Yo tu cielo.


Yo te cielo a vos pero diferente: yo quiero ser tu cielo. Quiero que vos abras tus alas en mí, quiero que en mi piel encuentres la libertad que el ave encuentra en el firmamento. Quiero ser eso inmenso que tanto te gusta mirar. 
Yo te cielo porque yo te libero. O eso quiero. No quiero ser ningún cable a tierra, ni una cadena, ni una atadura, ni un peso constante con el cual lidiar. Quiero ser ese lugar por el que vagás arrastrado por el viento.
El cielo es libertad, es paz, es etéreo y hermoso.
Yo quiero ser eso para vos.

Así se reza.

Uñas mordidas, brazos rasguñados, pierna inquieta, ojos rojos, mandíbula apretada.
Respira. Vuela.
Vuelve.

Es que no hay salida si no se sale por el camino difícil. 
Los escapes no son soluciones.

Y sucede que cuando uno extraña, reacciona. Se da cuenta. Abre los ojos. Nada es lo mismo. Y con eso no se miente. Con eso no se juega. Con eso mejor no confundirse. 
El amor es cosa de locos. De locos mal. Yo no estoy loca, chau.
Mentira.

Hola. No entiendo nada. Sacame la música que me hace mal, tapame los ojos, no me dejes ver que me ves porque me siento el blanco de tus mil conjeturas.
Quiero parar de quejarme verborrágicamente pero no puedo cuando me siento tan mal.

Cannabis,
Amén.

Me voy a arrepentir de subir esto.

Si fuese físicamente posible introduciría mi mano en mi propia tráquea y me iría arrancando de adentro hacia afuera todo lo que tengo, como fiel y literal expresión de lo que necesito hacer: sacar.
Sacarme el alma porque me pesa, sacarme la vida porque no me gusta, sacarme todos los mamarrachos de pensamientos que tengo adentro mío y desenredarlos uno por uno o tirarlos a la basura, como si fuesen cintas de viejos casettes, sacarme todos los miedos, las furias, la ira que tengo adentro reprimida a más no poder, la bronca, la impotencia de tener que conformarme siempre con lo que el otro quiere para mí.
Soy una maraña de cosas malas. 



Perdón a todos por cagarles un poco la vida con mi presencia, los quiero.

Fundirme con lo abstracto.

Desde aquel día en que me quedé dormida contando los lunares de tu espalda, ya no me sirve pensar en ovejas cada vez que quiero dormir y no puedo. Ahora debo recurrir a tu recuerdo y a mi imaginación. Debo volver a repasar con la yema de mis dedos todos los lugares en los que te supiste adentrar, porque entre caricias fuiste penetrando mi piel y mi mente simultáneamente, impregnándote en mi recuerdo de una forma sutil pero efectiva: cada vez que te pienso, siento tu mano acariciando el largo de mi cuerpo, desde mis costillas, deteniéndose en mi cintura y culminando en mis muslos.
Puedo invocarte y volver a sentirlo casi como si fuese real. Lo único que me falta es tu cuerpo al lado mío, emanando calor, friccionándose contra mi piel.
Me falta también tu voz, que parece irse de mi memoria apenas nos despedimos (siempre igual, en las paradas de colectivo, dándome vuelta justo antes de subirme para decirte chau y mirarte por última vez, como intentando repasar todos los detalles del día que pasamos juntos).

Desear tu respiración en mi nuca ya es cosa de todas las noches. Anhelo fuertemente tus brazos, tu piel, la textura de tus labios y esa sensación que me generan, como de quedarse pegados en los míos, reposando, inmóviles y fundidos.
A veces hasta creo sentir las partículas de nuestros cuerpos abrazándose, aferrándose entre sí para decirse todo lo que nosotros dos no nos decimos. Porque nos cuesta, es cierto. Nos cuesta gritarnos las verdades porque la vida nos enseña a tenerle miedo al otro, a las relaciones, a los sentimientos. Nos cuesta jurar, nos cuesta asimilar que cada vez que estamos juntos una fracción nuestra se va con el otro, como para no despegarse más, como ir perdiéndose a uno mismo pero ganándose a la otra persona.
¿Vale la pena? ¿Vale la pena hablar, cuando para hablar nos tenemos todos los días pero para sentirnos, sólo una vez cada tanto? No, no lo vale. Prefiero que me hables con el cuerpo, con la piel, con el alma. Prefiero que no me digas ni una sola palabra y que te evoques a hacerme sentir la pasión como nunca antes la sentí. Prefiero que me hagas llegar a otra galaxia, abrazar el cosmos, sentirme universal, fundirme con lo abstracto. Y arrancar de raíz todas esas mentiras que se dicen los amantes cuando se quieren poseer, porque esto no se trata de posesiones, sino de conexiones, de que uno es el otro y sin el otro no es, de que yo para ser yo te necesito a vos feliz, y que el amor no se dice, se muestra.

Mundo:
Sobran. Sobran las palabras, las estupideces, las flores, los bombones, los regalos en sí, las demostraciones materiales, los objetos de lujo. Sobran, son innecesarias, injustificables.
Faltan las tazas de té de a dos, las charlas, el escuchar un disco juntos. Faltan abrazos y melancolías compartidas. Falta deseo. Faltan ganas de hacer feliz al otro compartiéndole la felicidad de uno.  Falta buen sexo. Falta más gente como nosotros, y lo digo con toda la soberbia del mundo.

Hoy me desperté soñadora.

Voy a terminar el colegio y voy a recorrer un par de provincias del sur con mis dos mejores amigas. Ellas se van a volver con sus novios y yo* me voy a seguir recorriendo el país con un tipo que conocí en un camping. Va a tener barba y el pelo medio largo, pero se va a ir haciendo rastas por el camino. 
Como decía, voy a llegar a la puna cagada de hambre, toda piojosa y re loca, pero voy a llegar. Y me voy a enamorar del cielo cuando lo vea más infinito que nunca, más dueño de mí que nunca, porque me dijeron que en Tilcara las estrellas casi que te tocan la nariz, y yo amo las estrellas y el cielo en su inmensidad porque me expresa todo eso que me da miedo y me atrapa a la vez: la muerte y la libertad.
Bueno, entonces me voy a querer quedar allá para siempre, pero toda la gente esa buena que conocí me va a decir que no puedo quedarme mirando el cielo toda la vida, y yo les voy a decir que no, no me voy a quedar mirando el cielo pero sí cerca de él para poder verlo cuando quiera, porque me voy a acordar de cuando estaba acá en Buenos Aires, como ahora, que no podía ver el cielo porque siempre había alguna pared, alguna luz o algún edificio gigante molestándome los ojos, la visión, el alma. Y me van a preguntar por mi familia, y yo me voy a acordar de mis viejos que tanto me dieron siempre, mis hermanos que seguro crecieron un montón y mis dos amigas, las que se volvieron con los novios y con la noticia de que yo me iba a quedar acá (o allá, o en todos lados). Y ahí no voy a saber qué hacer, voy a tener de vuelta ese pánico que me invadía todo el tiempo, el de la incertidumbre, el de no poder decidir si tengo que pensar, porque yo siempre decido rápido, "si lo pienso no lo hago" es mi lema. Qué lema de mierda, es una cagada. Bueno, pánico y no saber qué hacer. Y voy a pensar en cómo lo solucionaba siempre cuando vivía en la ciudad, cuando todos los días me levantaba y veía lo mismo, cuando todos los días hacía las mismas cosas en distinto orden (más allá de la rutina: me quejaba, lloraba, gritaba, bailaba, me reía, colapsaba, me sacudía, sacudía a otros, me ahogaba). Entonces me voy a dar cuenta que no lo solucionaba, no solucionaba un carajo, porque siempre estaba rodeada de lo mismo y las cosas no se solucionan solas y si no cambiás nada no se soluciona nada y que por eso me fui, le escapé a todas mis angustias y a todo lo que me frustró desde que tengo quince años. ¿Y ahora? ¿Ahora vuelvo y me pongo la mochila de nuevo o haberme ido significa la posibilidad de volver a empezar en cuanto vuelva? Imposible saberlo sin arriesgarme. Otra vez la incertidumbre, las noches sin dormir, comerme las uñas, tararear sin ritmo, mover la pierna izquierda cada vez que estoy sentada... Y de repente, me va a venir una respuesta: si ya me estoy enervando por pensar cómo van a ser las cosas en cuanto vuelva (porque me voy a acordar de las paredes altas, del cielo interrumpido, de mi ahogo, mi felicidad repentina, el colapso, la recaída, las drogas, el alcohol, el cigarrillo, la muerte, toda la gente, no), no, no voy a poder volver jamás. Cuando me sienta preparada iré a visitar a todos, porque por el momento voy a optar por instalarme y acostumbrarme a vivir con aire puro, las estrellas haciéndome cosquillas en la nariz y la solidaridad de la gente que nació en un mundo separado de lo que alguna vez me enseñaron que era progresar. Yo progreso saliéndome de todo eso.


*Yo: alma errante, volátil, sin estabilidad, poco sensata, impulsiva.

Pucho querído.

Uno. Uno solo. Un cigarrillo. Que me calme la ansiedad, que me tranquilice el palpitar estrepitoso de mi corazón apuñalado. Que me haga compañía por un rato. La compañía que no me hacés vos, que no me hace nadie. Porque el pucho me entiende, vos no lo entendés pero yo sí y te lo digo: el pucho sabe de dónde agarrarme cuando me estoy por caer. Hace eso que vos no supiste, no sabés, no pudiste, no podés, no vas  a poder nunca. Me acompaña, me calienta, me llena un poco. De mierda, de alquitrán, de nicotina, de humo rancio, pero me llena. Por lo menos me llena de algo, no como vos.
El cigarro no me desvaloriza, no se ríe en mi cara mientras escribo. No me cuestiona qué es lo que hago, no finge que le importa con una mueca desvalida, frívola, patética  que poco disimula el asco por lo que me gusta hacer, por lo que soy, por lo que amo. No tiene idea entonces no opina, ni miente al respecto, ni pretende parecer más de lo que es. Es solo un cigarrillo.
Pero se ve que la tiene más clara que vos. 

Que me mate, no me importa. Que me mate el cigarrillo. Va a ser como morir de amor.

¿Algo me devolverá la calma que tenía cuando era un niña? Mis monstruos se desvanecían con un abrazo. Mis miedos podían desaparecer debajo de una sábana o con una luz prendida.

Hoy sé que vaya donde vaya y haga lo que haga, ciertas sombras me van a perseguir siempre.

¿Habrá algo que me haga dormir en paz? Busco algo que me haga soñar con versos y no con sombras, algo que me reconforte y me brinde la calidez que perdí con los años. Algo que llene los espacios vacíos que fui ganando con tantos fracasos. Algo que reconforte el alma cansada, gastada de tanto vivir una vida que no me completa, una vida impura, llena de cosas que me persiguen, me acosan, me apuran y me apresan. Quiero algo que me sirva de consuelo.


Quizás algo como dormir en tu abrazo.


Conquista

Y algún día
voy a escalar tu cuerpo
como si fueras un risco
(empinado y peligroso).

Y cuando esté en la cima
voy a clavarte una bandera
y voy a reclamarte
como mío.
No quiero un abrazo.
Quiero apretarme contra tu pecho con furia, clavarte mis uñas comidas en la espalda y que mi cara se impregne en tu cuerpo, en tu perfume.
Quiero que me duela un poco, quiero quedarme sin respiración, sin aire, sudar, ponerme nerviosa, tener miedo, que el éxtasis supere la situación, no saber qué hacer, morderte. Quiero pánico.
Quiero, explícitamente, ese pánico que me genera estar con vos.
Quiero (y tengo) cierta desesperación por aferrarme a vos, por cerrar fuerte los ojos y morderme el labio inferior con fuerza y que mis brazos recorran tus costillas y mis manos tu espalda y mi cuello tu boca y mi respiración tu oreja. 

No quiero tus caricias, ni tu compasión. Mucho menos tus palabras.
Con los actos se demuestra más. Con el alma se demuestra más. Con los ojos se demuestra más. Y si querés demostrarme algo, que sea fuerte. Y si es fuerte, entonces no me acaricies, matame.