar con la yema de mis dedos todos los lugares en los que te supiste adentrar, porque entre caricias fuiste penetrando mi piel y mi mente simultáneamente, impregnándote en mi recuerdo de una forma sutil pero efectiva: cada vez que te pienso, siento tu mano acariciando el largo de mi cuerpo, desde mis costillas, deteniéndose en mi cintura y culminando en mis muslos.
Puedo invocarte y volver a sentirlo casi como si fuese real. Lo único que me falta es tu cuerpo al lado mío, emanando calor, friccionándose contra mi piel.
Me falta también tu voz, que parece irse de mi memoria apenas nos despedimos (siempre igual, en las paradas de colectivo, dándome vuelta justo antes de subirme para decirte chau y mirarte por última vez, como intentando repasar todos los detalles del día que pasamos juntos).

Desear tu respiración en mi nuca ya es cosa de todas las noches. Anhelo fuertemente tus brazos, tu piel, la textura de tus labios y esa sensación que me generan, como de quedarse pegados en los míos, reposando, inmóviles y fundidos.
A veces hasta creo sentir las partículas de nuestros cuerpos abrazándose, aferrándose entre sí para decirse todo lo que nosotros dos no nos decimos. Porque nos cuesta, es cierto. Nos cuesta gritarnos las verdades porque la vida nos enseña a tenerle miedo al otro, a las relaciones, a los sentimientos. Nos cuesta jurar, nos cuesta asimilar que cada vez que estamos juntos una fracción nuestra se va con el otro, como para no despegarse más, como ir perdiéndose a uno mismo pero ganándose a la otra persona.
¿Vale la pena? ¿Vale la pena hablar, cuando para hablar nos tenemos todos los días pero para sentirnos, sólo una vez cada tanto? No, no lo vale. Prefiero que me hables con el cuerpo, con la piel, con el alma. Prefiero que no me digas ni una sola palabra y que te evoques a hacerme sentir la pasión como nunca antes la sentí. Prefiero que me hagas llegar a otra galaxia, abrazar el cosmos, sentirme universal, fundirme con lo abstracto. Y arrancar de raíz todas esas mentiras que se dicen los amantes cuando se quieren poseer, porque esto no se trata de posesiones, sino de conexiones, de que uno es el otro y sin el otro no es, de que yo para ser yo te necesito a vos feliz, y que el amor no se dice, se muestra.

Mundo:
Sobran. Sobran las palabras, las estupideces, las flores, los bombones, los regalos en sí, las demostraciones materiales, los objetos de lujo. Sobran, son innecesarias, injustificables.
Faltan las tazas de té de a dos, las charlas, el escuchar un disco juntos. Faltan abrazos y melancolías compartidas. Falta deseo. Faltan ganas de hacer feliz al otro compartiéndole la felicidad de uno.  Falta buen sexo. Falta más gente como nosotros, y lo digo con toda la soberbia del mundo.

Hoy me desperté soñadora.

Voy a terminar el colegio y voy a recorrer un par de provincias del sur con mis dos mejores amigas. Ellas se van a volver con sus novios y yo* me voy a seguir recorriendo el país con un tipo que conocí en un camping. Va a tener barba y el pelo medio largo, pero se va a ir haciendo rastas por el camino. 
Como decía, voy a llegar a la puna cagada de hambre, toda piojosa y re loca, pero voy a llegar. Y me voy a enamorar del cielo cuando lo vea más infinito que nunca, más dueño de mí que nunca, porque me dijeron que en Tilcara las estrellas casi que te tocan la nariz, y yo amo las estrellas y el cielo en su inmensidad porque me expresa todo eso que me da miedo y me atrapa a la vez: la muerte y la libertad.
Bueno, entonces me voy a querer quedar allá para siempre, pero toda la gente esa buena que conocí me va a decir que no puedo quedarme mirando el cielo toda la vida, y yo les voy a decir que no, no me voy a quedar mirando el cielo pero sí cerca de él para poder verlo cuando quiera, porque me voy a acordar de cuando estaba acá en Buenos Aires, como ahora, que no podía ver el cielo porque siempre había alguna pared, alguna luz o algún edificio gigante molestándome los ojos, la visión, el alma. Y me van a preguntar por mi familia, y yo me voy a acordar de mis viejos que tanto me dieron siempre, mis hermanos que seguro crecieron un montón y mis dos amigas, las que se volvieron con los novios y con la noticia de que yo me iba a quedar acá (o allá, o en todos lados). Y ahí no voy a saber qué hacer, voy a tener de vuelta ese pánico que me invadía todo el tiempo, el de la incertidumbre, el de no poder decidir si tengo que pensar, porque yo siempre decido rápido, "si lo pienso no lo hago" es mi lema. Qué lema de mierda, es una cagada. Bueno, pánico y no saber qué hacer. Y voy a pensar en cómo lo solucionaba siempre cuando vivía en la ciudad, cuando todos los días me levantaba y veía lo mismo, cuando todos los días hacía las mismas cosas en distinto orden (más allá de la rutina: me quejaba, lloraba, gritaba, bailaba, me reía, colapsaba, me sacudía, sacudía a otros, me ahogaba). Entonces me voy a dar cuenta que no lo solucionaba, no solucionaba un carajo, porque siempre estaba rodeada de lo mismo y las cosas no se solucionan solas y si no cambiás nada no se soluciona nada y que por eso me fui, le escapé a todas mis angustias y a todo lo que me frustró desde que tengo quince años. ¿Y ahora? ¿Ahora vuelvo y me pongo la mochila de nuevo o haberme ido significa la posibilidad de volver a empezar en cuanto vuelva? Imposible saberlo sin arriesgarme. Otra vez la incertidumbre, las noches sin dormir, comerme las uñas, tararear sin ritmo, mover la pierna izquierda cada vez que estoy sentada... Y de repente, me va a venir una respuesta: si ya me estoy enervando por pensar cómo van a ser las cosas en cuanto vuelva (porque me voy a acordar de las paredes altas, del cielo interrumpido, de mi ahogo, mi felicidad repentina, el colapso, la recaída, las drogas, el alcohol, el cigarrillo, la muerte, toda la gente, no), no, no voy a poder volver jamás. Cuando me sienta preparada iré a visitar a todos, porque por el momento voy a optar por instalarme y acostumbrarme a vivir con aire puro, las estrellas haciéndome cosquillas en la nariz y la solidaridad de la gente que nació en un mundo separado de lo que alguna vez me enseñaron que era progresar. Yo progreso saliéndome de todo eso.


*Yo: alma errante, volátil, sin estabilidad, poco sensata, impulsiva.

Pucho querído.

Uno. Uno solo. Un cigarrillo. Que me calme la ansiedad, que me tranquilice el palpitar estrepitoso de mi corazón apuñalado. Que me haga compañía por un rato. La compañía que no me hacés vos, que no me hace nadie. Porque el pucho me entiende, vos no lo entendés pero yo sí y te lo digo: el pucho sabe de dónde agarrarme cuando me estoy por caer. Hace eso que vos no supiste, no sabés, no pudiste, no podés, no vas  a poder nunca. Me acompaña, me calienta, me llena un poco. De mierda, de alquitrán, de nicotina, de humo rancio, pero me llena. Por lo menos me llena de algo, no como vos.
El cigarro no me desvaloriza, no se ríe en mi cara mientras escribo. No me cuestiona qué es lo que hago, no finge que le importa con una mueca desvalida, frívola, patética  que poco disimula el asco por lo que me gusta hacer, por lo que soy, por lo que amo. No tiene idea entonces no opina, ni miente al respecto, ni pretende parecer más de lo que es. Es solo un cigarrillo.
Pero se ve que la tiene más clara que vos. 

Que me mate, no me importa. Que me mate el cigarrillo. Va a ser como morir de amor.
No quiero un abrazo.
Quiero apretarme contra tu pecho con furia, clavarte mis uñas comidas en la espalda y que mi cara se impregne en tu cuerpo, en tu perfume.
Quiero que me duela un poco, quiero quedarme sin respiración, sin aire, sudar, ponerme nerviosa, tener miedo, que el éxtasis supere la situación, no saber qué hacer, morderte. Quiero pánico.
Quiero, explícitamente, ese pánico que me genera estar con vos.
Quiero (y tengo) cierta desesperación por aferrarme a vos, por cerrar fuerte los ojos y morderme el labio inferior con fuerza y que mis brazos recorran tus costillas y mis manos tu espalda y mi cuello tu boca y mi respiración tu oreja. 

No quiero tus caricias, ni tu compasión. Mucho menos tus palabras.
Con los actos se demuestra más. Con el alma se demuestra más. Con los ojos se demuestra más. Y si querés demostrarme algo, que sea fuerte. Y si es fuerte, entonces no me acaricies, matame. 

Otra calurosa noche de verano en la que se me da por pensarte:

Son ya las tres de la madrugada. El ventilador de techo hace tambalear las luces de la casa, inventando sombras extrañas que se mueven constante y repetitivamente. Por el poco espacio que queda entre el marco inferior de la ventana y la casi cerrada persiana, asomo mi cigarrillo y, de vez en cuando, mi nariz, para respirar bocanadas de aire nocturno y ver a la expectante Luna de esta noche despejada. 
Se va otro tema de Pink Floyd, se evapora otro renglón escrito por Isabel Allende, se me cierran otra vez los ojos y vuelvo a recurrir a los caramelos para aguantar despierta un poco más. 

Los momentos en los que el cuerpo está casi dormido pero la mente sigue en funcionamiento, son los más preciados para la gente que escribe, que imagina o simplemente que piensa. O para mí. Porque es en estos momentos cuando grandes dudas se vienen a la mente, grandes respuestas son encontradas en el tumulto de pensamientos de largos días y grandes conclusiones salen a la luz luego del debate con una parte del cerebro bastante cercana al inconsciente que se mantiene oculta mientras permanecemos bien despiertos.

Fue así como llegué a vos, de nuevo. Vagando entre océanos de recuerdos, te descubro una vez más, aunque adentro mío y de mis memorias ocupes un lugar tan pequeño como el que puede ocupar un casi-desconocido. 
Y de eso se trata todo hoy. De esto mismo me hablo, mientras me acurruco en un sillón, a punto de dormirme involuntariamente. Se trata de que no me acuerdo de vos: no me acuerdo tu risa, ni la textura de tu piel, menos la de tus labios. No me acuerdo cómo es tu voz, ni cómo hacen tus ojos para delatarte cuando decís que no por compromiso, mientras te aguantás las ganas de gritarme un sí. 
No me acuerdo de muchas cosas, pero son muchas más las que no conozco.

Quiero verte. Recordarte. Conocerte. Sentirte.
(otravez)

Perfume.

Líndo como vos
cuando llegaste a desenredarme los ojos
y a enredarte a mi alma.
Llueven a cántaros
mis ganas de aferrarme
desconsoladamente
a tu cintura

para no irme más con el el tiempo, para estar agarrada a algo y que no me lleve el viento.

Idealizar mundos, personas y hasta una vida entera.

Si de cerrar los ojos se trata
(e imaginar)
me gano el premio a la soñadora obsecuente número uno.

Todo es una ilusión,
un juego, un invento mío.

No me importa, la estoy pasando bien. Volar está bueno.
Cuando me caiga desde tan alto te cuento cuánto duele.

Abrazáme.

Desatáme
el nudo
que me até
en la espalda.

Y perdoname.

(Perdoname por ser tan molesta, tan cambiante, tan depresiva de repente, tan asquerosa y tan estúpida. Tan patética. Me odio, odio deprimirme, porque nunca lo entiendo. Nunca sé qué motivos me ponen mal. Nunca sé bien qué me pasa, sólo sé que me siento una basura. No hay nada que me haga mejorar, todo lo que probé, fracasó. Pero tengo una leve sospecha de lo que me podría llegar a salvar en noches como esta, noches de esas en las que hace mal estar sola, noches de esas en las que no podés llorar, ni dormir, ni leer. Mi solución, quizás, sea un abrazo. Juro necesitarlo como nunca necesité nada en mi vida. Y perdón por delegarte esa responsabilidad a vos.)