Pucho querído.

Uno. Uno solo. Un cigarrillo. Que me calme la ansiedad, que me tranquilice el palpitar estrepitoso de mi corazón apuñalado. Que me haga compañía por un rato. La compañía que no me hacés vos, que no me hace nadie. Porque el pucho me entiende, vos no lo entendés pero yo sí y te lo digo: el pucho sabe de dónde agarrarme cuando me estoy por caer. Hace eso que vos no supiste, no sabés, no pudiste, no podés, no vas  a poder nunca. Me acompaña, me calienta, me llena un poco. De mierda, de alquitrán, de nicotina, de humo rancio, pero me llena. Por lo menos me llena de algo, no como vos.
El cigarro no me desvaloriza, no se ríe en mi cara mientras escribo. No me cuestiona qué es lo que hago, no finge que le importa con una mueca desvalida, frívola, patética  que poco disimula el asco por lo que me gusta hacer, por lo que soy, por lo que amo. No tiene idea entonces no opina, ni miente al respecto, ni pretende parecer más de lo que es. Es solo un cigarrillo.
Pero se ve que la tiene más clara que vos. 

Que me mate, no me importa. Que me mate el cigarrillo. Va a ser como morir de amor.

¿Algo me devolverá la calma que tenía cuando era un niña? Mis monstruos se desvanecían con un abrazo. Mis miedos podían desaparecer debajo de una sábana o con una luz prendida.

Hoy sé que vaya donde vaya y haga lo que haga, ciertas sombras me van a perseguir siempre.

¿Habrá algo que me haga dormir en paz? Busco algo que me haga soñar con versos y no con sombras, algo que me reconforte y me brinde la calidez que perdí con los años. Algo que llene los espacios vacíos que fui ganando con tantos fracasos. Algo que reconforte el alma cansada, gastada de tanto vivir una vida que no me completa, una vida impura, llena de cosas que me persiguen, me acosan, me apuran y me apresan. Quiero algo que me sirva de consuelo.


Quizás algo como dormir en tu abrazo.


Conquista

Y algún día
voy a escalar tu cuerpo
como si fueras un risco
(empinado y peligroso).

Y cuando esté en la cima
voy a clavarte una bandera
y voy a reclamarte
como mío.
No quiero un abrazo.
Quiero apretarme contra tu pecho con furia, clavarte mis uñas comidas en la espalda y que mi cara se impregne en tu cuerpo, en tu perfume.
Quiero que me duela un poco, quiero quedarme sin respiración, sin aire, sudar, ponerme nerviosa, tener miedo, que el éxtasis supere la situación, no saber qué hacer, morderte. Quiero pánico.
Quiero, explícitamente, ese pánico que me genera estar con vos.
Quiero (y tengo) cierta desesperación por aferrarme a vos, por cerrar fuerte los ojos y morderme el labio inferior con fuerza y que mis brazos recorran tus costillas y mis manos tu espalda y mi cuello tu boca y mi respiración tu oreja. 

No quiero tus caricias, ni tu compasión. Mucho menos tus palabras.
Con los actos se demuestra más. Con el alma se demuestra más. Con los ojos se demuestra más. Y si querés demostrarme algo, que sea fuerte. Y si es fuerte, entonces no me acaricies, matame. 

Otra calurosa noche de verano en la que se me da por pensarte:

Son ya las tres de la madrugada. El ventilador de techo hace tambalear las luces de la casa, inventando sombras extrañas que se mueven constante y repetitivamente. Por el poco espacio que queda entre el marco inferior de la ventana y la casi cerrada persiana, asomo mi cigarrillo y, de vez en cuando, mi nariz, para respirar bocanadas de aire nocturno y ver a la expectante Luna de esta noche despejada. 
Se va otro tema de Pink Floyd, se evapora otro renglón escrito por Isabel Allende, se me cierran otra vez los ojos y vuelvo a recurrir a los caramelos para aguantar despierta un poco más. 

Los momentos en los que el cuerpo está casi dormido pero la mente sigue en funcionamiento, son los más preciados para la gente que escribe, que imagina o simplemente que piensa. O para mí. Porque es en estos momentos cuando grandes dudas se vienen a la mente, grandes respuestas son encontradas en el tumulto de pensamientos de largos días y grandes conclusiones salen a la luz luego del debate con una parte del cerebro bastante cercana al inconsciente que se mantiene oculta mientras permanecemos bien despiertos.

Fue así como llegué a vos, de nuevo. Vagando entre océanos de recuerdos, te descubro una vez más, aunque adentro mío y de mis memorias ocupes un lugar tan pequeño como el que puede ocupar un casi-desconocido. 
Y de eso se trata todo hoy. De esto mismo me hablo, mientras me acurruco en un sillón, a punto de dormirme involuntariamente. Se trata de que no me acuerdo de vos: no me acuerdo tu risa, ni la textura de tu piel, menos la de tus labios. No me acuerdo cómo es tu voz, ni cómo hacen tus ojos para delatarte cuando decís que no por compromiso, mientras te aguantás las ganas de gritarme un sí. 
No me acuerdo de muchas cosas, pero son muchas más las que no conozco.

Quiero verte. Recordarte. Conocerte. Sentirte.
(otravez)

Perfume.

Líndo como vos
cuando llegaste a desenredarme los ojos
y a enredarte a mi alma.
Llueven a cántaros
mis ganas de aferrarme
desconsoladamente
a tu cintura

para no irme más con el el tiempo, para estar agarrada a algo y que no me lleve el viento.

Idealizar mundos, personas y hasta una vida entera.

Si de cerrar los ojos se trata
(e imaginar)
me gano el premio a la soñadora obsecuente número uno.

Todo es una ilusión,
un juego, un invento mío.

No me importa, la estoy pasando bien. Volar está bueno.
Cuando me caiga desde tan alto te cuento cuánto duele.

.

Qué raro encontrarte otra ver revoloteando al rededor de un desconocido. Te veo danzar en puntas de pie, saltando, girando y sonriendo. Más que nadie, sé que esa sonrisa es verdad, es pura, de felicidad y alegría. Sé que te alimentás de esto: de conocer gente, seducirla, engatusarla, enamorarla y esfumarte. 
Lo que vos hacés en una noche no lo hace cualquiera. Lo tuyo es más parecido al amor. Lo tuyo se parece a lo eterno, a la fidelidad, a la conexión energética y a la vida misma. No sos sexo y nada más. No, no te gusta. Vos necesitás ficción. Necesitás hacer una puesta en escena gigante, entrar en personaje, mentir descaradamente, venderle al público tu actuación. El problema no es lo que hagas, sino que para todo ello, tenés que involucrar a alguien más. Y a vos te gustan bien inocentes, poco descarados, tímidos, sumisos. No te importa si es hombre o mujer, no te importa la raza, el idioma ni cómo se viste ni qué le gusta fumar. Discriminás solamente a los que tienen personalidad. Yo supongo que es porque te da miedo que alguna vez reaccionen ante tus desprolijidades. Está claro que preferís que se queden mirando como vos bailás Izabella moviéndote espasmódicamente y sacudiendo todos los harapos, polleras y alhajas que te vas sacando y revoleando al compás del mágico Hendrix. 
Y sí, ¿qué más puede querer una chica como vos? ¿Qué más que mostrarse, mientras el otro envidia? Nada. Es lo que te gusta, lo que amás. Lo único que amás en verdad. Amás refregarle a todos tu voluptuosidad, lo bien que hacés las cosas, la hermosa y gran sonrisa que tenés...
A mí ya no me podés mentir. Porque también te veo llorar cada vez que estás sola. 
Dando vueltas por la misma habitación en la que hacías el amor tan descaradamente con cualquiera, te veo rondando de un rincón a otro con tu té en la mano, arrojando libros después de leer algún que otro renglón, gritando, pateando, haciéndole berrinches a nadie, reprochándote cosas, hablando en voz alta con tu sombra.
Decíme la verdad. ¿Estás contenta con la vida que llevás? ¿No te sentís un juguete? ¿No te sentís plastica, fría, de mentira? ¿No te cansás de estar sola?
¿No te duele?