hay que tener miedo
temblar, morderse la lengua
sentir la plabra "tiempo" muerta en los labios
sentir la palidez del vacío
la profundidad de las raíces

y arrancarlas del pecho 

y dejar que árbol se vuelva viento.


el cemento el espejo y mi alma.

sobre esta tumba:

flores muertas.

sobre mi cabeza:

espinas que atraviesan
esta piel cuarteada y llena de grietas
ramas que se enredan en mi pelo
raíces que se entierran en mi cuello


-cemento viejo
manos ásperas que recorren un adiós-
-espejo quebrado
ojos húmedos que no encuentran razón-
Y un alma infinita, rota en pedazos,
hoy se quedó
sin abrazos.

hola

Dos colillas, 
dos mates, una pausa, dos mates
una guitarra y una canción
(¿uno más uno? dos.)

Sentarse de espaldas al ventanal. Mirar el jardín como dos viejos. Y el gato negro que viene y va. A veces no vuelve y alguien lo va a buscar. Sus dos ojos nos miran expectantes, recalculan, nos dejan de ver y se van con él: quiere tener compañía también.
La Luna sale menguante y bella. Esta noche no la acompaña ninguna estrella. Se refleja esta diosa en tus pupilas que me transmiten su melancolía y su impertinencia. ¿con quién va a compartir sus vivencias? La soledad la avasalla esta noche: cada vez que nos mira nos pide clemencia.
Caminamos lento, hablando, pateando hacia adelante todas las circunstancias y los porqués. Mejor adelantarlos para que sucedan después. Viajar, caminar, beber. Bañarse. Jugar. Dormir, yacer en este lecho: digo lecho digo muerte porque con cada beso respiro y con cada sueño me entierro. Me gusta recorrerte y que el tiempo se deshaga, que el espacio sea inmenso y sólo contenga estos dos cuerpos amándose entre dorada miel: mi mejor sábana es tu piel. El mejor perfume sale de tus suspiros. Los besos más dulces que me sacan el frío. Las mañanas menos difíciles, amaneceres y despertares, tu cara y vos, siempre tan suave y extenso. Tus ojos de tierra, fango, madera y oro. Sos un pantano que se deja navegar. En tus profundidades hay piedras: las quiero convertir en sal.

Perdón por tanta cursilería: es que transpiro amor cada día de mi vida.
Gracias (de nada). Te amo (yo también). Permiso (dejáme un lugar en la cama).
Feliz un año. Feliz con vos. Feliz con que uno más uno sean dos.

autómata III

el piano la mesa
tu boca me pesa
tus labios mis piernas
mi cara tus venas
la sangre, mi cobija
tus ramas tus clavijas
mi escalera, la vida, el pasar
Quiero irme. No quiero estar
me pesa en las venas: tu mano y la acera
el gris me sofoca.
Me pesa tu boca.
el piano la mesa
tu boca me besa



(autómata I, II y III son una serie de escrituras que partieron de una zapada entre madrugadas, sustancias y pieles)

autómata II

cuando se ponga oscuro
   cuando no haya calor
cuando el beso-
no tenga sabor.

cuando el árbol caiga triste y tieso
cuando el techo se parta en dos
cuando estas cuerdas se corten
cuando tu vida
simplemente
se acorte

autómata I

no hay cuentos
no hay poemas
                  ni historias
solo palabras que se tensan
y te salen de la boca
y como pájaro cantarás
como un pueblo viejo contarás
pero cuentos, no, no habrá
no habrá poemas
                    ni historias
solo palabras                que te forman.

conversación conmigo

Un día entendí que mi cuerpo me advertía cuando algo iba a salir mal. Me lo hacía saber con señales en la calle y en mi cabeza, con un nerviosismo general que sólo se presentaba de vez en cuando. Más de una vez miré para adelante en vez de para adentro y seguí. Siempre algo salió mal. 
Hablo de situaciones límites: de jugar no sólo con la moralidad, sino con la salud, la familia, el tiempo. Curé estas heridas surciéndolas yo misma, removiendo aires viejos, haciéndole caso a mi cuerpo somatizador. Me curé, cosí venas.
Hoy reveo, reaprendo, revisito las ideas aquellas que había dejado en piloto automático porque entiendo, comprendo y aprendo que a veces estas cuestiones van mucho más allá de mi relación cuerpo-mente-entorno. Cuando implican a alguien más no debo arrastrar, puesto que quizás a esta persona no le tiembla el pecho, no se le rompen los alvéolos, no comienza a sangrar. Quizás esta persona siente lo que yo no, lo que yo siento otras veces, ese galopar incesante desde las rodillas hasta los dedos de las manos, ese respirar hasta el fondo, esas ganas, ganas, eso es: ganas de hacerlo. Seguridad, esbozo de sonrisa, complicidad, abrazo. Eso no lo siento hoy, quizás vos sí. Quizás deba pedirte perdón por no acompañarte esta noche, quizás pedírtelo porque intenté arrastrarte conmigo todo el día hasta que me senté a escribir esto y comprendí que en la catarsis se esconde la realidad que debo ver: no quiero ser lo que no soy, por lo tanto no quiero que seas lo que no sos. Somos impulsos. Respondemos a impulsos. Debemos seguirlos, debo entender que no soy solo yo la que los vive y los persigue y de ellos se sostiene.
Me suicido en cada sueño. Digo "sueño" y no "pesadilla" porque no es malo morir de vez en cuando. No tengo razones para afirmar esto, excepto la razón que me da soñar con mi muerte todo el tiempo.
Así, por lo menos, mis espacios vacíos se sumergen en el mar más salado. Digo salado porque se condimentan un poco y vuelven a reflote, un poco más fuertes que antes.

madre-tierra

Fue en verano. Me perdí en un bosque que tenía vida propia. No, me equivoco: el bosque no tenía una vida, sino que había absorbido mi vida y la de otros cinco para jugar con nosotros, que quedamos absortos, sin comprender de reglas, de palabras, de tiempo. No comprendimos, es decir, nadie comprendería esa conjunción subalterna de seis dimensiones abrasantes, profundas, tan hundidas en sí mismas. 
El vino se convirtió en la sangre de la tierra que vivió eterna sólo por una noche y creó figuras, personajes, animales. Los creó para nosotros, para que juguemos con ella, para que le evitemos el abandono y no la pisemos sin pensarla, por una noche, por unas horas de juego encantado, de bosque viviente, de ramas-árboles-duendes-muertes que existían y que pensaban. Que enredaban. Y que entendían. Ellos sí entendían.
Fue así como mis ojos me dejaron de pertenecer y me mostraron cosas que nunca había visto (y que nunca voy a volver a ver, porque cuando la tierra juega, siempre lo hace de forma diferente, cada vez que se le da vida absorbe algo distinto y crea cosas que surgen como montañas en las mentes y luego se deshacen, son buscadas, son perseguidas: no se encuentra más que un efímero recuerdo, quizás hasta roza lo onírico, lo incomprensible de la inmensidad del cosmos reflectada en una leve imagen. Los rastros de la creación se vuelan fácil. Pero el caos está siempre, plantado. Presente. Latiendo, como lo hizo la noche misma, esa noche. Se sacudía, las estrellas caían para resurgir en su cúpula, el viento bailaba para nosotros.
Aún así, el suelo nos expulsó del bosque, como una madre pariendo. Sí que fue duro el transcurso, fue dura la salida, el nacimiento. Y sin embargo nos preparó algo mejor, nos regaló el Sol por unos instantes, nos cedió la luz eterna y el color que le había faltado a la noche oscura, con nosotros encerrados entre árboles y estrellas. Vimos el Sol. Vimos rosas, verdes y violetas. Vimos rojos, naranjas y azules. Vimos vida, fuego, energía creando, proyectando. Resurgimos. Volvimos a nacer. Realizamos. Lloramos de belleza. Lloré de miedo. Reí de culpa. ¿Qué me hice, qué te estoy haciendo? Bordeé la locura, no dormí, no pude conectarme con mis necesidades terrenales, corpóreas. No pude abastecerme. Fui poca materia y mucho material. Fui mente, universo, polvo. Broté. Busqué los frutos. Encontré belleza. Hoy despierto y no sólo no comprendo, sino que no creo. No creo que haya que comprender. Y me acordé de mis pupilas y de tus ojos verdes y me sentí encerrada en este mundo y en mi locura. Y, claro, sin quererlo, pero busqué darte el miedo que yo tenía, quería acabar con todo, no quería estar sola, no quería temer sola. Quería volver, volver a beberte, volver a sentir sin que me duela, volver a temblar por placer y no por frío.miedo.dolor. No podía aguantar el metal en mi cabeza, el cemento en mi espalda, los pesos que conlleva la vida, el humo, el silencio, y los epitafios escondidos entre mis alvéolos.  Quise sangrar, quise dormir, quise despertar. No logré nada más que olvidar la belleza que el mundo me había regalado horas antes. Me olvidé del espacio y el tiempo y me sentí encerrada en mi pasado más lejano, en mis paredes y en mi familia. Olvidé las flores y los versos. Mi boca supo a muerte. Luego dormí.

Desperté entre tus brazos, con la cabeza donde debía estar. Desperté con la inmensa felicidad de recordar sólo lo que debía. Desperté amándote y pudiendo mirarte de nuevo. Olvidé el miedo y recordé el susto con risa y, más que nada, tranquilidad.

Seis meses más tarde escribo. Hoy comprendo: seis pares de pupilas son hermanas. Renacieron juntas aquel día.