Espacio para dos.

Me hace mal esta cama, es demasiado grande para mí niñez etérea y mi desarreglo constante. Me sobran mantas, sábanas y almohadas. Me sobra espacio. Me falta tiempo para conseguir quien lo ocupe, quien lo complete, quien lo comparta conmigo.
Tengo frío en el alma. La necesidad me consume, la sangre me hierve fervientemente. Puede ser por diferentes motivos: que me hayan dejado parada completamente sola en el clímax de mi vida, que me hayan mostrado cómo y con quién pero no me hayan dejado probarlo, que me hayan abierto los ojos entre cosquillas, que me hayan mostrado algunos cielos y que ya no me dejen volver a verlos.

Profundidad, 
siento adentro: huecos, vórtices, remolinos.
Duele algo y no se sabe qué,
pincha y sangra.
Y de heridas viejas
se alimenta un mantra
de extensas repeticiones
que a mi mente, continuamente, desarma.

Persiste la noción,
decorada pero eterna,
de que la vida pasa y se va
y que la felicidad sigue estando.
Y aunque necesite mentirme para llorar,
soy la fiel expresión -de vez en cuando-
de que nada va a cambiar
(una sonrisa sigue siendo una sonrisa;
y tal vez ya no seas vos mi razón,
ahora será otro
el que me recorra y me de calor)

Ahora sí que te llevo en mi piel.



{érase una vez la historia de un señor que paseaba con su nieta todas las tardes. Ella lo acompañaba siempre a hacer los mandados a cambio de que, al llegar a casa, él juegue media hora con ella. El señor mostraba a la niña árboles y pájaros y la instruía en sus clases y nombres. Un día, el señor confesó a la niña que el Sauce era su árbol favorito. El tiempo pasó, el señor se fue de alma. Y la niña creció ya sin su compañía. Hasta hoy, que por un rato, lo volvió a sentir.}

¿Cómo estás?

(ésto es todo lo que yo te hubiese respondido):
En este momento, estoy enrollada, hecha un bollito entre un tumulto de ropa que tiene un perfume especial -bufandas, campera, frazada, etc.-, deseando con un fervor especial que mis ojos se cierren y mi cuerpo empiece a flotar. Necesito dormir profundamente por unas horas. Y no lo necesito por cansancio, sino por el placer de dormir, de enroscarme, de calentarme. 
Estoy introspectiva. Hoy, viernes, apenas salí del colegio me puse música y caminé hasta mi casa, pensando. Comí sola y sin ruido. Y ahora estoy acá, escribiendo, transfigurando mis realidades subjetivas. No quiero romper este ámbito. No quiero ver a nadie, quiero quedarme acá, tranquila, con Spinetta de fondo.  No quiero interrumpirme, ni a mí ni a mis pensamientos doblados y confundidos. Quizá esté bastante abrumada, sí, pero sin embargo estoy bien así.
Estoy cuestionándome. En realidad, más que un cuestionamiento es un desciframiento. Tengo muchas cosas escondidas de mí misma. No quiero sacarlas a la luz ni entender nada, simplemente me alcanza con saber por qué me hago constantemente lo mismo, por qué necesito lo que necesito o por qué creo necesitarlo. Estoy confundida. Pero repito, estoy bien.

No quería espantarte, no quería que no entiendas o que pienses que quiero que me entiendas y que me digas algo al respecto. Yo sólo te contestaría tu pregunta, pero me da más miedo serte cien por ciento sincera que serte simple. Así que prefiero no darte vueltas, no decirte que estoy confundida, enrollada, introspectiva pero bien. Si, al fin y al cabo, la contestación apunta a lo mismo. Da igual si te digo todo eso o si sólo respondo lo que te respondí (Bien, ¿y vos?).

Paz-ciencia.

No entiendo nada de nada, no puedo ordenar las ideas enmarañadas en mi cabeza.
Cada vez que cierro los ojos se me viene el mundo encima, siento los rebotes de mi pierna ansiosa durante toda la mañana, siento mi espalda curvada esperando colectivos, siento la nuca vacía, fría, azotada por el viento, siento fluir con comodidad a la sangre en mis piernas por primera vez en todo el día.
¿Cómo no caer en un profundo sueño? ¿Cómo no dormir, un rato o para siempre? ¿Como evitar tener ganas de perecer en la negrura abismal del ensueño, donde no se siente nada ni se piensa en nada? Despierta me duele el alma y el cuerpo no se detiene. Con los ojos cerrados me duele el cuerpo y a la mente le cuesta detenerse. Dormida... Sí, dormida parece ser la solución, dormida sólo vivo lo que sueño, no siento, arriesgo y no pierdo. ¿Qué puede pasar, si sólo es mi mundo de deseos reprimidos? ¿Quién me va a recriminar que hice algo mal en mis propios sueños? ¿Por qué la vida no puede ser así, que tengo que andar cuidándome de lo que dicen, lo que ven y lo que hago con mi vida?
Tengo ganas. No sé bien de qué, sólo sé que para saciarlas falta mucho. No aguanto más este año de mi vida, me están ahogando las cosas que tengo guardadas. Necesito que pase tiempo, olvidar, dejar ser, que fluyan ciertas cosas hasta desintegrarse. Que no me persigan más los recuerdos de un pasado para nada lejano, del que me arrepiento desde el fondo de mis entrañas, por haber perdido el tiempo, por haberme mentido, por haberme sometido, por haberme atado. Ya no más. Ahora sólo me queda la culpa de haberme hecho tanto daño.
Es cuestión de esperar, de tenerle paciencia a la vida.

Rústico.

Rústico. No hay palabra más adecuada para definir esto. Me agrada.
Al igual que el perfume que me quedó en el cuello.

La corteza de una gran historia, quizás.
O de otra derrota más.
Tiempo al tiempo, tal vez. O sentir, de una vez por todas. Dejarse llevar. Ir. 
¿Alguien más pensará así?
¿Alguien más creerá que con que fluya, alcanza?

Mejor sola.

"todo depende mucho de la gente que te rodea
por eso más de una vez elegí no rodearme"

Paseo por el barrio de una ezquizoide.


Calle Monteverde. Por acá camino todos los días cuando vuelvo del colegio a casa. Lo único que
hay son casas repetitivas y naranjos, que veremos más adelante. Lo divertido de caminar sobre
esta callecita es que, si inclinamos la cabeza sobre nuestro hombro derecho, parece que nos fuéramos
deslizando sobre el suelo. No sé bien por qué se produce esta sensación en mí. Supongo que por la monotonía:
se siente como si caminara una y otra vez por el mismo lugar pero, de repente, ya he llegado a casa.

Aquí un naranjo de los que les hablaba. ¿No son hermosos? A mí me expresan una felicidad enorme,
más que nada cuando puedo mirar el Sol a través de ellos. Tienen una energía diferente a la de los
 demás árboles, por lo menospara mí. Me  inspiran, me incentivan. Aunque suene estúpido
que me inspire mirar el Sol a través de un árbol en particular, es mi verdad. 

Esquina de Monteverde y Debenedetti. Justo donde termina la foto está lo que quería fotografiar:
Un árbol de nísperos.
Mi abuelo siempre recogía algunos para mí cuando pasaba por ese lugar.
No pruebo un níspero desde su ida.

Otra vez naranjos. Y el Sol. Hermosos. Fuerza, pasión, vida. Eso son.
Colores tan radiantes -verde, naranja, amarillo, celeste- tan vitales.
La alquimia natural de estos elementos concluye en mí paz interior.

Esta es una palmera que quise fotografiar sólo porque me pareció muy linda. Pero
no soy buena fotografiando, como verán.
Primero, porque iba caminando, no me detuve ni un momento. Segundo, porque me cámara
no tiene pantalla y el visor no altera la imagen con respecto al zoom, por lo tanto, debo adivinar.

Casi llegando a la casa de mi vecina Berenice. Buena niña, si las hay.
Y los naranjos otra vez, que veremos con más detalle en la próxima fotografía.

Esta es mi fotografía favorita.
No voy a volver a explicar por qué.

¿Ven eso? Deben admitir que es hermoso. El naranja es el color de la energía, de lo positivo.
Es el color que quiero ser, es hermoso. Me da paz, felicidad, resguardo, calor.
Bellos frutos de la energía, oh, ¡bellos!

Pareja caminando por Monteverde. Si observan bien, la chica es más alta que el chico.
Jajajaja.
Visión transversal de la calle Bermúdez.
(tomada desde la intersección con Monteverde)
¡Tanto cielo, y mirá vos cómo te encerraste!

Qué cielo, qué árboles. Lástima que también hay edificios y cables arruinando mis paisajes.

Bella esquina de Debenedetti. Fotografía tomada debajo de los naranjos, hacia la casa azul,
bella, feliz, d i f e r e n t e. Rompe la monotonía sin culpa. La destroza.

Pará que me pongo el moño.

Qué fácil debe ser conocerme. Si leés estas páginas, sabrás cómo soy, quién soy y por qué.
¿Qué más querés? Estoy regalada.

Dormir en vos.

Si usás una musculosa, nene, me voy a enamorar, porque me gustan los hombros, la piel tersa de esa singular parte del cuerpo, restregar mis mejillas y descansar entre ellos y tu cuello.
Esta soy yo durmiendo en tu cuello.
Me das imágenes iluminadas por el Sol, me das siestas en el pasto, en tu pecho, en tus labios. Me das perfume viril, sonrisa de niño y belleza profunda.
Te siento de manera muy natural, como la tierra, como tu piel. Una música tenue nos decora, nuestros cuerpos son adornados sólo con sábanas, fiel expresión de de lo que somos.
Vení. Vení, que te hago fuego para incinerar mis ganas, te hago peldaño de mi escalera al cielo.
Me generás un deseo enorme, ganas, sensaciones. Quiero verte, oírte, sentirte y revolotearte de vez en cuando, fluirte, volarte, llenarte de ganas a vos también.
Dejame ser y, tal vez, pueda llegar a ser cualquier cosa que hayas deseado. Porque tengo todo para vos, mientras no me pidas nada que yo nunca haya podido entender: no me pidas que cambie, porque yo no cambio, yo me transformo; no me pidas que abandone nada, porque yo no sé restar, sólo sé acumular; no me pidas tiempo, porque yo no te puedo dar el mío; no me pidas oportunidades, porque hay por todos lados.  Pero pedime, que tengo, paz y una violencia etérea al mismo tiempo, calma para disfrutar y energía para derrochar. Tengo versos y jadeos, ojos para hacer y manos para ver, tengo prudencia y tengo improvisación, tengo ganas, igual que vos.