Nono.

Todos los días me doy un tiempo para pensar, para recordar y para volver a aprender que no somos imperecederos. Mi próximo pestañeo podría ser el último, podría nos ser un pestañeo más para convertirse en un cierre de ojos perpetuo. 
Nos vamos. Todo el tiempo, en cualquier momento. Y lo que queda es nuestro arte, lo que escribimos, lo que pintamos, lo que cantamos, todo lo que transformamos en obras y todo lo que genera alguna sensación en otra persona. Lo que vos generaste en mí fue, antes que nada, protección.
Me resulta raro estar escribiéndote de nuevo, porque hacía un tiempo que había decidido superar tu inesperada ida, pero por alguna u otra razón estoy de nuevo llorando, recordando tu caricia áspera y cálida, tu risa sublime.
Y a pesar de los años que pasaron, te extraño y me duele.
Perdón.

Amén


Ultraviolento

Lo peor que me podrían decir en la vida es "sos mi cable a tierra". Para cable a tierra, poné un noticiero.
Yo quiero ser la puerta a otra galaxia, quiero que después de atravesarme te vuelvas universal, gigante, te suspendas en el aire y no camines más. 
Quiero ser eso para alguien porque quiero que alguien sea eso para mí. Mutuo. Recíproco. Cíclico. Armónico.

Violento.

La armonía y la violencia no son antónimos. Pueden relacionarse simbióticamente, o por lo menos así sucede adentro mío. Mi armonía se alcanza con la dosis justa de violencia: siempre me es necesario cierto descargo, algún insulto, un poco de dolor quizás. A su vez, me violento cuando mi armonía es corrompida.
Descargar violencia, aplicarla, recibirla me hace bien, me gusta. Pero es cierta violencia, es la violencia sublime del sexo, o el insulto entre las risas, o de arrancarse la ropa en vez de sacársela delicadamente. Todo tiene su magia. La violencia etérea, perspicaz, pequeña, también.

Para esas noches en las que comés helado sin parar:

Por más de que vayas y vengas emocionalmente, siempre vas a estar igual: devastado pero no reconociéndolo. Ese orgullo te ciega y no te deja ver que adentro tuyo hay cierta ira reprimida.
Hacé el amor, te la saca.
Te lo juro.


Mapa:

Con la mente (por ahora) hagamos el siguiente recorrido:
La parte interna de mis antebrazos, en tus costillas. Mis manos deslizándose suavemente por tu espalda. Tu cuerpo entero sobre el mío y nuestros pies todos enredados. Nuestras piernas entrelazadas, una mano tuya agarrándome la cara. Las respiraciones tan cerca que se mezclan, y nuestros labios intercambiando un beso sólo de vez en cuando (si nos diéramos más besos se me acabaría el aliento demasiado rápido). De a ratos también acercás tu respiración a mi oído, me susurrás tus aires y rozamos cuello con cuello. 
Tu tórax pegado al mío, ambos friccionándose, intercambiando sudor, inflándose y contrayéndose al mismo ritmo. Nuestros abdómenes juntos pero chocando ocasionalmente. Y nuestros sexos, unidos. Como debe ser.
Unidos por el placer y no por más. Más allá del próximo orgasmo, un abismo. Un abismo es la incertidumbre, la negrura gigante que genera la ignorancia. Hundirse en él es desconocer todo lo que está después del universo en el que vivimos hasta que estuvimos juntos.
¿Y después qué?

Te respiraría el cuello.

Es que nadie entiende cuando digo que lo respiraría todo.

Inhalaría el aroma
tu aroma
tu esencia 
tus ganas, tu amor, tu voz.

Te regalaría mi vida en un soplo
(exhalo mis verdades y te las doy.
Te las cedo, y que te penetren por los poros).

Mis verdades son mis sentimientos (mis sentimientos son mis verdades). 
Te los daría, te los diría, así entendés. Así entendés todo, porque todo lo que entiendo yo es muy poco porque vos no me decís nada. Decíme algo, respirame una palabra, soplame una idea, ayudame a saber qué pasa.




No sé si es hermoso no saber, no cuestionar, no preguntar ni pensar en nada referido a los sentimientos que compartamos, o si es horrible y yo soy una sadomasoquista psicológica que disfruta de ello.
Te respiraría todo el cuello.

De cómo me llevo con el ayer.

Escarbo el pasado con todo el placer del mundo. Me revuelco en mis errores, me los refriego por el lomo, me los niego, me río. Tengo una relación casi sadomasoquista con él: disfruto recordando el sufrimiento que me causé equivocándome tanto.
Dicen que de los errores se aprende y que por eso hay que tenerlos siempre presentes. Pero a mí no me basta con eso.  Yo necesito albergarme en ellos, saborearlos con un orgullo estúpido y recalcitrante que lo único que hace es humillarme ante mi mirada, poner en exposición el resentimiento que me guardo por haberle dado oportunidades a todos menos a mí misma.
Mi relación con mi pasado es una relación de odio-amor, una relación bipolar crecida en el seno de un cuarto oscuro y circular del cual ni él ni yo podemos escapar: mi propia mente.