Elle est belle.

La vi tantas veces reír, y sin embargo nunca la miré. Porque desde su cuerpo hasta mis ojos pasaron, cada vez que intenté mirarla, sentirla con los ojos, miles de agujas, que suponen el dolor que ocasiona su existencia. Y sus palabras. Cómo hiere. Todavía tengo su imagen. Bueno, ella debe tener la mía. O quizás se deshizo de ella, como quien se deshace de su pasado simplemente botando esas cosas materiales que traen recuerdos de la mano, par a par, olvidando, siempre, que lo que más importa, está en el corazón.
Me duele el alma, creo que porque la extraño. Igualmente no estoy del todo segura. No estoy segura si es que me arrepiento de no haberla mirado cuando pude. De no haberle dicho todo lo que se supone que debería haber dicho. Ni si quiera sé qué debería haberle dicho. Quizás, todo lo que ella quería escuchar. En fin, ya es demasiado tarde. Se fue y me fui y se olvidó y me perdí.
Y ahora me quejo sentada en una silla de madera, dura, horrible. Todo es horrible. Ella era la estética, lo lindo, lo bueno, la vida misma, belleza, arte, amor. Y yo era el par de anteojos, el libro y los auriculares. El granito en la frente, los pantalones rotos, las sillas de madera...
Me falta eso que le daba belleza a mi vida. Luz. Paz. Dolor. Tanto tiempo de dolor. Las peleas, las heridas, las llagas en nuestras manos, o en nuestro corazón, o en nuestra vida misma, que hoy, peor que nunca, duelen pero recuerdan que, a pesar de todo lo feo, estuvo todo lo lindo.

(Gracias, belle Sofía)

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